Editorial: Racismo nuestro de cada día
La búsqueda de justicia no puede empañarse con actos de vandalismo. Hay que protestar de manera pacífica. Y la policía está para proteger no para atacar a los manifestantes
El asesinato de George Floyd prendió fuego las ciudades de Estados Unidos. El sadismo del uniformado blanco con la rodilla en el cuello de un afroamericano. La mano en el bolsillo de la rodilla que asesina y un expresión de que “yo hago lo que quiero” ante la gente que por ocho minutos que le ruegue que pare porque está matando a su detenido.
El racismo institucional que representa el abuso policial hacia el afroamericano es una mecha está latente para causar una explosión social. La diferencia es que hoy hay más de 100,000 muertos en tres meses por la pandemia, una cuarentena asfixiante y 40 millones de desocupados. Hay un descontento por la impotencia del encierro y un temor por el futuro cercano incierto.
Hay un vacío de liderazgo en la Casa Blanca. El presidente es capaz de crear divisiones por el simple hecho de llevar un tapabocas para no contagiar al prójimo. Poco se puede esperar de Donald Trump en lo ocurrido en Minnesota más que lo formal.
Hay una larga historia de ensañamiento hacia el sospechoso es afroamericano. Trump es quien hablando con policías les dijo sonriendo “por favor no sean demasiado buenos” con la gente que arrestan.
Esta es la caldera que explotó durante el fin de semana en nuestro país. En cada una de las ciudades se recordaron los Floyd propios. En la mayoría de ellos la impunidad acompañó el crimen. No hubo video.
El exceso de confianza de ser intocable se reflejó en el desparpajo que tuvo el policía Derek Chauvin al matar a su detenido. Se hizo un reporte policial diciendo que Floyd se resistió y luego que “parecía estar sufriendo una condición médica.” Chauvin tenía 17 quejas de uso de violencia.
Todo esto obliga a levantar la voz. A protestar por la violencia, por el racismo nuestro de cada día. Ese que se manifiesta contra un afroamericano que disfruta en paz el Central Park de Nueva York. Por el ambiente que tolera el odio racial disfrazado de nacionalismo. Pero no justifica la destrucción.
A veces basta que una persona inicie el caos para que otros se sumen en la mentalidad de masa. Es sabido la acción de gente que en medio de una protesta pacífica provoca la violencia.
Ellos no buscan justicia sino destruir el sistema. También se sabe de la táctica de usar los medios sociales azuzando a los afroamericanos para provocar divisiones raciales.
Hoy es la sociedad que parece no poder respirar, como fueron las últimas palabras de Floyd.
La energía y enojo justificado hay que canalizarlo en las urnas. Las protestas hay que convertirlas en votos para noviembre. El cambio en la Casa Blanca no borrará el racismo arraigado en la sociedad, pero servirá para decir de la manera más contundente: ¡Basta!