“Dejé de ser un peligroso traficante de drogas para salvar vidas como pastor religioso”
El pastor Mick ayuda a los pobres de Burnley, en Reino Unido. Antes fue un violento traficante de drogas
La vida del pastor Mick Fleming no siempre se ha basado en ofrecer amor y cuidados.
Antes de convertirse en pastor religioso para alimentar y vestir a los pobres de Burnley en Reino Unido, este hombre era un peligroso y violento traficante de drogas.
Un momento de revelación lo cambió todo.
Esta es su historia.
La revelación
Son las diez de la mañana en una cruda zona industrial lejos en el condado de Lancashire. Mick Fleming, de 43 años, espera a alguien fuera del gimnasio.
Mick está dentro de un carro robado con el motor encendido. Lo que está a punto de hacer tiene que ser rápido.
“No había sol, era un día denso y oscuro. Conocía su rutina, todo sobre él. Era un traficante más de drogas, igual que yo”, cuenta.
Mick era un bien establecido negociador del ultramundo del noroeste de Inglaterra. Era el hombre al que telefoneaban para liquidar deudas de drogas.
Cuando recibió la llamada, significaba que alguien le debía algo a gente igual de peligrosa. Había que hacerles daño, mucho.
“Tenía la pistola dentro de una bolsa de plástico, en el asiento del pasajero, bien envuelta. Podías ver la forma del arma. No quedarían restos de ADN. Seis balas, resorte cargado. Nunca falla”.
Mick no tuvo que esperar mucho.
“Le vi irse del gimnasio. Pero esta vez fue diferente. Iba con dos niñas pequeñas, rubias, de alrededor de 5 años. Salí del auto y caminé pistola en mano. Entonces miré de nuevo a las niñas, sus caras y cabellos. Inocentes”.
Y sucedió.
Mick lo describe en detalle. Dice que vio una especie de luz cegadora saliendo de una de las manos de las niñas.
“Era blanca, blanca brillante. No pude ver durante 15 segundos. Era como mirar al sol y me quedé paralizado”, recuerda.
Mick no sabe exactamente lo que pasó ese día, pero hay algo de lo que está seguro: ese momento cambió su vida para siempre.
“Colapsé. Me fui de vuelta al auto. Me sentía enfermo; temblaba, sudaba y mi corazón latía con fuerza. Escuchaba mi pulso como si estuviese dentro de mi cabeza. No sabía qué me ocurría”.
Entonces, dice, pidió ayuda a Dios. Nada pasó. Lo único que rompía el silencio era Johnny Cash sonando en la radio. La canción era “Man in Black”.
“Me sentía como si fuese ‘Man in Black’. A esas alturas de mi vida había sido arrestado por intento de asesinato, secuestro, delitos de armas de fuego. Quería morirme. Ya había tenido suficiente”.
Mick agarró la pistola, la apretó contra su mandíbula y pulsó el gatillo. No se disparó.
“Rompí a llorar. Las lágrimas no dejaban de caer. Volví a sentirme enfermo. Vomité, rompí la radio; mi mano sangraba. En ese momento me veía tal y como era. No había llorado en décadas. La última vez tenía 11. Sentado en el carro sentí que lloraba por ese niño que era y por la vida que pude tener”.
Mick colapsó. Su violento pasado había llegado a saldar cuentas. Era el fin de décadas de sufrimiento.
Orígenes tormentosos
Mick nació en el seno de una familia obrera en Inglaterra en 1966. Su padre limpiaba ventanas y estaba contratado para limpiar fábricas alrededor de Burnley. Mick lo describe como un “auténtico seguidor del Partido Laborista”.
“No era pobreza, pero tampoco lujo. Fue una crianza estricta. Nos obligaban a ir a la iglesia. No podíamos pasarnos de la raya. Era una disciplina de la vieja escuela”.
Pero todo cambió en febrero de 1977. En el primer día del mes, Mick fue asaltado por un extraño en un parque mientras iba a la escuela. Tenía 11 años.
“Estaba muy confundido. Habían abusado sexualmente de mí y no podía lidiar con ello”.
Mick supo que necesitaba ayuda, pero antes debía decirles a su madre y su padre.
Salió de la habitación donde había estado llorando. Bajó las escaleras y miró a su madre directamente a sus ojos. Lo que sucedió después fue a la vez cruel y extraordinario.
