Promesas que se lleva el viento
La gordita quiere adelgazar y la flaquita engordar. El jefe se le antoja tener menos carga y el subalterno anhela mandar. El ser humano es inconforme, repleto de dilemas y por lo general ansía lo que no tiene.
Por eso no me extraña escuchar la infinita gama de propósitos de enmienda y de cambio que hace la gente al comenzar año nuevo y la búsqueda afanosa de la buena suerte. El más común de los deseos es tener un cuerpo miamense, los hombres musculosos y las mujeres curvas exuberantes; los gimnasios hacen “su agosto” en enero vendiendo membresías sin vuelta de dinero, porque saben que la mayoría se rendirá antes de terminar el contrato.
La otra gran mentira es prometer alimentarse de manera saludable. El refrigerador es colmado de verduras, frutas y comidas orgánicas. Se planea desintoxicar el cuerpo, pero pronto habrá que tirar todo a la basura porque el régimen fracasa cuando la tentación de una juerga desbocada hace perder el control con kilos de grasa y litros de licor.
Sigue el juramento anual de no fumar ni beber. Conozco pocos que llegan a buen término y en el primer asomo de una crisis sacan la cajetilla de cigarrillos o la botella encaletada en la alacena, reservada por si la debilidad agobia.
Otra mentira popular de año nuevo es la de ahorrar, en especial las compradoras compulsivas de zapatos y carteras que cada vez que van al centro comercial se les resucita la pasión.
También el propósito de pedirle un aumento al jefe es una utopía. El mandamás sabe que el empleado lo intentará y es seguro que, en el pasillo o en el estacionamiento, él evite contacto. Y si al hallarlo es capaz de afrontarlo, cuando lo tenga delante, con seguridad los ímpetus solo le permitirán decir: “¡qué bonita corbata, jefe!”.
Otra mentirilla es la promesa de ir los domingos a misa y dedicarle menos tiempo a “feisbuquear” y “tuitear”, un fenómeno social que confina a una dicotomía humana.
Para no arrepentirnos y reinventar juramentos de año nuevo las siguientes semanas, hagamos propósito serios y realizables. Que las 12 campanadas a la medianoche no se vuelvan una tortura y más si se atraganta con la docena de uvas, por cada repique, pidiendo deseos y construyendo ilusiones que en muchos casos serán en vano.
El que con fe ciega sueña con viajar y para atraer esa buena fortuna carga por las calles del barrio a medianoche maletas repletas de ropa, debe recordar que la magia resulta si tiene suficiente dinero ahorrado, consigue un aumento del jefe (el de la corbata bonita) deja de comprar cosas superfluas, come bien, renuncia a fumar, a beber, va al gimnasio con puntualidad y logra tener salud. Si no, finalmente tendrá que rezar en la iglesia para pedir luz el próximo año. Recuerde que el calzón amarillo puesto al revés para la prosperidad, o trapear o barrer la casa de adentro hacia fuera para sacar la mala racha, o agarrar dinero en sus manos para ser rico en el futuro, no es lo importante. Lo que verdaderamente tiene valor es la actitud.
Hay que hacer actos buenos y no esperar que el sortilegio popular y las cábalas nos traigan la fortuna. Del cielo no llueve oro; el tesoro está en nuestro espíritu y en las ganar de vivir.