“No soy el mismo después de enfermarme de COVID-19”
Muchos que padecieron COVID-19, aún no se recuperan por completo y temen que demorará hacerlo. Estos son sus testimonios
MÉXICO – Angel Ortiz llegó puntual al trabajo. Se puso una playera de algodón y una gorra para cubrir el sol. Revisó el filo de las tijeras para podar los árboles y arbustos, para dar forma a las plantas y controlar el pasto: estaba listo para un día más en las yardas de New Heaven, en Connecticut, donde emigró hace años desde Santa Apolonia Teacalco, Tlaxcala.
Todo iba bien en su retorno a la vida laboral después de dos semanas de hospitalización por COVID-19 y el día estaba espléndido, con sol, los compañeros atentos a su salud, la familia optimista y él se sentía como el súper héroe que venció a un enemigo mortal con apenas algunos rasguños porque hasta ese momento a Angel Ortiz sólo le dolía la rodilla.
“El problema empezó cuando me puse los guantes”, reconoce en entrevista telefónica con este diario. “Empecé a sudar y a sentir un calor por dentro insoportable”.
Y otra vez: la falta de aire y luego la ansiedad que nunca en sus 35 años de vida había sentido antes de contraer el coronavirus.
Angel Ortiz es un hombre optimista. Tiene una familia bonita con dos niños. En teoría no debería sentirse acongojado, sino feliz de haber sobrevivido para gozar la paternidad; contento porque conservó su trabajo y tiene un salario que le permite una vida cómoda. Pero no: este mexicano emigrante se siente, a ratos, muy triste.
Y esos guantes de latex que no ayudan porque aprietan y le hacen sentir asfixia. Lo mismo pasa con la ropa apretada; no la soporta y quisiera por ratos no llevar nada puesto para no sentir nerviosismo. Pasa también ante eventos inesperados: se sobresalta.
El otro día, en el trabajo, vio de lejos a dos personas que no conocía y le parecieron sospechosas. Sintió miedo y empezó a sudar. El aire le faltaba. Entonces recordó a un médico y sus consejos para superar la ansiedad.
—Contar hasta 10; contar hasta 10 y respirar lento.
Uno, dos, tres, cuatro… Poco a poco, Angel Ortiz recuperó la calma en una aparente vuelta a la normalidad de su cuerpo aunque él sabe que no es el mismo después del COVID-19.
La ansiedad, el estrés y la depresión son algunos de los problemas más comunes durante la pandemia, según que reconoce la Organización Mundial de la Salud, aún en la población más joven y sana, pero, en el caso de los sobrevivientes a la enfermedad, estos síntomas suelen ser una secuela agotadora.
Andrea Bruni, asesor de la Organización Panamericana de la Salud, precisa que se puede sentir estrés, preocupación, confusión y enojo, pero “es normal”; el tiempo que duren estos sentimientos, dependerá de cómo se enfrenten. “Regularmente los consejos son los mismos: ejercicio, dieta saludable, meditación, leer libros, evitar alcohol o drogas o fumar”, advierte.
“Si alguien se siente mal de salud mental, debe pedir ayuda de especialistas, tener comunicación con los seres queridos por cualquier vía. No hacer caso a rumores, seguir las indicaciones de autoridades y limitar el tiempo de escuchar noticias que generen preocupación”.
Es “normal”, dice, sentir miedo a enfermarse o morir, a perder los seres queridos a perder el empleo, a contraer la infección. Para Angel Ortiz el miedo es esto último: volver a contagiarse y no salir vivo.
Mientras él convalecía en el hospital, mientras luchaba intubado por sobrevivir y en los ratos en que era más consciente miraba a través del cristal de su habitación los cadáveres en bolsas. Los veía sigilosos por el pasillo entre oscuros y silenciosos camilleros. “Yo no quería ser el siguiente y no quiero ser el siguiente”.
Por eso, cuanto salió del hospital fue a ver al médico que le ordenó control de peso. Ahora come verduras y otras frutas que se agregan al pan de cada día en una dieta de recuperación gradual que sería casi perfecta excepto por la melancolía de Angel Ortiz.