“Antes que pudiese abrir la boca, la puerta se abrió. Era mi padre. ‘Tu hermana está muerta’, gritó. Fue brutal. Recuerdo el momento de silencio absoluto, sucedidos pronto por los gritos de mi madre, chillando como un animal“.
Mick era muy cercano a su hermana Ann, de 20 años. Dice que lo cuidaba, le daba dinero y le compraba ropa.
Ann había sufrido un ataque al corazón y murió en los brazos de su padre a las puertas del hospital de Burnley.
“Mi padre era un hombre fuerte, pero esto debió ser horrible para él. Presenció cómo doctores y enfermeras intentaban desesperadamente resucitar a mi hermana”.
Mick recuerda que ese fue el momento en que su infancia acabó. Una vida desfigurada en 48 horas.
Refugio en las drogas
“Mi solución fueron las drogas. Los siguientes 30 años fueron un infierno. Consumía cualquier droga y siempre alcohol”.
Su adicción trajo consigo el delito. A los 14 años traficaba estupefacientes.
“Movía las drogas y cobraba deudas. Era bueno en mi trabajo. Hería a la gente y no me importaba. Me arrestaron por doble intento de homicidio, por robo armado tres veces y en incontables ocasiones por delitos con armas de fuego”.
“Hacía mucho dinero, pero no había nada glamoroso en ello. Estaba perdido, intentando aliviar mi sufrimiento. Nada funcionaba”, cuenta.
“La criminalidad era mi mundo y las drogas eran una constante. Mi amigo murió en una maratón de beber alcohol a los 16 años. Se ahogó en su propio vómito. Otro amigo sufrió una sobredosis de metadona a los 17. Me volví duro ante la muerte. Siempre creí en Dios, pero también pensé que Dios no pensaba mucho en mí“, agrega.
Mick también llevaba doble vida. Tenía una esposa y tres hijos. Pero tantos años de mentira hicieron mella. La madre de Mick tuvo que intervenir para cuidar a los niños y prevenir que se involucrasen los servicios sociales.
Dice Mick que durante este tiempo “horrendo” su casa era frecuentemente redada por la policía para buscar drogas y pistolas.
“Todo esto destruyó mi salud mental. Tomé más drogas. Ahora era el hombre muy peligroso que cobraba deudas y dañaba gente. Nunca esperé vivir mucho. Siempre pensé que moriría joven. No quería vivir. No sabía cómo cambiar”.
Cambio de vida
Fue en 2009 cuando ocurrió el incidente en que Mick se reencontró consigo mismo fuera del gimnasio con la pistola envuelta en plástico. Lo que sucedió en el auto, el llamado de auxilio a Dios y el intento de suicidio propiciaron la intervención de las autoridades.
“En menos de 24 horas me procesaron bajo el Acta de Salud Mental. Mi nueva casa era la unidad psiquiátrica del hospital de Burnley. No tenía nada más que la ropa con la que llegué”.
Por extraño que parezca, dice Mick que se sentía como en casa. Los pacientes le hacían sentir querido y cuidado. Le daban cigarros, ropa, zapatillas.
“Había gente esquizofrénica sin tratar, masoquistas, gente muy enferma, alcohólicos vulnerables. Pero me daban cosas básicas porque veían que yo no tenía nada. Estaba abrumado”.
Fue aquí cuando Mick conoció al pastor Tony, quien solía visitar la unidad. Juntos rezaban y charlaban. Mick volvió a sentir emociones. Comenzó a ayudar a otros. Era el final de una vida traumática y el comienzo de una nueva llena de esperanzas.
Un encuentro por casualidad con el tutor de la Universidad de Mánchester le convenció para graduarse de Teología. El primer año fue duro y Mick tuvo dificultades para leer y escribir. Encima fue diagnosticado con dislexia y dispraxia.
Fracasó en su primer año, pero con trabajo duro y el apoyo de la universidad logró graduarse con excelentes calificaciones.
“Jamás volví a tomar o drogarme. No fue fácil. Pero era mi camino hacia Dios durante todo el 2020 y la pandemia. No sabía cuánto más necesitaría y que otra vez me abrumarían el dolor y el sufrimiento”.
El hombre de hoy
Hoy Mick es pastor religioso y a través de la iglesia caritativa ayuda a los que más lo necesitan: personas sin hogar, drogadictos, hambrientos. Durante la pandemia de coronavirus se le ha necesitado más que nunca.
