5 claves para encontrar tu fuerza interior
Y vos... ¿De dónde obtenés tu fortaleza?
¿Viste El Mago de Oz? En la peli, el León hace un viaje para pedirle al Mago que le dé valentía. En el camino, enfrenta situaciones difíciles en las que demuestra valor. Y al llegar, el Mago le da una medalla por su coraje.
Muchas veces nos toca vivir una situación fea y nos vemos metidas en un baile que no vimos venir… ¡y no nos queda otra que bailar! Por una desilusión amorosa, porque nos echaron del trabajo, porque enfermó un ser querido (o nosotras mismas) o por alguna pérdida. O porque la vida, muchas veces, no es tal como lo esperábamos. O quizá no tuvimos grandes golpes, pero nos vemos obligadas a surfear problemas que requieren cierta actitud de nuestra parte. Ante situaciones así, si no huimos, no nos enojamos ni colapsamos, lo que hacemos es enfrentarlas y tomar de ellas lo que tienen para enseñarnos.
Cuando lo charlamos con nuestra psicóloga, Inés Dates, nos sorprendimos; porque la fuerza interior no es algo que se adquiere ni un lugar al que llegamos de una vez y para siempre, sino que ya está dentro de nosotras y por eso es algo a redescubrir y entrenar, como un músculo.
¿Y para qué sirve ser fuertes?
La principal ventaja es que vamos a ser y mostrarnos más reales. Lo real siempre es complejo, ¡y es mucho más que lo que entra en una pic de Instagram! Vamos a recurrir a nuestra fortaleza para salir de nuestra zona de confort hacia nuevos desafíos. Al pulir ese diamante interno, vamos a poder ser las primeras en decir un “te amo” o jugárnosla por algo, apostar a una relación que puede funcionar -o deshacerla si no- o meternos en un emprendimiento sin garantías de éxito. Esa fuerza es un arma poderosa contra el miedo, que nos permite vivir con “cor-aje”, es decir, con el corazón por delante.
En su libro Rising Strong (“Levantándonos fuertes”), Brené Brown dice que, para ser fuertes, lo principal es aceptar el riesgo de fallar. A lo largo de la vida, pasamos por situaciones que requieren asumir riesgos. Cada vez que estamos aprendiendo algo a través de la práctica, nos sentimos bastante expuestas y el fracaso puede ser difícil de digerir. Podemos sentir desaliento, vergüenza o miedo de salir de la zona de confort. Pero, dice ella, hay una cosa que no debemos olvidar: “la mejor forma de aprender es dar un paso fuera de donde te sientas cómoda”.
Para hacernos fuertes, hay algunos pasos clave:
1. Decirle “Hola” a tus emociones
Primero que nada, la principal tarea es reconocer y habitar nuestras emociones. Parece sencillo, ¿no? Pero la realidad es que muchas veces queremos pasar por alto lo que sentimos. Cuando estamos enojadas o desilusionadas, buscamos esconder nuestras sensaciones, pero, como dice el dicho, “lo que se resiste, persiste”. Por eso, si queremos que las emociones negativas no crezcan dentro, primero tenemos que darnos permiso para sentirlas. ¿Envidia? ¿Resentimiento? ¡Bienvenidos! Porque ser fuerte también implica saber “vivir tus debilidades”. Al reconocerlas y aceptarlas, podemos ir al segundo paso, que se trata de ver por qué nos sentimos así y cómo nos afecta eso. Podemos hacerlo a través de preguntas como “¿qué me está molestando?, ¿qué hay detrás de esta emoción?, ¿por qué me irritó lo que hizo tal persona?”. La curiosidad, sin juzgar, nos ayuda a resolver los conflictos.
Esta etapa también requiere aceptar genuinamente quiénes somos. A veces queremos una vida muy distinta de la que tenemos. Creamos fantasías sobre “¿qué pasaría si…?” -y acá viene un listado enorme-. Bien: es momento de parar de pensar en lo que “podría ser” para abrazar simplemente lo que “es”. Y no se trata de conformismo, sino de aceptación. Solo reconociendo qué tenemos en stock -y qué no- podemos tener una visión realista de qué está necesitando nuestra vida. Obvio que acá vamos a atravesar dolor, enojo, indignación y otros sentimientos desagradables. Lleva tiempo y paciencia porque, en definitiva, tenemos que dejar ir lo que perdimos, lo que salió mal, y también admitir que personas queridas no se comportan como querríamos. Perdonarnos por nuestras propias fallas y perdonar a otros por las suyas no significa aprobar lo ocurrido, pero sí liberarnos y ponernos en un camino más empático y comprensivo.