Ah y los guantes de latex. Si al menos pudiera usarlos más de tiempo sin sentir asfixia, sus compañeros de trabajo no tendrían que apoyarlo en la poda, pero entonces él no hubiera conocido la solidaridad de esos colegas. Unas por otras, dice.
Las secuelas físicas
COVID-19 no es una enfermedad sencilla. Mucho menos para aquellos que buscan la certidumbre porque si bien hay una listado de síntomas aceptados por los médicos, de pronto sorprende a los contagiados como Andrea Rosales, una michoacana de 42 años residente en Raleigh.
Fue hace como cinco semanas, un día martes. De pronto se sintió con nauseas tan intensas que no podía ni mirar la comida. Nunca tuvo tos ni fiebre ni dolor de garganta. Sólo un asco espantoso como si estuviera siempre a punto de vomitar.
No tenía idea de cómo se había contagiado ella, ama de casa, esposa de un trabajador de la construcción y madre de dos niños de 12 y 18 años que dieron negativo en la prueba del coronavirus. Ella fue la única enferma en casa, donde pasó la cuarentena siempre en contacto con un médico a distancia.
A ese mismo médico le contó un día, después de que la había dado de alta, que sentía algo en la cabeza, como un eco, como si estuviera hueca; que tenía un cansancio insoportable como después de un parto y que padecía del dolor de espalda y de pulmones.
Después de una revisión básica, el doctor concluyó que Andrea Rosales tiene la presión alta y los músculos inflamados . No le mandó hacerse estudios y, aunque con el paso de los días el dolor disminuye, no se va del todo y mantiene alerta a la mujer.
Las secuelas del Covid-19 en el pulmón es un asunto que preocupa a los médicos. En México se está capacitando a personal médico para que sepan atender a los pacientes que han superado al coronavirus y tienen complicaciones de tipo pulmonar en el estado de Puebla, uno de los más afectados por la pandemia.
José Antonio Martínez, secretario de Salud local, advirtió que uno de cada 10 pacientes que han sido dados de alta necesitan rehabilitación pulmonar. “Un paciente post covid necesita atención para que no recaiga o se complique si se ignoran las secuelas”.
La fatiga es otra consecuencia común. Más de la mitad de los pacientes que se han recuperado en la pandemia presentan síntomas de fatiga crónica independientemente de la gravedad de su caso.
Sergio Zúñiga, médico docente de la Universidad del Valle de México, afirma que los pacientes deben estar atentos a las secuelas porque “son fluctuantes y la rehabilitación es larga”.
Además de la afectación al pulmón y la fatiga, un enfermo en recuperación puede tener dolor en las articulaciones, dolor en el pecho, rinitis y otros daños que apenas se conocen como las afectaciones al corazón que recientemente reveló el Instituto Gladstone de San Francisco.
Tras revisar lo que ocurría al poner el nuevo coronavirus en células del corazón dentro de un laboratorio, los científicos observaron que las fibras que mantienen al corazón latiendo (sarcómeros) fueron rotas en diminutos pedazos tal como aparecen en algunas autopsias.
Alejandra García, una ama de casa de 42 años radicada en Georgia resalta otra afectación de la que poco se habl es la pérdida del olfato.
Esta migrante oriunda del puerto de Acapulco lamenta cada día de su vida no poder apreciar los aromas después de sobrevivir al Covid-19. “Es muy triste para alguien a quien le gusta la comida”.
En los primeros días de la enfermedad, Alejandra García aceptó la condición de no poder oler nada como un mal menor y pensó que, un vez recuperada, lo iba a recuperar para volver a sentir el olor de la cebolla en el sartén, ese aroma que le recuerda el embarazo de su primer hijo y una época muy relajada.
Pero los días pasan y el olfato sigue perezoso. Desde julio. “Si ese es mi destino por seguir viva tendré que acostumbrarme, pero va a ser complicado y raro no sentir ni siquiera el olor a aceite de coco que la devolvía a los años en Acapulco”. Alejandra García comienza a preocuparse.