Editorial: Trump nos humilla

El nacionalismo de Trump se basa en una distorsión de valores

El presidente Trump habló ante líderes mundiales en la ONU.

El presidente Trump habló ante líderes mundiales en la ONU. Crédito: Drew Angerer/Getty Images

Los Estados Unidos de Trump es un fuerte medieval que se defiende de los inmigrantes y los globalistas. Es una potencia mundial que mira por arriba del muro con desconfianza y temor a un mundo cambiante. Su ambición es que el resto de las naciones enfrenten los desafíos de la misma manera. Con el mismo temor y cobardía. Los que se esconden detrás del espíritu nacionalista.

Así se puede interpretar el contenido del mensaje del presidente Donald Trump ante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas. El discurso estuvo salpicado de los lugares comunes de su campaña electoral. La enumeración de logros económicos propios y ajenos, sus disputas con Irán y China entre otros. Su mensaje fue surrealista: que lo bueno es malo. Políticas que ayudan a los inmigrantes son “crueles y malvadas”. En el trasfondo, la promoción de una doctrina nacionalista indigna, egoísta y miedosa.

Trump comete el pecado capital propio de los autoritarios: mezcla patriotismo con nacionalismo. El patriotismo se define a partir del amor a la cultura, el suelo, las personas con experiencias de vida comunes. El nacionalismo de Trump surge de la necesidad del enfrentamiento. Necesita una amenaza o un enemigo que se oponga a esa cultura, ese suelo y esas personas. Y si la amenaza o el enemigo no existen, se fabrican.

El nacionalismo de Trump se basa en una distorsión de valores. Propone sacrificar las instituciones ante la supuesta amenaza. Está equivocado al afirmar que la libertad se obtiene con el orgullo nacional, que la democracia es aferrarse a la soberanía y que la paz se logra amando a la nación. La libertad, el poder elegir a sus gobernantes y vivir en paz son derechos en sí mismos. Son aspiraciones naturales que no se definen con fronteras.

El nacionalismo está ligado al personalismo político. Muchos de los gobiernos que se definieron nacionalistas estuvieron encabezados por líderes autoritarios y simples dictadores, que se erigieron en defensores de valores, que ellos mismos interpretan. Para ellos la democracia está supeditada a la soberanía. Eso significa que se puede limitar la primera en una supuesta defensa de la segunda.

Trump ya no sorprende. Sus simpatizantes quisieron que hable de la grandeza de Estados Unidos. El habló de la grandeza de Donald Trump.

El discurso ante las Naciones Unidas fue solo una más en la serie de humillaciones que Estados Unidos sufre a manos de su presidente.

La globalización capitalista agudizó las desigualdades económicas. Es necesario entonces un replanteo a la luz del impacto conocido. Pero eso no significa ver la cooperación internacional como un complot globalista que sacrifica la soberanía.

Lo mejor de nuestra historia se escribió trabajando con aliados internacionales, cultivando relaciones en vez destruirlas, como ocurre ahora.

Trump llevó la paranoia nacionalista a la ONU. Mostró que por hoy nuestro país se define por sus temores, en vez de sus valores. Es el que confunde temple con miedo. Eso no es lo que somos.

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