Trump politiza el terror y la crueldad
Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice
Entre el jueves y el sábado de la semana pasada el presidente Donald Trump dio dos reversazos: canceló la orden de atacar militarmente a Irán por el derribo de un dron estadounidense que presuntamente voló en espacio aéreo iraní; y frenó la realización de redadas para detener a unos 2,000 indocumentados con órdenes finales de deportación que comenzarían ayer domingo a través del país.
Trump asegura que el retraso de dos semanas dará tiempo para que demócratas y republicanos del Congreso arriben a un acuerdo sobre los 5,000 millones de dólares que el gobierno exige para manejar la crisis humanitaria en la frontera, con más camas en centros de detención, entre otras cosas. Trump también quiere cambios a las leyes de asilo que durante meses ha pisoteado en la frontera sur para impedir que migrantes centroamericanos que huyen de una brutal violencia puedan solicitar refugio en Estados Unidos.
De no haber acuerdo, afirmó Trump, las redadas procederán. El Congreso inicia a fines de esta semana un receso por el feriado del 4 de julio de manera que la posibilidad de tal acuerdo no queda clara.
A simple vista, cualquiera pensaría que Trump demostró sentido común en ambas instancias, evitando una guerra y las deportaciones, pero si se le rasca un poco al asunto queda expuesto cómo a Trump no le importa infligir terror echando mano de sus fuerzas militares y policiales con fines estrictamente políticos.
El cuento de que frenó el ataque contra Irán a escasos minutos de que se emprendiera porque se enteró de que 150 iraníes perderían la vida no se lo cree nadie. Lo insólito es que lo haya autorizado por el derribo de un dron y que tras 18 años de presencia militar estadounidense en Oriente Medio por una guerra, la de Irak, llevada a cabo por un presidente republicano, George W. Bush, con base en falsedades, de que el régimen de Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva que nunca aparecieron, Trump le hiciera caso inicialmente a los mismos funcionarios que lideraron el fiasco de Irak. Trump parece guiado por lo que supone para su ego ordenar y cancelar operativos militares sin medir las consecuencias, como si se tratara de un juego de soldaditos.
Y el caso de las deportaciones es todavía más claro. Trump anunció las redadas nacionales que ni siquiera los encargados de conducirlas estaban convencidos de que se tratara de un buena idea. Una vez más, Trump quiso demostrar ante su base que su política de línea dura es real, sin importar el terror que pueda generar en la comunidad inmigrante y sin medir que las familias afectadas son, en gran parte, de situación migratoria mixta, donde hay ciudadanos y residentes permanentes y que, como siempre, los más vulnerables son los niños, muchos de ellos ciudadanos estadounidenses que viven con la constante amenaza de que en cualquier momento sus padres pueden ser deportados.
Claro está, nadie espera que Trump demuestre un poco de humanidad con la población inmigrante y con ciudadanos al interior del país, porque ya hemos visto lo que pasa en la frontera.
Porque hay que ser despiadado para no estremecerse ante los reportes que han emergido sobre el trato inhumano a niños en centros de detención operados por autoridades estadounidenses. Cada día se revelan horribles detalles de niños sin atención médica adecuada; de niños cuidando de niños, en condiciones insalubres, sin poder bañarse por semanas, sin un cambio de ropa limpia, durmiendo en el suelo bajo temperaturas gélidas y sin cobijas, sin acceso a servicios sanitarios, ingiriendo alimentos expirados o sin cocinar. Al menos seis menores han muerto en custodia de las autoridades migratorias, y uno se pregunta cómo no han sido más las víctimas en estas precarias condiciones.
El video que circuló de la abogada del Departamento de Justicia, argumentando ante un panel de jueces del Noveno Circuito de San Francisco, que el gobierno no tiene por qué proveer jabón, pasta de dientes y cobijas a los niños para garantizar condiciones “sanitarias y seguras”, le hace hervir la sangre a cualquiera.
Es la intensificación de la crueldad como mecanismo de disuasión, del mismo modo que separaron a niños de sus padres en la frontera, lo que todavía sigue ocurriendo, según reportes.
Que el gobierno central de una nación poderosa, la cual se jacta de defender los derechos humanos en todas partes del mundo, se ensañe de este modo con niños es aberrante. Y queda perfectamente claro que ocurre porque se trata de niños mayormente de tez oscura y de países latinoamericanos. Quizá si fueran de Noruega, la situación sería diferente.
Con sus dos reversazos, Trump no demostró sentido común, algo que realmente habría demostrado de no haber tomado las dos decisiones iniciales: atacar a Irán por el derrribo de un dron y anunciar las redades como arma política y mecanismo de presión legislativa.
Lo que queda plasmado es que, para lograr sus objetivos politicos, a Trump no le importa infligir terror entre civiles al otro lado del planeta, o entre niños, en la frontera o al interior del país.
Es la politización de la crueldad en su máxima expresión.