En el Día de los Presidentes
Lo peor es la división profunda en nuestra población que la forma de gobernar de Trump ha generado
Presidents’ Day, el día de los Presidentes, es un feriado federal establecido para honrar y recordar a todos los presidentes de Estados Unidos. Es oficialmente llamado Washington’s Birthday, por el cumpleaños del primer mandatario del país, que nació un 22 de febrero. Luego incorporó al XVI presidente, Abraham Lincoln, cuyo cumpleaños fue el 12 de febrero.
Si Washington es frecuentemente llamado el Padre de la Patria. Lincoln es considerado el Gran Emancipador y quien logró reunir al país tras liberar a los esclavos. Otros 42 presidentes en nuestra historia trataron, al menos públicamente, de respetar la tradición democrática, igualdad de derechos, patriotismo, sentido de justicia. Todos.
Menos uno, el actual mandatario, el número 45, Donald John Trump. El que se vanagloria en público de ser el mejor después de Lincoln y “quién sabe”, hasta mejor que él.
Trump es una excepción a la tradición de los presidentes del país y a la esencia de nuestra nación. En nuestro país los inmigrantes han cumplido un papel esencial, y ahora son estigmatizados y victimizados.
Los tres poderes han sido cuidadosamente equilibrados, y ahora disminuidos por un presidente que viola las normas de civilización y las leyes. La constitución, la ley y la costumbre limitan a los poderosos, pero Trump actúa como si su poder fuese ilimitado.
Trump es una excepción a todos los presidentes, quienes una vez en el poder dejaron de ser candidatos de una facción para tratar de representar a toda la población.
La presencia de alguien como Donald Trump en la Casa Blanca es una excepción visible en la celebración del Día de los Presidentes. Y no solamente porque su periplo de gobierno – sea de cuatro u ocho años – representa la antítesis del sueño americano. También porque el daño que ha causado repercutirá durante muchos años después de él.
No se trata solo de que ya ha debilitado las instituciones de gobierno con su manía de poder. O que sus dádivas económicas para reelegirse podrían llevar a una crisis después de él. O que en el plano internacional se relaciona con déspotas y dictadores y ataca brutalmente a sus críticos.
Lo peor es la división profunda en nuestra población que su forma de gobernar generó. Es la hostilidad entre dos Américas. Es el tenebroso peligro de que las diferencias crezcan, perduren y hagan crisis.
Todo esto sin considerar el indudable daño en lo que queda de su gobierno.
Por todo eso, el Día de los Presidentes debe ser un llamado de atención, a la cordura y la reconciliación. Con el ejemplo de líderes unificadores como Washington y Lincoln en mente, para acortar al mínimo los efectos de esta perniciosa presidencia y tratar de evitar sus más destructivos efectos en el tejido de nuestra sociedad.