La pandemia “movió la vida” de los trabajadores de ancianatos y asistentes domésticos de la Gran Manzana
Entrado el mes de agosto y la "tormenta del coronavirus" estando más calmada, aún muchas agencias de 'home attendants" sufren una baja sensible de personal que ronda entre el 30% y 40%
“Desde hace un año y tres meses atendía a un señor en el Upper East Side de Manhattan, que sufre de Alzheimer y episodios psicóticos. Pero la pandemia nos movió”, comparte Miguelina Calil una asistente domiciliaria paraguaya que asegura que el COVID-19 “trastocó hasta el fondo” la vida de esta esencial fuerza laboral.
Como Miguelina, quien reside en el sur de El Bronx, miles de estos trabajadores que requieren de certificaciones y entrenamientos para poder realizar sus labores a través de las agencias que los contrata estan en sus casas. La emergencia de salud pública, causada por el coronavirus, tomó a todos por sorpresa y la reacción ante este escenario fue muy variada.
“El abuelito para el cual trabajaba, vivía con su hija mayor. Básicamente yo iba a ayudarla porque son pacientes que requieren de mucha paciencia. Cuando empezó a ponerse todo complicado con el virus a mediados de marzo, me dijeron que por ahora no requerían mis servicios”, contó.
La faena de esta inmigrante, que desde hace 15 años trabaja con personas de la tercera edad, empezaba temprano. Preparaba el desayuno y en los días que el clima lo permitía lo sacaba a pasear. Se encargaba de su aseo personal. No suministraba medicamentos porque no estaba autorizada, pero tenía un alerta en su teléfono para recordarle la hora de los tratamientos.
“Honestamente te puedo decir que durante esos meses tuve una relación muy especial con la familia. En la agencia me explicaron que la hija del señor tenía mucho temor. Como yo tomaba el tren, corrían el riesgo de que los infectara. ¡Tenían razón!” dijo la trabajadora para quien la pandemia como a miles en la Gran Manzana le trastocó su bienestar.
La señora Miguelina, desde el pasado 24 de marzo, no tiene ingresos porque de alguna manera el COVID-19 la aleja de la “razón de ser” de su trabajo.
Al igual que esta inmigrante suramericana, se cuentan por centenares en la Gran Manzana quienes teniendo como profesión atender en diferentes áreas a adultos mayores, las reglas de distanciamiento social y los temores de grupos familiares, los limita de la posibilidad de ejercer el oficio para el cual están debidamente entrenados.
Al filo de un doble riesgo
La historia de la dominicana Josefina Dominguez de 50 años es diferente.
La isleña residente de Inwood y quien trabajaba como asistente de una anciana en el Bajo Manhattan, decidió abandonar su trabajo a principio de abril y aplicar a los beneficios del seguro de desempleo.
“Mi mamá se enfermó del coronavirus y murió. Yo me encerré porque soy todo para mis dos hijos. Me aterró dejarlos solos. Todo lo que escuchabas en la ciudad era de muerte. Después me enteré que la señora que yo cuidaba también falleció. No sé si fue por el COVID-19. Me dio pesar. Ella solo necesitaba compañía”, contó Josefina.
Para muchos de estos trabajadores optar por los beneficios del desempleo, les resultaba mejor económicamente y menos riesgoso.
Entrado el mes de agosto y la “tormenta del coronavirus” estando más calmada, aún muchas agencias de ‘home attendants” sufren una baja considerable de personal que ronda entre el 30% y 40%, reportaron vía telefónica a El Diario, cuatro unidades de administración de estos servicios en el Alto Manhattan.
“Una línea peligrosa de fuego”
La pandemia que impactó con una fuerza demoledora los hogares de ancianos de Nueva York también hizo también estragos en la vida de la ecuatoriana Luisa Sinche, de 42 años, quien aun trabaja como asistente en un ancianato en Forrest Hills, en Queens.
“Yo seguí en mi trabajo. Desde que empezó lo del virus, solo nos permitían trabajar al personal estrictamente necesario. Los administradores se quedaron en su casa. Un par de nuestros residentes se contagiaron con el virus. Estuvieron muy graves, pero lo superaron”, detalló Luisa.
La inmigrante quien vive en Nueva York desde hace 25 años, sintió todos estos meses que se encontraba en una “línea peligrosa de fuego”. Sin duda, había estado cerca del COVID-19. Durante los últimos meses decidió mantenerse alejada lo más que pudo, de sus dos tías y su sobrina, dentro de su propia casa.
“Fue terrible sentir que yo era un riesgo. Llegaba y me quitaba toda la ropa. Usaba máscara dentro de la casa. Nunca más me acerqué como antes a mi familia. Pero por más que hubiese querido no pude dejar mi trabajo. Cuando empezaron a facilitar los test al personal esencial y salí negativa me liberé de un peso”, expuso Luisa.