“Era casarme o que me pusieran un cinturón con explosivos en la cadera”

El drama de las niñas que son convertidas a la fuerza en atacantes suicidas por Boko Haram

Falmata fue secuestrada y forzada a llevar a cabo un ataque suicida con un cinturón lleno de explosivos.

Falmata fue secuestrada y forzada a llevar a cabo un ataque suicida con un cinturón lleno de explosivos. Crédito: BBC MUNDO

Falmata está recibiendo un tratamiento completo de belleza.

Sabe que va quedar hermosa, pero eso tendrá una consecuencia fatal.

Una vez esté lista, le van a amarrar un cinturón repleto de explosivos.

Falmata es una de las cientos de mujeres jóvenes, la mayoría de ellas adolescentes, que se han visto forzadas por el grupo yihadista Boko Haram a convertirse en atacantes suicidas en Nigeria.

Todo comenzó cuando tenía 13 años y estaba de visita en la casa de un familiar en Banki, cerca de la frontera con Camerún.

Mientras caminaba por la calle fue raptada por dos hombres en una moto. Viajaron por horas por carretera adentrándose en la selva.

“En el lugar al que me llevaron había muchas carpas y casas con techos de paja”, recordó, “a las chicas más jóvenes nos ponían en las carpas. En la mía había otras nueve niñas y nos tocaba dormir en unas colchonetas enormes”.

El campamento era de Boko Haram, el grupo islamista radical que lucha por la instauración de un Estado islámico en el norte de Nigeria.

Falmata intentó escapar, pero fue imposible. Y entonces se vio en una encrucijada: o se casaba con un combatiente o se iba en una “misión”. Se rehusó al matrimonio: “Les dije que era demasiado pequeña para hacerlo”.

Solo quedaba una opción. A la que, milagrosamente, sobrevivió.

La misión

Por supuesto no tenía la menor idea de lo que significa la mentada “misión”.

Asistía a lecciones diarias de religión en las que se recitaban versos del Corán durante horas y a ella era la única actividad que le gustaba.

Hasta que un día la monotonía se vio interrumpida.

Un hombre armado se le acercó y le dio instrucciones de que se preparara para algo importante

Le alisaron el cabello y le decoraron los pies con jena. Pensó que la iban a obligar a casarse a la fuerza.

A los dos días, una pareja de combatientes le amarró un cinturón bomba en su cadera. Su objetivo iba a ser un mercado o algún otro lugar concurrido.

Y le dijeron que si ella mataba a “infieles” no creyentes, iría directo al paraíso.

“Estaba tan asustada que comencé a llorar. Pero me seguían diciendo que fuera paciente, que aceptara la vida como era. Y que en el paraíso todo sería diferente”.

Entonces la llevaron junto a otras dos chicas, también equipadas con cinturones, a las afueras de un pueblo.

En sus manos tenían unos detonadores de fabricación casera.

Les ordenaron que caminaran hacia el pueblo: los hombres las observarían a la distancia.

Pero, en el camino, las tres tomaron la decisión de no llevar a cabo la misión.

Falmata le pidió a un desconocido que se encontró en el pueblo que le ayudara a quitarse el cinturón.

Después buscó regresar a casa por un camino polvoriento.

Poco después, se encontró con dos hombres que estaban a un lado de la ruta.

Se dio cuenta, muy tarde por cierto, que ambos pertenecían a Boko Haram.

Falmata fue secuestrada por segunda vez.

Una historia de violencia

A Sanaa Mehaydali se la considera la primera atacante suicida mujer en la historia moderna.

Tenía 16 años cuando se inmoló frente a dos soldados israelíes en el sur de Líbano, en 1985.

Desde entonces, grupos extremistas como Hezbolá, los kurdos del PKK, los Tigres Tamiles en Sri Lanka, Hamas y las Viudas Negras en Chechenia han utilizado mujeres y niñas en ataques suicidas.

Pero Boko Haram ha subido un escalón en la brutalidad de sus métodos, de acuerdo a Elizabeth Pearson, académica del Instituto Royal United Service de Londres y autora de un libro sobre Boko Haram.

Según sus análisis, hasta 2017, 454 mujeres y adolescentes se inmolaron o fueron arrestadas en 232 incidentes en países como Nigeria, Camerún, Chad y Níger. Esos ataques dejaron 1.225 muertos.

El primero de esos ataques registrados por Pearson ocurrió en junio de 2014, cerca de una instalación militar, pocos días después del secuestro por parte de Boko Haram de 276 menores, a quienes se conoce como las “niñas de Chibok”.

Aunque Boko Haram ya había secuestrado a niñas y mujeres antes, este hecho causó un gran revuelo internacional.

“Ese ataque de junio de 2014 les dio más publicidad que todos los anteriores, usando hombres jóvenes. Esa es la razón por la que continuaron utilizando niñas”, dijo Pearson.

Por su parte Fátima Akilu, psicóloga de la Fundación Neem que atiende a las comunidades afectadas por Boko Haram, tiene claro que al principio muchos de los ataques eran niños inspirados por la ideología y la retórica del grupo islamista.

