Cuándo se recomienda desarmar el árbol de Navidad
No existe una fecha oficial para desarmar el árbol, todo dependerá de las creencias y cultura de cada familia
Pese a todo, siempre será mejor optar por un árbol de Navidad natural. Crédito: Shutterstock
El árbol de Navidad se mantiene como uno de los símbolos más reconocidos de las fiestas y ocupa un lugar protagónico en millones de hogares, donde se lo adorna con luces y esferas mientras se espera la llegada de los regalos y el cierre de un año intenso.
Aunque la imagen del pino decorado parece universal, las tradiciones sobre cuándo armarlo y cuándo desarmarlo varían notablemente entre países y culturas, lo que da lugar cada diciembre a un debate que se repite sobre el momento indicado para retirarlo.
En la Argentina, el inicio formal de la temporada navideña está marcado por el 8 de diciembre, fecha de la Inmaculada Concepción, cuando las decoraciones comienzan a aparecer en casas y vidrieras, estableciendo un punto de partida simbólico para las celebraciones.

Respecto al final del ciclo, tampoco hay consenso absoluto. La tradición más difundida señala que el árbol debe retirarse el 8 de enero, exactamente un mes después de su armado, aunque muchas familias prefieren hacerlo el 6 de enero, con la llegada de los Reyes Magos.
Esta diversidad de costumbres refleja que el árbol no es solo un objeto decorativo, sino un elemento cargado de significado emocional y cultural, vinculado al cierre de un período de encuentros, balances personales y proyecciones para el año que comienza.
Un símbolo que atravesó siglos y creencias
El origen del árbol de Navidad se remonta a antiguas culturas nórdicas, donde el solsticio de invierno ocupaba un rol central. Los pueblos celtas, por ejemplo, llevaban robles a sus hogares y los adornaban con frutas y velas como ritual de renacimiento.
Ese gesto buscaba “revivir” a la naturaleza en el momento más oscuro del año y asegurar que el ciclo vital regresaría con fuerza durante el verano siguiente, lo que convirtió al árbol en un emblema de vida, esperanza y continuidad a través del tiempo.

La tradición también se relaciona con la mitología nórdica y el Yggdrasil, el árbol sagrado que sostenía el universo y representaba la cosmovisión de los pueblos del norte de Europa, además de estar asociado al dios Frey, vinculado al Sol y la fertilidad.
Con la expansión del cristianismo, el árbol fue resignificado. Se cree que en el siglo VIII, San Bonifacio taló un roble pagano en la región alemana de Hesse y propuso en su lugar el abeto como nuevo símbolo cristiano.
Ese abeto se decoraba con manzanas, en alusión al pecado original, y con velas que representaban la luz de Cristo. Con el paso de los siglos, esos elementos derivaron en esferas, luces eléctricas y guirnaldas que hoy forman parte del ritual moderno.
Así, el árbol de Navidad dejó de ser solo un vestigio pagano para convertirse en un espacio de encuentro familiar, donde se agradece lo vivido, se renuevan deseos y se refuerzan lazos, cerrando cada año con un símbolo que sigue uniendo generaciones.