Beltrán con el ‘Family Team’
El Desfile Boricua destaca su legado como ‘Deportista del Año’ en Puerto Rico
Yankees y Astros en el campo, hundidos en el fragor de la batalla. Y Carlos Beltrán a prudente distancia, muy distendido no hace parte de ninguno de los dos. Aunque jugó para los dos.
Lejos de las cámaras recuerda la musicalidad propia del béisbol, pero no extraña ser un exjugador.
Juegan en el ‘Memorial Day’ los Yankees y los Astros y Beltrán disfruta de su familia en Yankee Stadium como un neoyorquino más.
Como cualquier seguidor de la pelota mira los pitcheos prodigiosos de un lanzador y vigila de cerca junto a Jessica, su esposa, cada movimiento de sus tres hijos: Ivana (10 años), Kiara (6) y Juan Carlos (2).
“En cuestión de estar día a día en el terreno de juego, eso no lo extraño”, le dijo Beltrán a ‘El Nuevo Día’ de Puerto Rico.
Así viene la vida del expelotero. El día después. Que luego es una semana o un mes después.
La inevitable hora del retiro Carlos Beltrán la marcó en calendario el 13 de noviembre de 2017, cuando le dijo al mundo del béisbol que a los 40 años ya había hecho suficiente y con los ojos llenos de lágrimas hizo oficial su retiro.
“Me voy agradecido y orgulloso”, dijo. “Por mi familia, por Puerto Rico y por el béisbol… me voy feliz con la carrera que he tenido”.
Y bajó el telón. Sin dramas.
Así dejaba atrás veinte años de carrera en los que tuvo tiempo para ser una estrella y para lograr el respeto de todos. Y acaso lo más importante, para ganarse a pulso el cariño irrompible de todos los boricuas.
Los mismos que hoy por las calles de Nueva York le tendrán como uno de los homenajeados en el popular Desfile del Orgullo Boricua.
Un recorrido por las calles de la Gran Manzana en las que Carlos Beltrán va a recibir toneladas de amor y aplausos de sus seguidores al tiempo que de manera
inevitable pondrá el retrovisor de su memoria para recordar los años en que como miembro de los Mets y luego de los Yankees, dejó rastros de su talento y su don de gentes en la ciudad donde ahora vive.
Un sembrador de aplausos y cosechador de alegrías que, como si fuera marcado por el hechizo del éxito, dejó para su último año en el béisbol la fiesta grande de campeón de la Serie Mundial.
Otra fiesta para Puerto Rico. Y ya van cuántas.
Como para no dejar de guardar en lugar seguro aquellos años en los que Carlos Beltrán y Yadier Molina parecían ser los únicos peloteros de Puerto Rico en la Grandes Ligas.
Los mismos que supieron emerger como notarios del ‘Rubio Team’ en el Clásico Mundial de Béisbol.
Protagonistas de un bautismo a hierro vivo que puso nombres a los rostros de jóvenes que de pronto se hicieron hombres y casi enseguida se convirtieron en estrellas: Carlos Correa, Francisco Lindor, Javier Báez, José Berríos, Eddie Rosario, ‘Bebo’ Pérez, etc.
Parecía surrealista ver como Carlos Beltrán estiraba su carrera hasta los cuarenta años como si fuera necesario esperar para que la bandera monoestrellada del béisbol boricua estuviera a salvo y en buenas manos.
Un desafío al hombre
Fueron meses de reto y zozobra en los que de nuevo afloró el carácter de un hombre dispuesto a dejar su huella lejos de los campos en plan de un ser humano formidable.
Primero el huracán Harvey azotó a Houston la casa de los Astros dejando a su paso una estela de desolación y muerte. Y allí estaba Beltrán con sus amigos y su esposa Jessica dando una mano para los que necesitaban ayuda.
Recién habían pasado dos semanas y Houston ponía en marcha su resurrección cuando el huracán María se ensañó con Puerto Rico con un encono doloroso y dramático que reclamaba la mano tendida de cada uno de sus hijos.
Y allí estaba de nuevo Carlos Beltrán con su Fundación Carlos Beltrán descargando por su propia mano ayuda para su hermanos de la Isla del encanto.
Así lo van a recordar.
Primero como el pelotero admirable que seguramente tendrá un lugar en el Salón de la Fama de Cooperstown, pero más allá del béisbol ya tiene un espacio ganado en la memoria de los que
alguna vez se cruzaron con Carlos Beltrán porque su dimensión humana no tiene fecha de caducidad en el cariño de la gente.l