“La mayoría de los niños fueron voluntarios porque de verdad creían que iban a ir directamente al paraíso”, dijo Akilu.

“Pero cuando se intensificó la ofensiva del ejército nigeriano, el grupo de hombres voluntarios decayó de manera significativa, así que Boko Haram comenzó a secuestrar y a coercionar a niñas para que ejecutaran misiones suicidas”, agregó.

Y no parece haber límite de edad para esa crueldad.

En diciembre de 2016, dos niñas que se estima tenían 7 y 8 años fueron enviadas a un doble ataque suicida en un mercado en el noreste de Nigeria. Una persona murió y otras 17 resultaron heridas.

Escapar

Los hombres que secuestraron a Falmata por segunda vez pertenecían a otra unidad de Boko Haram y no sabían que ella acababa de abandonar una misión suicida. Si lo hubieran sabido, probablemente la hubieran matado en el acto.

La llevaron a otro campamento y allí volvió a vivir aquella rutina: comer, limpiar, rezar, recitar versos del Corán por horas, dormir y vuelta a empezar.

Y esto tiene su efecto: de acuerdo a la Fundación Neem, las mujeres y los niños rescatados de este grupo yihadista a menudo adoptan las creencias de Boko Haram cuando están bajo su control. Muchos no han recibido educación antes, de ningún tipo.

“Ellos tienen a centenares de personas en cautiverio en sus campamentos y allí no hay mucho para mantenerlos ocupados, así que terminan impartiendo cinco o seis horas de enseñanzas religiosas”, dijo Akilu. “Y los cautivos paradójicamente encuentran que la religión les sirve para lidiar mejor con su situación”.

Después de un mes allí, Falmata se enfrentó a la misma encrucijada del campamento anterior: casarse o una misión.

Y de nuevo rechazó el matrimonio.

Pero esta vez sería más sabia. Se pintó con jena, se arregló el pelo, le pusieron el cinturón bomba bajo un vestido largo y salió.

Salió corriendo apenas la mandaron a caminar rumbo a su misión.

En el camino se encontró con unos granjeros, a quienes les pidió que le quitaran el cinturón porque no quería que explotara.

“Ellos estaban asustados, pero sintieron pena por mí y me ayudaron”, relató.

Durante varios días se escondió en un bosque, buscando la forma de regresar a Maiduguri, el pueblo donde vivía su familia.

“Pasé una semana sin comida. Estaba aterrorizada, pero finalmente logré llegar a un pueblo”.

Una familia le dio refugio por unos días y después la ayudó a llegar a su casa. Pero allí no terminó su martirio: pasó meses escondida, por temor a que las autoridades nigerianas la arrestaran.

Y también buscando reconciliarse con su pasado.

“Ella estuvo lejos de su familia por mucho tiempo y es posible que hubiera cambiado. Pero su familia también, y todo eso conlleva ciertos traumas”, señaló Akilu.

Como muchas familias en el noreste de Nigeria, la de Falmata terminó dividida por el conflicto.

Vive ahora con su madre en un campamento para desplazados. Las condiciones son difíciles, pero al menos nadie conoce su historia.

Reacción

En las pocas ocasiones en que una niña como Falmata logra escapar viva de un campamento de Boko Haram, se enfrenta a tiempos difíciles.

La mayoría de quienes no detonan sus bombas son capturadas por las fuerzas de seguridad nigerianas y son conducidas a un “centro de desradicalización”.

Estos lugares están dirigidos por el ejército y se sabe muy poco sobre lo que ocurre en ellos. A mediados de enero, el ejército nigeriano dijo que había liberado al primer grupo de personas “desradicalizadas“, aunque se desconocen dónde están ahora.

Y las mujeres que escapan y regresan a sus comunidades deben permanecer en las sombras, porque son llamadas “annoba”, que significa algo así como “epidemia”.

“La gente en las comunidades ve a la joven y piensa ‘es alguien capaz de eliminar a nuestra comunidad entera, ¿cómo podemos tenerla de vuelta aquí?”, explicó Akilu.

Además, esas niñas les recuerdan el terror que llevan viviendo en su país.

Boko Haram es considerado uno de los grupos militantes más letales en la historia moderna.

Desde 2009 han causado la muerte de más de 27.000 personas en Nigeria. Y muchos más en Chad, Camerún y Níger. Y esa lucha ha causado el desplazamiento de casi dos millones de personas.

“Cerca del 90% de las comunidades en el noreste (de Nigeria) han sido afectadas por Boko Haram”, señaló la especialista.

“Así que cuando las niñas regresan se genera una especie de trauma secundario. Hay un problema enorme de estigmatización”.

La segunda vez que Falmata tuvo un cinturón con explosivos colgado del cuerpo tenía 14 años.

No había visto a su familia por más de un año.

Había estado recluida dentro de un campamento extremista y sujeta a una fuerte adoctrinación religiosa.

Sintió el sabor de la libertad, pero muy brevemente hasta que fue de nuevo secuestrada.

Entonces, ¿por qué no detonar el cinturón y terminar con todo ese sufrimiento?

“Yo quería vivir. Matar no está bien. Eso me lo enseñó mi familia y es en lo que creo yo también”.

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