Ella era una soltera empedernida y él un hombre casado, y esto fue lo que pasó

Un amor que ningún otro superó...

Le dijo que lo saludaría cada día con un beso en la comisura de los labios, hasta que le diera un beso de verdad.

Le dijo que lo saludaría cada día con un beso en la comisura de los labios, hasta que le diera un beso de verdad. Crédito: (Suministrada)

A la primera persona que vio cuando le presentaron a sus futuros compañeros de trabajo fue a él. En el instante en que atravesó la puerta, Anita lo miró fascinada y no pudo dejar de buscar su sonrisa. A ella, con su 1.75 cm, ni le importó que él fuera 7 cm más bajo, lo único que pudo ver fueron los ojos verdes más hermosos del mundo, una expresión encantadora en su rostro y una alianza en su mano, que brillaba enceguecedora.

Al principio, no eran más que compañeros. Con tan solo 4 años más, él mostraba una madurez que la sobrepasaba en todo sentido; ella, en cambio, con sus 22 años, fluía por la vida osada hasta el extremo.

Los amantes

Envalentonada y despreocupada, lo buscaba. Lo hacía casi enloquecida; él, le quitaba el sueño. Una tarde, en un rapto de desfachatez, le dio un beso en la comisura del labio y le advirtió: “Hasta que no me des un beso de verdad, te voy a saludar siempre así”.

El primer beso fue el mejor.

Comenzaron una relación y, aparte de verse todos los días en el ámbito laboral, mantenían encuentros íntimos dos veces por semana. “Cada día que no nos veíamos lo extrañaba mucho”, recuerda Anita.

Pasaron los meses hasta que un día dejaron de compartir el trabajo. En el momento en el que se vino a despedir le dijo que era muy duro mantener una doble vida, una que desconocía y que nunca había vivido antes. “Si me hubieran dado a escoger, lo hubiera elegido entre mil personas”, afirma Anita, convencida, “Pero haciéndome la superada, aunque con lágrimas en los ojos, nos dijimos adiós”.

Reencuentro

Las semanas y los meses pasaron. Anita, se casó y esa relación duró tan sólo un año. Después, llegó una convivencia un poco más extensa y una nueva ruptura seguida de una soltería eterna. Cada tanto, husmeaba en el Facebook, buscaba a ese viejo amor que conservaba como amigo virtual y le ponía un tímido “me gusta”.

“Una tarde me contactó y nos juntamos por Palermo a tomar un trago. Ahí, me reveló que se había separado después de 10 años de casado. Al escucharlo, sentí una mezcla de desconfianza, emoción y mariposas en la panza”, cuenta Anita, emocionada.

Después de aquel encuentro, transcurrieron alrededor de 5 meses en los cuales se veían, cancelaban, cenaban, dormían juntos y ella huía despavorida por miedo a equivocarse de nuevo con el mismo hombre.

“Cuando pudo, él me buscó, me esperó y convirtió nuestra de vida en una familia”. (Suministrada)

Me cansé de esperarte

“Un día, en plena mudanza mía y con cena de por medio, le dije que cuando llegara a los 30, iba a tratar de tener un hijo, aunque fuera sola”, rememora. “Sufro de endometriosis, una enfermedad que me reducía la posibilidad de ser madre. Entonces, él me respondió: `¿Por qué tendrías un hijo sola, si podés tenerlo conmigo?´ Me morí de amor, pero seguía creyendo que lo nuestro tal vez fuera un error”.

Pero a Anita, la vida se encargó de enviarle todas las señales posibles y, un día, terminó de entender. Fue durante una tarde, mientras caminaban por la calle y él comenzó a cantar el tango “Quiero verte una vez más”. “El mismo que mi abuelo le había cantado a mi abuela, allá por los años `30, para conquistarla”, cuenta Anita, con una sonrisa.

Después de esos días, llegó un viaje introspectivo a Perú y una vuelta en donde él le dijo que estaba con alguien más, que se había cansado de esperarla. Con el corazón roto, y una botella de vino mediante, Anita decidió escribirle una carta. “Básicamente, ponía que lo entendía, que yo solita lo había perdido, pero que quería que supiera que estaba enamorada de él desde el primer día que lo vi y que no quería perder, al menos, su amistad”, explica.

Amores que no se van del corazón

“Una semana después, cociné la peor comida del mundo, lo esperé en mi casa con mi mejor versión de `podemos ser amigos´, nos dimos un beso y no pudimos separarnos nunca más”, y al recordarlo, Ana sonríe.

A los dos meses, y en el primer intento, Anita quedó embarazada. En agosto de ese año, para su cumpleaños, él le regaló un anillo y le pidió casamiento. Impactada, necesitó pellizcarse. No podía creer lo que estaba pasando.

“Hace 2 años volví a quedar embarazada, segundo milagro, ya que había pasado por otra operación en el medio. Hoy miro hacia atrás y pienso en todos los años, los ex, los dolores, amores, idas y vueltas….Nada me hizo olvidar, porque el halo de luz que entró el día en que lo vi por primera vez me enamoró y me cambió para siempre. Cuando pudo, él me buscó, me esperó y convirtió nuestra vida de a dos en una familia”, reflexiona Anita, conmovida. “Soy una convencida de que esos amores, esos que no se van del corazón, pueden tener una segunda oportunidad. Y, aunque a veces pareciera que nuestros mayores anhelos no se van a cumplir, la persona destinada a convertir todos tus sueños en realidad, llega”.

(Señorita Heart para La Nación)

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