Amantes: Comer migajas no es sano ni justo
Ser amante es una vida de sombras, de confusión, un proceso de atrapamiento de donde hay que salir
Todo ser humano tiene una energía que puede atraer a otra persona. Y a su vez, si esa persona siente la misma atracción, surge una gran pasión que no baja, sino que sube como “La bilirrubina” de Juan Luis Guerra. Está locura nos saca de control, tiene tanta fuerza que nos impide “despegarnos” aunque queramos, por tener otra relación previa o estar casados.
Si el sentimiento se mantiene, se siguen viendo y tienen Chaca Chaca. Sienten una gran intimidad, son los mejores amigos, comparten gustos, ideas sobre el mundo, valores, etcétera. Empezamos, sin darnos cuenta, a construir un vínculo afectivo que supera la pasión, que nos mantiene aferrados el uno al otro. Usted llamó al diablo y lo vio llegar.
Estar enamorado produce sexo de fuegos artificiales, un deseo profundo de estar y salir con el otro, de hablar por horas… ¿Por qué algo tan hermoso es “llamar al diablo y verlo llegar”? Sencillamente, porque todo lo que se hace, tarde o temprano tiene consecuencias.
Si se hace a escondidas, si afecta a un tercero —en este caso a la esposa o el esposo—, surgirán sentimientos de culpa, celos, abandono, angustia, miedo y ganas de gritar como Mafalda: “paren el mundo, me quiero bajar”. Vivimos una obsesión, es un dilema: me quiero salir, pero estoy atado. Me parece estar oyendo a un paciente: “Yo no quiero dejar a mi mujer porque quiero a mis hijos. Me voy de viaje sin mi amante, pero no puedo dejar de pensar en ella, y en cada mujer la veo. Esto es una obsesión”.
En ningún matrimonio la pareja te llena un 100%. Esos vacíos emocionales se completan con otras cosas: trabajo, amigos, deportes, arte… También podemos permitir que alguien entre por ese vacío. Pero, si no ponemos límites o salimos corriendo, entraremos en un triángulo amoroso que nunca termina bien para nadie. Ni para la esposa, ni para el esposo o la amante, ni mucho menos para los hijos. Como dice el gran escritor y psicólogo Walter Riso: “en la infidelidad no hay títere que quede con cabeza”.
Ser amante es una vida de sombras, de confusión, un proceso de atrapamiento de donde hay que salir. Es una adición, una obsesión que necesita terapia urgentemente. Bregar con el rechazo de la sociedad, la depresión, la rabia tragada, la incertidumbre, llevan a la amante a tomar una decisión muy dolorosa para ambos. De no hacerlo, terminará sumida en una gran soledad y hasta en drogas o suicidios.
Este tipo de relaciones se van consolidando. Mientras más pasa el tiempo y el vínculo se hace más fuerte, los conflictos comienzan a ser mayores, la familia se entera y los hijos sufren.
Existen razones para la infidelidad como estrellas en el cielo. El corazón tiene razones que la razón no entiende. Pero no olvide que comer migajas, y no el pan entero, no es sano ni justo.