Microbiota: cuánto dulce puedes comer al día para no arruinarla
A estas alturas todo se ha dicho sobre las graves consecuencias de un alto consumo de azúcar. Un reciente trabajo de investigación estadounidense, descubrió un efecto dañino relacionado con la fructosa y glucosa, ya que inactivan una importante bacteria para la salud intestinal y con ello se aumenta el riesgo de afecciones crónicas
No es ningún secreto decir que una de las más contundentes recomendaciones de salud hoy en día, es evitar el consumo de azúcares refinados. De hecho, la OMS recomienda que tanto en niños como adultos, no consuman más del 10% de la ingesta energética diaria en “azúcares libres.” Entre las fuentes más famosas se encuentran la glucosa, la fructosa y la sacarosa (azúcar blanco), que se encuentran presentes de forma natural en la miel, jarabes, jugos, concentrados de fruta, azúcar de mesa, y también como aditivos en muchos alimentos procesados. Si bien cada día contamos con más información sobre los efectos nocivos del azúcar, un grupo de investigadores estadounidenses descubrió que la glucosa y la fructosa (dos azúcares especialmente abundantes en la dieta occidental) pueden alterar el crecimiento de una bacteria presente en grandes cantidades en la flora intestinal de personas con un peso equilibrado y con buena salud: Bacteroides thetaiotaomicron.
Es bien sabido que los alimentos ricos en azúcares refinados y que se encuentran en una amplia gama de procesados, no solo son ricos en calorías: carecen de fibra. La cual se encuentra de manera natural en las frutas enteras y las verduras, es por ello que son la mejor fuente de azúcares naturales. Lo que sucede con el consumo de azúcares simples es que provocan un aumento de la glucemia y, por tanto, del riesgo de obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares.
De acuerdo con los científicos, el consumo recurrente y constante de azúcares procesados causa la inactivación de una importante bacteria para la salud intestinal: Bacteroides thetaiotaomicron y es por ello que sus efectos van más allá de su simple absorción en el intestino delgado. El nombre de esta bacteria se debe a que algunos de sus componentes se asemejan a las letras griegas “theta”, “iota” y “ómicron.” El hallazgo concreto fue que la fructosa y la glucosa son capaces de inactivar la producción de una proteína fabricada por B. thetaiotaomicron, que favorece el correcto desarrollo de la bacteria en la microbiota intestinal.
El estudio comprobó que el azúcar tiene un efecto directo en los genes. Fue realizado in vitro en ratones, y los resultados solo confirmaron lo que otros investigadores habían postulado anteriormente: la glucosa y la fructosa pueden llegar al colon, sede principal de la flora intestinal. Si bien no se trata de ninguna novedad, el hallazgo verdaderamente nuevo sobre este estudio radica en la forma en que podrían llegar a desequilibrar la microbiota y es que el azúcar no solo sirve como fuente de energía para ciertas bacterias dañinas. Suele alterar directamente algunos genes bacterianos, como sucede de manera concreta con B. thetaiotaomicron.
De tal modo que el efecto del azúcar suele ser mucho más profundo a nivel intestinal, si bien la principal recomendación es renunciar al consumo de azúcares añadidos; es igual de importante integrar el consumo de fibra suficiente en la dieta diaria. Ya que en el caso de consumir ocasionalmente algún gusto dulce, la fibra será el nutriente vital para atenuar los efectos dañinos. Recuerda que una buena salud intestinal, depende de la calidad de bacterias que conforman la microbiota y con ello se logra un sano equilibrio en todos los sistemas del organismo: digestivo, intestinal, inmune, cardíaco, mental y emocional.
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