Madre indocumentada logra residencia gracias a hija reservista del Ejército

Abogada explica que en ocaciones no es suficiente tener un hijo ciudadano de EEUU para obtener un alivio migratorio

Blanca Estela Deloya obtiene su residencia gracias a una petición de su hija reservista del ejército de EE UU. (Araceli Martínez/La Opinión).

Blanca Estela Deloya obtiene su residencia gracias a una petición de su hija reservista del ejército de EE UU. (Araceli Martínez/La Opinión). Crédito: Araceli Martínez | La Opinión

LOS ÁNGELES.- Tres décadas después de emigrar a los Estados Unidos, una madre indocumentada logró obtener la residencia permanente gracias a una petición de su hija reservista del ejército.

“Cuando mi hija me entregó la tarjeta de residente permanente no lo podía creer. La tenía en mis manos, pero no estaba segura que fuera la residencia. No quería hacerme ilusiones”, dice Blanca Estela Deloya Castro, la nueva residente de los EE UU.

No fue sino hasta que su hija Mariela Silva le dijo que la tarjeta era real, que empezó a creer que su vida en las sombras había terminado.

“Me emocioné mucho. Lloré de alegría”, recuerda esta madre.

Fue su hija Mariela quien recibió la correspondencia ese día, y abrió la carta donde venía la tarjeta de residencia. 

“Me dio mucha alegría”, dice. Tanta que de inmediato llamó a sus padres para ver donde estaban. Cogió a su pequeña bebé, y fue a esperar a sus progenitores a la parada del camión para darles la buena nueva. 

Blanca Estela Deloya Castro muestra feliz su tarjeta de residente que obtuvo gracias a una petición de su hija Mariela, quien es reservista del Ejército. (Araceli Martínez/La Opinión)

Para ayudar a la familia

Su madre Blanca Estela Deloya Castro vino en 1988 a los Estados Unidos cuando tenía 22 años de edad.

“Yo soy de un pueblo cerca de Ixtapa en el estado de Guerrero. Me fui a Tijuana con la intención de ayudar a mi  madre y a mis hermanos pequeños. Allá no hay mucha forma de ganarse la vida. No hay muchas fuentes de empleo”, cuenta Blanca Estela.

Después de unos meses de trabajar en Tijuana, cruzó de manera indocumentada hacia California.

Años más tarde en Los Ángeles, conoció a Antonio Silva, también inmigrante mexicano. Se casaron y tuvieron dos hijos, Mariela quien ahora tiene 26 años; y su hijo Antonio, el mayor de 29 años.

Cuando su hija le dijo al terminar la secundaria, que se iba a meter a la Reserva del Ejército, Blanca Estela reconoce que se preocupó mucho, pero no pudo evitar que hiciera su voluntad.

“A los 19 años, yo no tenía idea de lo que quería hacer con mi vida. Cuando me metí a la Reserva no sabía lo que me esperaba. Yo lo vi como una oportunidad de conocer otros lugares. Al principio, la separación de mis padres fue un shock, y como no estaba en forma, el entrenamiento físico fue muy duro”, dice Mariela, la joven reservista.

A la vuelta de los meses, admite que unirse a la Reserva del Ejército fue una de las mejores cosas que le ha pasado. Al terminar su preparación militar, se salió. Pero ahora trabaja para ellos un fin de semana cada mes.

“O cuando me necesitan yo estoy ahí para servirles”, comenta.

Blanca Estela Deloya feliz porque después de tres décadas como indocumentada obtuvo su residencia. (Araceli Martínez/La Opinión).

Un camino para la residencia

Fue durante los entrenamientos para convertirse en reservista, cuando al platicar con sus compañeros, se enteró que al ser parte de las fuerzas armadas del país, podía ayudar a sus padres indocumentados a obtener la residencia.

Sin embargo, Mariela se casó con un inmigrante indocumentado, y en lugar de ayudar a sus padres, decidió solicitar la residencia para su esposo.

“El matrimonio no terminó bien. Después de ayudarlo con su residencia, nos divorciamos. Cuando yo me di cuenta lo fácil que había sido ayudarlo a él, dije, qué estoy haciendo, debo ayudar a mis padres”, platica.