Me encontré con él en una áspera tarde de noviembre en un aparcamiento casi vacío del centro de la ciudad. Eran las seis de la tarde pero el lugar estaba tranquilo, un silencio al que nos hemos acostumbrado durante los confinamientos.
Entonces el pastor Mick comenzó a hablar de todas las dificultades que ha vivido este año.
“Los políticos dicen que este coronavirus nos afecta a todos. Es mentira, si eres pobre, no tienes oportunidad”, me dice.
Empezaron a llegar. Primero personas sin hogar, cargando sus pertenencias en bolsas de basura. Luego llegaron adictos, tanto a la heroína como el alcohol. Se juntaron 20 personas, de 20 años en adelante.
Entonces llegó más gente, algunos en auto, otros a pie. Había 40 personas de todas las edades. Muchos estaban desesperados, acomodándose entre dos autos de los voluntarios, buscando calor y comida.
“No hace falta empujar, hay mucha”, gritó Kaz, voluntario y amigo del pastor Mick.
Los maleteros de los carros se abrieron. Tenían comida caliente Era difícil no notar que las manos cogían lo que podían, y algunos empujaban ligeramente.
Algunos estaban tan necesitados que sus dedos congelados se quemaban al tocar la comida, pero no se detenían y ni una sola bandeja se les cayó al suelo.
No tomó mucho tiempo para que la comida caliente se acabara. Aún quedaba más en bolsas preparadas para que la gente llevara a casa.
Alguno se quejaba de que su bolsa no tenía chocolates, por ejemplo, pero la mayoría eran respetuosos y agradecidos. También había un gran sentido comunitario.
Gente necesitada
Burnley es una de las zonas más necesitadas en Inglaterra. La capacidad de gasto del condado local se ha reducido a mayor ritmo que el promedio inglés entre 2010 y 2019.
Hay una pareja en el aparcamiento que está pasando dificultades. Ella va en silla de ruedas y él es su cuidador. Dicen que tienen problemas para conseguir suficiente dinero y comida.
“Un par de días de comida supone una gran diferencia para nosotros”, me dicen.
Un maletero de otro auto se abrió y estaba lleno de ropa.
La escena de la gente buscando a través de la ropa es más frenética. Una mujer de 30 años me cuenta que sufre depresión y que la pandemia lo ha empeorado. “Si no fuera por todo esto -la ayuda-, ya estaría básicamente muerta”.
Un hombre en lágrimas se acercó a Mick. “Mi pie está blanco, pastor Mick, tengo mucho dolor”, le dijo.
“No te preocupes hermano, lo arreglaremos”, respondió Mick, y guió al hombre hacia dos enfermeras voluntarias.
Tras 25 minutos, la urgencia inicial se calmó.
“Hay una necesidad colosal. Personas que trabajan no consiguen llegar a fin de mes. Tenemos médicos voluntarios para aquellos que no pueden acceder a cuidados primarios. Algunos de estas personas duermen sobre concreto”, cuenta el pastor.
Ruta de ayudas
Mick conduce cada día su camioneta entre las calles de Burnley. La lleva llena de comida, pan, galletas, leche, chocolate.
Le llaman constantemente. Le piden neveras, camas, de todo. Mick se encarga de conseguirlo.
Visita alrededor de 10 hogares al día durante toda la semana.
“Voy a las casas y a veces los niños rajan las bolsas mientras las llevo hacia la puerta”, dice Mick con voz quebrada. Demasiada emoción.
“Esto no está bien. No era tan malo antes del virus”.
No muy lejos del centro de Burnley, Mick visita la imponente Iglesia Anglicana de San Mateo para visitar al padre Alex Frost. Han trabajado juntos desde el inicio de la pandemia. La habitación contigua al altar es ahora un banco de alimentos.
“Pienso que el nivel de necesidad que hay ahora mismo en Burnley no tiene precedentes“, cuenta Alex.
“La gente se siente olvidada. No podemos depender de un banco de alimentos. No está bien, esto no debería ocurrir en un Reino Unido moderno. Pero así sucede”, agrega el religioso.
De casa en casa
Mick abastece su camioneta y vuelve a la carretera.
Primero visita a Pete, su esposa e hijo. La deuda les ahoga. Tienen una crisis financiera y necesitan pedir préstamos de día.
