¿Por qué los padres eligen nombres de bebé extravagantes?

Nos acompañan toda la vida, pero no son la única variable para la construcción de personalidades cautivadoras, entonces, ¿qué se esconde detrás del afán de elegirlos cada vez más extraños?

El nombre no es lo único que influye en la personalidad.

El nombre no es lo único que influye en la personalidad. Crédito: Shutterstock

“Un nombre es lo más importante que uno puede tener”, decía el slogan de un banco a fines de los años ochenta. Y la sentencia pareciera que fue tomada de manera literal. Desde aquel momento y hasta la actualidad no ha ido más que in crescendo de elegir para los hijos nombres de bebé estrafalarios, además de los universales ajenos al paso del tiempo y a los clásicos elegantes como Lucía o Juan.

¿Se trata de una moda? Es cierto que el paso del tiempo revela ciertos nombres tradicionales propios de cada generación. Por ejemplo, en el caso de la generación X abundan los nombres compuestos combinados con María, por ejemplo, María Laura, María Eugenia o María Cecilia. Entre los varones, se destacan los Juanes en sus versiones de Juan José, Juan Manuel o Juan Pablo. Los nacidos en los sesenta recordarán a muchas Mónicas, Anas, Normas, Carlos -uno de los nombres más repetidos en la historia del siglo XX-, Albertos o Jorges, y los baby boomers serán amigos de Susanas, Cristinas, Elenas, Migueles, Víctores o Julios.

De Carlos a Morrison

Ahora, frente a la presencia de nombres como Rufina Morrison, por citar algunos de los más extravagantes conocidos entre la farándula, nos preguntamos si se trata de una moda que busca la singularidad desde el nombre y no desde la personalidad.

Son épocas. Es como si, de alguna manera, fueran incorporándose y, a la vez rescatándose del pasado -todo vuelve-, nuevos y viejos nombres al acervo completo de la oferta: Juana, por ejemplo, fue uno de los más elegidos en la década de 1920 y de los preferidos de hoy. Se trata de una baraja que cambia constantemente. Quizás en el futuro se ponga de moda Elsa por Frozen, quién sabe.

Corremos entonces la pregunta al origen de la cuestión: ¿qué los motiva a los padres a querer poner nombres originales a sus hijos? ¿Qué afán oculto se esconde ahí en la decisión de buscar un nombre diferente?

“Es cierto que hay una moda de elegir nombres inusuales para los hijos. En relación a este fenómeno se puede pensar como una necesidad de los padres de representar en el nombre de sus hijos algo de la singularidad. En este punto, claro que para todos los papás sus hijos son únicos. Tal vez, los padres deberían estar tranquilos con el hecho de que sus hijos son irrepetibles y evitar el deseo de mostrar esa singularidad en el nombre también. Hay mucho de la aspiración de ‘quiero que mi hijo sea el único en llamarse así'”, señala la licenciada Marisa Russomando, especialista en maternidad y crianza.

Por otro lado, Gabriela Nelli, psicóloga especialista en crianza del Instituto Criar y Alojar, apunta que “la elección de nombres estrafalarios tiene que ver directamente con la búsqueda de la singularidad, pero lo cierto es que la personalidad del niño/a, si bien el nombre tiene parte de influencia, se va a determinar por otras variables: por cómo sea su crianza, por el lugar que ocupe en la familia, por las expectativas que haya sobre él, etc”.

Que la elección no sea una carga

Hoy, en tiempos de bullying, los padres no solo deberían pensar en la originalidad del nombre, sino también en sus otras decodificaciones para evitar posibles burlas o agravios.

En este sentido, Russomando explica que “el compromiso con cada hijo debería ser pensar en el significado, en cómo se puede deformar ese nombre por futuras burlas, cómo suenan el nombre y el apellido juntos, pero fundamentalmente a qué remite ese nombre en la cultura general, en el imaginario social y también en la historia familiar. Se supone que los papás deberían perseguir o querer lo mejor para sus hijos y el nombre es lo inicial”.

Más que el nombre en sí, el peso que tiene es más el motivo por el que ese nombre fue elegido. Un niño puede llamarse Juan o Pedro porque a los padres les encanta o por mandato familiar. Y con esto puede llegar a cargar a ese niño.

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