¡Un aplauso de pie! Centenares de trabajadores de la salud hispanos luchan contra el coronavirus
Muchos de estos "héroes", vinieron de países latinoamericanos y caribeños. Hoy son parte vital en un capítulo amargo en donde la muerte se multiplica como nunca, en las frías y congestionadas salas de urgencia de NYC
“Quédate en casa”, la orden de prevención sanitaria para poner muros de contención al coronavirus, ha sido obviamente un mensaje sin sentido para miles de trabajadores esenciales, que bregan las 24 horas en los pasillos de centros hospitalarios públicos y privados de la ciudad de Nueva York, el epicentro mundial de la pandemia.
El potente brote infeccioso, sigue clavando una estocada dolorosa, en los cinco condados de la Gran Manzana, desde su aparición el pasado 1 de marzo. Pero para los trabajadores de la salud y sus familiares, el desafío ha sido triple: salvar vidas, exponerse como nadie por horas al COVID-19 y extremar sus medidas de higiene para resguardar a su familia.
Muchos de estos “héroes”, vinieron de países latinoamericanos y caribeños, otros nacieron aquí y lograron el anhelo de sus familias inmigrantes de verlos convertidos en profesionales de la salud, que son parte vital en un momento histórico en donde el llanto y la muerte se multiplica como nunca, en las frías y congestionadas salas de urgencia.
En los más de 80 hospitales de la Gran Manzana, sin contar los centros comunitarios de salud y los centenares de unidades de asistencia primaria, en este instante, miles de trabajadores están poniendo su hombro y su alma, para tratar de contener al máximo los efectos devastadores de un virus, que se afincó con fuerza en las familias hispanas.
“Aquí es importante la labor de todos, de los que limpiamos, para que los médicos puedan estar cómodos en su área. Ni hablar del personal de enfermería que tiene que atender hasta 20 enfermos al mismo tiempo”, dice Lucy Paz, una trabajadora de mantenimiento nicaragüense de un Hospital en Queens, el condado neoyorquino más “herido” por la pandemia.
La llamada que nadie quiere hacer
Lo más doloroso para Osbin Alvarado, de 32 años, un doctor especialista en medicina familiar nacido en Guatemala, ha sido la alta frecuencia con que ha tenido que comunicarse, vía telefónica, con familiares de víctimas mortales del coronavirus, para darle la peor de las noticias que existen en el acto hospitalario: “su madre, su padre, su hermano, su abuelo o su hijo ha fallecido”.
El centroamericano trabaja como residente en el Bronx Health Care, ha vivido en primera línea los altibajos de la pandemia en la ciudad de Nueva York. Y ha tenido que hacer muchas veces esa “difícil llamada”, desde que el COVID-19 empezó a castigar a los neoyorquinos.
“Si bien estamos preparados, para que la evolución de los pacientes no sea siempre satisfactoria, en este caso, desde el principio experimentamos una tasa muy alta de mortalidad. Esto implica un esquema emocional muy diferente. Los dolientes no pueden despedir de manera normal a sus familiares”, reseñó.
El médico nacido en Huehuetenango, razona que ningún hospital, ni grupo médico del mundo, estaba preparado para enfrentar las particularidades de esta pandemia.
“Al llegar a la consulta, sabes que vas a librar una batalla distinta, con cada paciente. Es impredecible, aún para la ciencia, cómo el COVID-19 va a actuar. Hay pacientes que llegan con cuadros respiratorios agudos y lo superan. Otros, solo presentan fiebre y lamentablemente mueren”, reseñó.
El alivio que te hablen en español
Alvarado quien asumió el reto, desde hace 3 años, de emigrar a la Gran Manzana para perseguir su reto personal de trabajar como residente en un centro hospitalario, es apenas uno de los tantos “soldados” hispanos que han puesto todos sus conocimientos y esfuerzos para salvar vidas.
“En mi área de atención hemos recibido centenares de enfermos hispanos. Sin duda, los más afectados por este virus. En muchos casos, es un alivio para ellos cuando se encuentran con trabajadores de la salud que hablan su propio idioma. La interacción es distinta, se sienten menos presionados”, comenta.
Este médico egresado de la Universidad de San Carlos de Guatemala, logró validar sus estudios académicos en este país, en medio de grandes dificultades.
“Debes empezar desde cero, estudiar mucho de nuevo, pero esta experiencia aunque dejará mucho dolor a quienes hemos trabajado en emergencias en esta ciudad, también es un momento crucial para valorar más la vida”, concluye.
“Quedarán muchas secuelas”
La psicóloga clínica dominicana Julia Bello, de 58 años, residente de El Bronx, desde que el coronavirus empezó a descender como una fuerza destructora para las familias hispanas de Nueva York, ha estado en la línea delantera de atención, en uno de los vértices más complicados que ha detonado esta crisis: la salud emocional
Como integrante de la Hotline de la unidad de prevención del suicidio de la ciudad de Nueva York y voluntaria de apoyo psicológico a varios gremios, ha observado con mucha cautela una situación de pánico colectivo y de ansiedad, de la cual no escapa el personal médico y hospitalario.
