El triunfo de la intolerancia
El 6 de noviembre hacer que nuestra voz se escuche en las urnas
El ambiente político previo a las elecciones del 6 de noviembre no podía estar más enrarecido. La retórica de la intolerancia y el odio que proviene de la Casa Blanca se tradujo la semana pasada en acciones deleznables por parte de dos seguidores de Trump. Uno optó por enviar bombas a demócratas prominentes, entre ellos a Barack Obama, Hillary Clinton y George Soros. El otro acudió a una sinagoga y asesinó a sangre fría a 11 judíos.
Trump, por supuesto, no es el responsable directo de estos crímenes. Pero no se puede negar que su discurso xenófobo, de intolerancia y divisionismo es un poderoso acicate para que extremistas peligrosos cometan cualquier tipo de atrocidad.
Los seguidores de Trump argumentan que la violencia política y los delitos de intolerancia siempre han ocurrido en Estados Unidos, lo cual es cierto. La historia está plagada de ellos. Es parte del precio que esta nación paga por su diversidad étnica, política y religiosa. Pero es justamente por eso que el jefe de la Casa Blanca, cualquiera que sea, está obligado a ser un factor de unidad nacional. Y para ello debe utilizar siempre un discurso incluyente y de aceptación hacia todos los ciudadanos, al margen de que simpaticen con él o no.
Trump se niega a reconocer este principio que es fundamental para mantener sólida la democracia. Cree que solamente quienes comparten ciegamente su visión y sus ideas son auténticos patriotas. Quienes se atreven a poner en tela de juicio sus políticas y a exhibir sus mentiras son denostados y calificados como “el mal”.
En este sentido, Trump se comporta más como un dictador que como el presidente de una nación democrática. Se rehúsa a aceptar cualquier responsabilidad en el clima de violencia que se ha desencadenado y mañosamente finca la culpa en los medios de comunicación que lo critican y a los que califica de “enemigos del pueblo”. Esta acusación también ya tuvo consecuencias: una de las bombas de la semana pasada fue enviada a la cadena CNN.
Hasta ahora, todo indica que la retórica del odio y de la intolerancia van ganando terreno. El país está cada vez más dividido. No hay posibilidades de diálogo ni de trabajar por metas comunes. Lo que necesitamos, con urgencia, son líderes que nos unan y ayuden a calmar los ánimos mediante llamados a la tolerancia. En cuanto a Trump, es obvio que jamás cambiará. No tiene la capacidad de demostrar empatía o compasión, aun en momentos trágicos. Lo suyo es el divisionismo, la confrontación y la mentira. Ante ello, solo nos queda dejar de prestarle tanta atención y este 6 de noviembre hacer que nuestra voz se escuche en las urnas.