“Cuando tenía 5 años se me despertó el deseo sexual de alguien de 15”
La infancia de Patrick Burleigh no fue sencilla. Igual que su padre, y antes su abuelo, tuvo que lidiar con lo que se conoce médicamente como testotoxicosis
Con 2 años empezó a crecerle su primer vello púbico. Algo que suele suceder de media a los 12 años en la vida de un hombre, cuando el cuerpo entra en la pubertad.
Su familia no se extrañó.
Los hombres de la familia de Patrick Burleigh sufren una rara enfermedad hereditaria conocida como pubertad precoz, provocada por una mutación genética.
Y él en concreto, según explicó a la BBC, tiene una de sus versiones más extrañas conocidas como testotoxicosis, que hace que sus testículos crean que ha llegado el momento de producir testosterona.
Esa hormona envía la señal que desencadena todos los cambios corporales.
La mutación es tan rara, que nadie sabe realmente cuántos casos hay en el mundo. Una estimación apunta a mil como máximo.
Se ha transmitido de generación en generación entre los Burleigh.
Significaba que Patrick pasó por la pubertad cuando tenía 2 años. A los 12 años parecía de 16 años y se metió en serios problemas.
“Mi primer recuerdo es el sentimiento de estar socialmente fuera de lugar, sentirme grande. Porque no era solo el pelo púbico, eran los cambios físicos”, explica.
“A la edad de 4-5 años tenía el cuerpo de un chico de casi 10. Sentía que no encajaba y eso marcó mi infancia”.
Patrick vivía en Nueva York y su apariencia causaba asombro en el parque de juegos de los niños, en la piscina o cualquier evento infantil.
Tiene incontables recuerdos de momentos en los que lo pasó mal.
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“Estaba yendo a clase de natación y mi madre me llevó a los vestuarios femeninos porque yo tenía 4 años pero parecía mucho más mayor. Una mujer nos regañó y empezó a hablar a gritos, avergonzándonos”.
Cuando ocurrían escenas como esta, su madre trataba de explicar a la gente lo que pasaba, pero solían responder con escepticismo.
A fin de cuentas, es “excepcional y raro”.
“Era duro para mí, pero también para ella. Psicológicamente era muy estresante”.
Y es que para cuando cumplió tres añitos, su cuerpo lidiaba con un nivel de testosterona correspondiente a un varón de 14 años.
Su apariencia era la de un adolescente, pero su comportamiento era infantil.
“La gente me veía como un bicho raro”, dice.
Conejillo de indias
Una vez, su madre vio un anuncio en el periódico sobre un análisis médico que estaba buscando pacientes con esta mutación genética para elaborar un estudio en profundidad.
Se convirtió en un conejillo de indias a para los experimentos.
Así es como Patrick empezó a pasar dos semanas cada 6 meses en el hospital.
A cambio recibió el tratamiento gratuito para su dolencia.
“Me hacían todo tipo de exámenes. Me medían los testículos, que era una de las principales variables para determinar mi edad física”, cuenta.
“Así que allí estaba yo, tumbado en la cama, con mi madre al lado y con un montón de médicos y enfermeras alrededor que llevaban lo que parecía un llavero con bolas de madera”.
Esas bolas del “llavero” del que se acuerda Patrick eran en realidad un instrumento médico destinado a comparar sus testículos y saber qué tamaño tenían.
“Me acostumbré. Cuando tenía 6 o 7 años ya estaba habituado a ser mirado y observado físicamente. Era claramente diferente”.
Le prescribieron algunos medicamentos para la testotoxicosis y el equipo experimentó con distintos cocteles de ellos.
No dieron con las medicinas y la dosis correcta que necesitaba Patrick hasta que no cumplió 9-10 años.
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Fue entonces cuando los síntomas empezaron a ralentizarse.
“Tenía que tomar muchas pastillas y durante mucho tiempo me ponían una inyección en la pierna todas las noches. Si estaba durmiendo en casa de un amigo, mi madre aparecía para ponérmela y se volvía a casa”.
Los problemas en la escuela empezaron pronto. Patrick a menudo se sentía “grande, peludo y con ganas de pelea“. En parte, era su forma de responder al acoso escolar.
“Fui etiquetado como el chico malo de la escuela, lo que es frustrante porque no quería ser ese niño. Nadie quiere”, recuerda.
Después de ser tachado como problemático, Patrick comenzó a comportarse como tal, a fumar cigarrillos cuando tenía 9 años y marihuana un poco más tarde.
O sea, las cosas que haría un adolescente de 16 años, aunque él tenía 7 menos.
Cuando a la edad de 11 años los médicos decidieron retirarle el tratamiento al considerar que su cuerpo estaba al mismo nivel que cualquier otro niño de 17 años, las cosas empeoraron para el.
“Todas las hormonas que había estado retenidas con la medicación, se liberaron de repente y todo el mal comportamiento se acentuó”.
Probando las drogas
“Empecé a salir con una chica que tenía 17 años. Le dije que tenía 16 y me creyó cuando en realidad no contaba con más de 12”.
Con ella, probó una noche el LSD.
“Me tomé dos pastillas. Una dosis el doble de lo normal. A la mañana siguiente le dije a mis padres que no quería ir al colegio. Todavía estaba alucinando“.
Dado su historial de abandono escolar, sus padres no le creyeron y lo mandaron al colegio.
“Le conté a mis amigos a la hora del almuerzo. Por supuesto, exageré diciendo que había sido fantástico y a uno de ellos se le ocurrió que sería buena idea echárselo en la bebida a alguien sin que se diera cuenta”.
Cuando una de sus compañeras empezó a sentirse mal, a Patrick no le quedó otra salida que confesar.
“Me arrestaron. Me hicieron salir del colegio esposado y me metieron en un coche de policía. Fue un punto de inflexión en mi vida”.
También su padre
Su padre, que también padecía la enfermedad, hablaba poco de ella.
“Su infancia fue muy traumática y no le gustaba hablar de ello. Cuando tenía 5 años y se despertó el deseo sexual que correspondía con el de alguien 10 años más mayor, él podría haberme contado como manejar esa situación, pero simplemente, no podía”.
Cuando llegó a la edad de 15 años se dio cuenta de que era igual que otros niños.
Tras todas las dificultades, Patrick se dio cuenta de que podía ser uno más. De que por fin encajaba entre sus iguales.
“Olvidé a los amigos que se drogaban. Comencé a estudiar, a hacer deporte y decidí que quería ir a la universidad”.
“Empecé a lidiar con esto igual que había hecho mi padre. No le conté a nadie mi enfermedad ni el comportamiento que había tenido. Me avergonzaba de mi pasado y no quería que nadie me juzgara”.
Sin embargo, su etapa adulta le deparó alguna sorpresa.
Pese a temer la misma reacción que en los vestuarios femeninos cuando tenía 4 años, ahora, cuando decidió contarle su historia a su mujer, a sus amigos o en alguna fiesta, recibía muestras de compasión o despertaba interés, pero nadie tuvo una reacción mala o lo avergonzó.
“De alguna manera, contar mi historia fue reparador”.
Patrick consiguió así reconciliarse consigo mismo.
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