“Tuve que pedir préstamos para poder comer y pagar nuestras facturas”, dice Pete.
“Teníamos deuda de hasta más de mil libras esterlinas. Gracias al pastor Mick la hemos reducido hacia unos 200 o 300 libras. Mi hijo y esposa sufren depresión”.
Mick vuelve a la camioneta. Esta vez visita a Viv. Tiene 55 años, vive sola y su salud mental ha sufrido terriblemente durante el confinamiento.
“Dejé de comer una semana y acabé colapsando en el baño y ahí me quedé, creo, durante un día entero”, me dice.
Viv recién salió del hospital muy delgada. Mick le ha traído bebidas nutritivas altas en energía.
Vivir sola ha traído recuerdos dolorosos para Viv.
“Ha sido como perder a toda mi familia otra vez. Es como si todo volviera a pasar”.
Al irse, Mick promete recogerle su prescripción de analgésicos más tarde en el día.
“Estaba atrapada dentro de su casa. Imagina también estar atrapada en su propia mente. Dejó de vivir”, cuenta Mick.
La siguiente visita es para dejarle comida a Sheila, de casi 60 años. A Sheila le diagnosticaron cáncer en fase cuatro y estaba preocupada por el impacto que el coronavirus pudiese tener en su salud.
“Se supone que debo hacerme análisis de sangre una vez al mes. Pero nadie lo ha hecho en seis meses. Acabo de enterarme que tengo una hernia enorme. No puedo operarme porque mis pulmones no resistirían”.
Sheila depende de su nieta de 21 años.
“No quiero ser un obstáculo para el sistema. Ya me estoy muriendo. La gente necesita los hospitales”, dice Sheila.
Esto es solo una pequeña muestra de un día en la vida del pastor Mick.
Golpe a los más necesitados
En Inglaterra, entre abril y junio, las zonas más necesitadas han sufrido el doble de muertes por todas las causas que las zonas menos necesitadas.
“Nunca he visto algo como esto, a esta escala. La pobreza parece oculta, debajo de la superficie que la gente no ve”, dice Mick.
El pastor ha pasado de una vida envuelta en el crimen a ser desafiado día tras día por el impacto del coronavirus.
“Lo que hago hoy no es penitencia, todo lo contrario. Es un privilegio servir a la gente de Burnley, algo glorioso”, asegura.
En paz con el pasado
Entonces Mick revela una historia asombrosa para explicar por qué está en paz con los terribles eventos de su niñez.
Hace 10 años, Mick conoció a un alcohólico sin hogar. Le escuchó, le cuidó, le ayudó a ponerse cuerdo y reunirse con su familia. El hombre murió dos años después pero su familia estaba agradecida de haber estado juntos.
“Nunca dije a la familia o la policía que aquel hombre fue el que me violó siendo un niño. ¿Por qué lo hice? Bueno, sabía que yo había sido perdonado por mi pasado. No hice lo que él, pero sí otras cosas terribles. Pero me siento perdonado y no quería vivir en su pecado.
“Por eso soy libre. No paso mi vida en tormento. Es una redención“, afirma el pastor.
“Hacer la diferencia”
Luego encontramos a Mick rezando junto a una mujer fuera de la iglesia de San Mateo. Es la segunda semana consecutiva que la mujer acude. Estaba triste, pero encuentra consuelo en las palabras de Mick.
El padre Alex Frost explica lo que sucedió.
“Vino el sábado pasado y rompió a llorar. Nos dijo que su hija se había suicidado”.
Sonia, la mujer, luego nos explicó la diferencia que Mick y Alex han supuesto en su vida. Sin ellos, dice, también se habría quitado la vida.
El padre Alex rompe a llorar en San Mateo. “Siento ponerme triste. Cargamos con los dolores de la gente y tratas de decirles que está bien. Es muy triste“.
Mick está orgulloso de “la gente de fe tome partido y haga una gran diferencia”.
Pero Alex quiere que otros encuentren una respuesta a largo plazo para todas las dificultades que el coronavirus ha destapado en Burnley.
El gobierno ha dicho que se compromete a reducir la pobreza y ha invertido millones de libras en apoyo caritativo este año.
Esta es la historia del pastor Mick, quien ayuda a algunos de los más necesitados en Burnley. Pero el mayor temor es que los desafíos que enfrentan las comunidades más pobres persistan incluso mucho después de que acabe la pandemia.
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