Mariela siempre supo que sus padres no tenían papeles. “Yo miré las marchas de los inmigrantes de 2006 y 2011. Siempre veía en las noticias todo lo malo que pasaba. La falta de estatus de mis padres era una preocupación constante. Pero me enamoré y no pensé en otra cosa más que en ayudar a mi esposo”, comenta.

Cuando se divorció y regresó a vivir con sus padres al sur de Los Ángeles, se sentó a platicar con ellos para iniciar el proceso de residencia. 

“La verdad que el factor económico era algo que nos detenía”, dice. Pero decidieron pedir primero la residencia para la madre.

Blanca Estela Deloya con su hija Mariela quien le ayudo a obtener la residencia, y su nieta de meses. (Araceli Martínez/La Opinión).

Miedo a la separación

Yo tenía mucho miedo por mis padres. Qué tal si los agarra la Migra, y nos los vuelvo a ver. Qué tal si me pasa algo. Quién me va a ayudar. Son lo único que tengo”, comenta que se decía a sí misma.

Fueron entonces a ver al abogado en migración Eric Price quien tomó el caso, y presentó la petición de residencia para su madre basado en que ella es miembro de la Reserva del Ejército EE UU.

“Arreglamos todos los papeles que nos pidió el abogado, y presentamos la petición”, dice.

Blanca Estela de 54 años de edad, dice que siempre vivió con miedo a una deportación.

“Después de presentar la solicitud de residencia, me llegó un amparo contra una posible deportación con duración de un año, y estaba a punto de vencerse cuando recibí la tarjeta de residencia a finales de noviembre”, cuenta.

Esta madre explica que aunque sus dos hijos mayores de 21 años, podían solicitar su residencia, no era suficiente para obtenerla debido a que ella no tiene una entrada legal al país.

El hecho de que su hija sea reservista, cambió todo.

La nueva residente permanente de los EE UU, dice que su mayor deseo es visitar México el año entrante, y reencontrarse con sus hermanos a quienes no ha visto por décadas.

“Cuando mi hija me dijo que se iba a ir a la Reserva, nunca pensé que eso me abriría las puertas para la residencia. Yo estaba en contra de que se uniera a ellos porque temía por su vida”, reconoce esta madre quien se gana la vida como costurera.

Ya con la residencia, admite que le gustaría hacerse ciudadana en cinco años cuando califique para dicho proceso.

Con sus hija de meses en brazos, Mariela afirma que se siente “bien feliz y orgullosa” de haber ayudado a su madre a obtener la residencia, y ahora quiere apoyar a su padre.

La residencia es devolverles un poco de lo mucho que ellos me han dado. Me siento muy contenta de ver que mi madre por fin está en paz”, sostiene. 

Blanca Deloya no puede creer que ya es residente permanente. (Araceli Martínez/La Opinión)

No basta con tener hijos ciudadanos

La abogada Mitzi Cárdenas de las oficinas de Eric Price, precisa que Blanca Estela obtuvo la residencia porque su hija que nació en Estados Unidos, es mayor de 21 años, y es miembro de la Reserva.

“No basta con que los padres indocumentadas tengan un hijo ciudadano en los Estados Unidos mayor de 21 años para solicitar la residencia, necesitan otro factor de ayuda. En este caso fue su hija que es reservista, indica.

Blanca Estela pudo sacar un permiso que se llama Parole in Place(PIP). En español, se conoce como entrada legal en su lugar.

“La ley de Migración, dice que si tienes un hijo en el ejército, en la marina o en la reserva militar puedes pedir ese permiso que funciona como una entrada legal para propósitos de solicitar la residencia”, aclara la abogada.

Una vez con el parole in place, se procede a pedir la residencia.

“Este procedimiento en ocasiones se dilata porque migración quiere más evidencias de que los hijos en verdad sirven en las fuerzas armadas”, indica la abogada.

El alivio migratorio Parole in place (PIP) está disponible para que ciertos familiares indocumentados de militares, puedan obtener su residencia en los EE UU. La ventaja es que los familiares no tienen que salir del país para iniciar el trámite.

En 2013, el Departamento de Seguridad Nacional a petición del Departamento de Defensa emitió un memorando destinado a prevenir la deportación de esposas, padres y niños en servicio activo a través del Parole in Place para que sus familiares militares no estuvieran preocupados del estatus migratorio de ellos cuando estuvieran en una misión.

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