2. Revisar nuestros propios relatos
Buscar nuestro “yo fuerte” también supone cuestionar todo eso que nos decimos sobre nosotras mismas. Como la mayoría de las personas, seguramente vos también creaste relatos sobre vos, tu historia, tu entorno. Está bien que así sea, porque esas “minibiografías” nos permiten experimentar una sensación de propósito, de pertenencia y de identidad. El asunto es que, a veces, los tenemos tan cocinados y listos para servir que terminan entrampándonos, porque son muy buenos para transitar ciertos momentos, pero no para creérnoslos del todo. Entonces, está bueno revisar esa historia a ver qué tan veraz es y qué tan vigente está hoy.
Vamos a descubrir más sobre nosotras y nuestra relación con el mundo. Por lo general, nos cuesta deconstruir la tarjeta personal con la que vamos por la vida, donde dice: “Ella, la que siempre se las bancó solita” o “Ella, la que siempre fue dejada de lado” o “Ella, la que no tiene suerte en sus relaciones”. Un buen modo de hacerlo es contarnos una historia que linkee las situaciones difíciles que nos tocó atravesar con nuestros recursos y carácter. De este modo podemos observar nuestra resiliencia, es decir, la capacidad no solo de resistir las dificultades, sino de fortalecernos ante ellas.
3. Calibrar expectativas
¡Temón! ¿Qué pasa con las expectativas? Nos ponen en un lugar de espera y de ilusión. La palabra “expectativa” tiene raíces latinas y significa “esperanza de que pase algo”. Es decir, esperamos que pase algo a veces sin intencionarlo, sin activar algo en esa dirección, a veces sin siquiera comunicarlo. Entonces, si no pasa…, ¡zas!, viene el desencanto. ¿O no te encontraste últimamente diciendo: “Che, pero no es tanto lo que pido” o “Sabía que esto iba a pasar”? Puede tratarse de una situación en la oficina o una simple tarea hogareña que esperabas que hiciera tu pareja. Las expectativas son una permanente fuente de frustración.
¿Qué sugiere Brené Brown sobre este punto? Reconocer qué esperamos de los demás y de las diferentes situaciones y expresarlo. También, a veces, tenemos que dejar que ciertas expectativas se esfumen o diluyan para siempre. Como la necesidad de que mamá y papá cambien, por ejemplo: ¡sabelo, no va a pasar! O pretender que en tu pareja no haya desacuerdos; alta decepción te vas a llevar. Qué liberador es identificar expectativas, desechar las que no sirven y comunicar las que son auténticas y vitales. Ahí también hay otra gran fuente de fortaleza interna.
4. Pedir ayuda
Para las que solemos construirnos en el papel de la heroína “todo-lo-puedo-sola”, quizá sea lo más difícil. Aprender a recibir es uno de los grandes desafíos que nos toca atravesar. Tanto es así que hay toda una tradición de conocimiento que viene desde el siglo XII, la Kabbalah, centrada en esto.
¿Quién recibe? Quien se lo permite. Las mujeres solemos mostrarnos muy autosuficientes. Desde chicas nos enseñaron a no depender de nadie; a esto se suma una cuestión cultural-patriarcal que hace que siempre nos sintamos obligadas a demostrar más para conseguir que nos reconozcan. Pero cuando acudimos a otra persona para enfrentar una situación, muy lejos de lo que pensamos, estamos mostrando fortaleza. El simple hecho de reconocer que no podemos muestra que conocemos nuestros límites; estamos mostrando humildad (“quizá vos sepas algo que yo no”) y una apertura a aprender algo nuevo. Si no podemos pedir ayuda sin juzgarnos, tampoco podemos ofrecerla sin juzgar. Algunas veces confundimos el “pedir ayuda” como una debilidad, pero se necesita una gran fortaleza para saber que no podemos vencer todas nuestras batallas solas.
5. Crear apego
Cuando te enfrentás a un desafío, una decisión difícil o una crisis, recurrir a tus vínculos más potentes es una gran idea. Se trata de personas que te conocen bien -tus amigos, tu mamá, tu papá, tus hermanos, tu pareja-, y son la plataforma de ese amor que nos hace despegar fuerte. Pero si no encontrás esto en ninguna persona, no es momento de abandonar el cohete, sino que te toca ser vos misma esa persona que te abraza. Permitite estar en silencio, habitar tus sentimientos, mimarte y decirte cosas lindas. Como dice nuestra psico: podés -y a veces tenés que- ser vos misma esa mamá que te cuida.
Los humanos somos los únicos mamíferos que exponemos nuestra parte más vulnerable: el pecho. Ahí está el cuarto chakra, el cardíaco, por donde pasa la necesidad o deseo de contacto íntimo, de unicidad, armonía y amor. Entonces, cuando necesites fuerza, no está mal replegarte en posición fetal, protegiendo esa zona, indicándole a tu cerebro que no hay nada que hacer, roles que cumplir ni batallas por pelear. Date ese ratito (si querés, abrazada a un almohadón) y vas a ver cómo surgís renovada.
Y vos… ¿De dónde obtenés tu fortaleza?