“Esta pandemia y sus implicaciones, nos ha conmocionado a todos. Y a nosotros como trabajadores de la salud que vemos esta emergencia, que pareciera no tiene fin, debemos lograr un control emocional, muy intenso, todos los días”, precisó.
El gremio de médicos de la Gran Manzana, perdió a uno de sus integrantes, en medio de la pandemia, pero no porque sucumbió ante el COVID-19, sino por la fatiga emocional que enfrentaba en una emergencia de la ciudad.
Fue una noticia dolorosa cuando trascendió que la doctora Lorna Breen, quien era directora de las urgencias del Hospital New York-Presbyterian Allen en Manhattan, se suicidó tras confesar a sus familiares que “no soportaba ver morir a tanta gente”.
“Ese hecho generó una bandera roja en nuestro gremio. Ella sufrió un stress agotador. Ha sido un claro ejemplo de los riesgos que implican los cambios bruscos en la vida de las personas. En muchos casos, el personal hospitalario completa jornadas muy largas, marcada por una tensión por el creciente número de pacientes, con mucho miedo, clamando por salvar sus vidas”, explicó
Ante la extrema decisión de la doctora Breen, se creó una especie de conciencia profesional en el gremio de la ciudad, para evitar a toda costa que la fatiga emocional propia de estos tiempos, siga llevando a los trabajadores de la salud a decisiones desproporcionadas.
“Casi de manera informal y espontánea, hemos creado grupos de ayuda a través de nuestros contactos telefónicos. El mensaje es muy claro: si te sientes muy abatido emocionalmente, toma una pausa”, explicó la psicoterapista.
“Ideación suicida ha aumentado”
Esta profesional de la psicología, egresada de Long Island University, nacida en Santo Domingo y con 32 años residenciada en la Gran Manzana, no niega que le afecta en lo personal el “duelo y el pánico colectivo” que hay en las comunidades latinas de El Bronx y el Alto Manhattan. Su principal área de acción.
“Recibimos a diario no menos de 50 llamadas, porque mi teléfono lo he puesto a disposición de mi gente, las 24 horas. A juzgar por el número de personas, que recurren a nuestros servicios, no es difícil concluir, que la ideación de suicidio ha aumentado de manera alarmante”, indicó Bello.
La inmigrante quisqueyana también trabaja como asesora en la unidad de asalto sexual de los Hospitales de Jacobi y Lincoln.
“Nosotros estamos en la calle, además en un voluntariado con los bancos de comida de El Bronx, en donde a través de Erangel Church, se distribuyen alimentos a los ancianos, que son los más vulnerables en esta circunstancia”.
Bello avizora que detrás de esta pandemia quedará una secuela emocional en la ciudad difícil de borrar, tanto para el personal médico asistencial, como para la sociedad en general.
La psicoanalista describe que los cambios para nuestras comunidades, especialmente los inmigrantes, fueron muy violentos, pues de la noche a la mañana miles de personas se quedaron sin dinero, sin trabajo y con el pavor de sufrir a causa de esta nueva enfermedad.
“Pero para nosotros, el personal asistencial, ver tan de cerca una tragedia tan desproporcionada implicará mucho tiempo para volver a nuestra rutina emocional”, sentencia.
Testigo de lo frágil de la vida
Está cumpliendo el segundo año de medicina interna en el Hospital Brookdale en Brooklyn y le ha correspondido vivir por largas horas los rigores y la exigencia que ha impuesto el ascenso en número de pacientes sospechosos y confirmados de coronavirus. Se trata de la médico dominicana, Nicole de León, de 30 años, quien tiene dos años residenciada en la Gran Manzana.
“Ha sido una experiencia muy particular. He sido testigo de lo frágil de la vida y especialmente lo débil que es nuestra comunidad hispana, que sufre de muchas co morbilidades y enfermedades asociadas con su calidad de vida”, dice León.
La profesional de la medicina, asegura sentirse afortunada de estar en medio de esta emergencia de salud pública, siendo parte del equipo, que está en la primera línea de riesgo en los centros hospitalarios
“Además, me ha dado mucha satisfacción, que ser bilingüe, sea un punto de apoyo para centenares de pacientes, que muchas veces por las barreras idiomáticas le es imposible cumplir instrucciones básicas, porque no entienden el inglés”.
Muchas veces no comprender los detalles de una indicación, en medio de la tensión de una infección que es potencialmente mortal, puede ser la diferencia entre vivir y morir.
La médico caribeña, quien ha visto transcurrir su labor de las últimas ocho semanas, en medio de pacientes de muy bajos recursos que deben enfrentar una enfermedad que todavía no es comprendida del todo para la comunidad científica, asevera que tiene un doble compromiso: cuidar a su familia.
“Desde enero no veo a mi papá, que tiene cuadros de salud preexistentes y mantenerme lejos de él, es mi mejor manera de protegerlo en este momento. Es parte de la tarea que tenemos como médicos”, concluyó.