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La pequeña agricultura en México lucha por sobrevivir

El 37% de los campesinos mexicanos tienen problemas para comercializar sus productos y sólo el 25% tiene acceso a créditos

PILCAYA, GUERRERO.- Antes de enamorarse de los nardos, Efrén Valois caminó una larga ruta como peón por los campos de Guerrero y Morelos y unos meses en Estados Unidos, aunque allá no le gusto. Así que regresó a México para barbechar terrenos de otros, picar piedra, desboscar surcos, hincar el azadón hasta que ahorró lo suficiente para comprar 10 hectáreas de tierra fértil.

“Mi familia era muy pobre y yo no tenía nada más que mis manos para trabajar”, recuerda a mitad del campo, frente a uno de sus proyectos de flores a punto de ser cultivadas en este municipio del norte del estado.

Los nardos le han dado mucho en los últimos años: un trabajo digno para darle de comer a sus cuatro hijos, un cliente que le compra toda la producción para enviarla a EEUU gracias con la ventaja arancelaria del Tratado de Libre Comercio (TLC) y la ilusión de exportar sin intermediario aunque no sabe cómo y tiene miedo.

“Hasta saqué mi visa para ir a Los Ángeles para buscar socios pero querían que les enviara el producto con crédito por varios meses y yo no puedo arriesgarme a quedarme sin dinero y qué tal si no me pagan”.

Valois, de 37 años,  es uno de los campesinos mexicanos que integran la cifra oficial del 45% de campesinos mexicanos que hoy por hoy tienen todavía ganas de trabajar, un éxito relativo que les permite subsistir pero carecen de una ayuda técnica especializada para potencializarse o acceder a los subsidios y créditos que otorga el gobierno del país.

Al final de la jornada.
Así lucen las botas de Efren Valois al final de la jornada.

Programas de apoyo no están al alcance

“La falta de asesoría técnica es uno de los principales problemas de los pequeños productores”, observa Antonio Mendoza, un ingeniero agrónomo jubilado que ha propuesto sin éxito la creación de una oficina municipal con dos técnicos que hagan a los campesinos los trámites burocráticos en el municipio.

Sucede que el gobierno destina anualmente un presupuesto que ronda los 3,600 millones de dólares para nueve programas de apoyo al campo, pero las reglas de operación de la Secretaría de Agricultura  –plasmadas en un documento de 125 páginas- están redactadas en un lenguaje tan lejano a los agricultores que les resulta casi imposible entenderlas.

Y la mayoría ni siquiera saben que existen por la falta de difusión.

“Quienes resultan beneficiadas son las grandes empresas que sí pueden pagar a un especialista y no los pequeños agricultores que son para quienes están pensados estos programas”, lamenta Mendoza.

El resultado de esta situación tiene su rostro estadístico en un informe del Instituto Nacional de Geografía Estadística e Informática publicado en 2015: el 37% de los campesinos mexicanos tienen problemas para comercializar sus productos; sólo el 25% tiene acceso a créditos; 37% no puede fertilizar sus tierras y el 78% carece de infraestructura para hacer frente a las inclemencias de la naturaleza.

El rostro humano se mira en Efrén Valois, quien con todo el tesón y amor por la agricultura (no se imagina haciendo otra cosa) a veces piensa en dejar a un lado la idea de quitar de en medio al intermediario y exportar los nardos directamente para, en cambio, poner varios negocios de tortillerías.

– Así me evito de tantos problemas- dice entre dientes antes de volver a lo suyo: preparar el plan para que sus ocho trabajadores rindan el máximo al día siguiente.

Jornaleros del municipio de Pilcaya
Jornaleros del municipio de Pilcaya. /Gardenia Mendoza

“No me queda más que pagar”

Los agricultores del municipio de Pilcaya recuerdan con precisión el momento en que el TLC comenzó a hacer estragos en sus cuentas: los precios de sus productos se congelaron y los insumos (abonos, insecticidas, fertilizantes) se fueron por las nubes con embestidas cada vez más violentas por el repunte del dólar frente al peso.

Bárbara Vázquez, una mujer viuda de 75 años, sabe de ello.

Desde que murió su marido hace 37 años (atropellado mientras vendía el producto) tomó las riendas del negocio que le dio para criar a sus ocho hijos, emplear a media docena de jornaleros en la comunidad de Cuitlapa, donde vive, y mantenerla joven de espíritu.

Vestida con ropa de trabajo y mientras supervisa la selección de cosecha del día por el corredor de su casa va haciendo cuentas: el Agrofa costaba antes 20 pesos y hoy 150; el bulto de abono antes costaba 80 y hoy 500; el jornal antes costaba 60 y hoy 160. “Pero la caja de ciruela cuesta lo mismo”.

Bárbara Vazquez revisa su producción de ciruela en el municipio de Pilcaya
Bárbara Vazquez revisa su producción de ciruela en el municipio de Pilcaya

Son las 10:00 de la mañana y hace rato de los seis peones de Bárbara –todos de la familia- llevan trepados en los árboles antes de que el calor del medio día haga casi imposible la recolección y las cajas se apilen para el transporte del día siguiente por la madrugada.

Bárbara personalmente las llevara a Ixtapan de la Sal la ciudad de la región con mayor población y, por tanto, una mayor demanda para sus 50 y tantas ofertas.

Ahí también llegan turistas atraídos por los balnearios y uno que otro personaje importante atraído por la curiosidad de la casa de descanso del presidente Enrique Peña Nieto.

Bárbara pasará de largo por la residencia con su camioneta bien cargada en busca de clientes ajena a los planes del mandatario por “lograr una mayor tecnificación, mecanización y modernización del campo”, como lo anunció recientemente, poco después de que su secretario de Agricultura José Calzada Rovirosa invitara a empresarios del Consejo Coordinador Empresarial inviertan en el campo. “En el sector agroalimentario”, dijo.

“A mi es a quien hace falta que me inviten, yo le entro a todo” dice Bárbara.

* Seguna parte de una serie especial

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