Nicolás Maduro es un mal dictador
No se merece ese título
Al Presidente venezolano Nicolás Maduro se le ha dado el título de “Dictador” por sus opositores políticos en Venezuela y por otros aficionados de dictadores y gobiernos represivos en nuestro continente americano así como en las sociedades civilizadas de Europa. Pero al Presidente Maduro le falta mucho para ganarse ese título tan respetado, tan popular y comercial.
En su toma de posesión como Presidente estuvieron representantes de muchísimos países del mundo así como representantes de la ONU y del Vaticano. La oposición y los poderes terrenales del Norte y de Europa no lo reconocieron como tal.
La voluntad del pueblo no es “democrática” cuando se elige a un presidente enemigo de esos poderes terrenales; la democracia no es democrática en ese caso. Así que se impone a otro “presidente” desde afuera y comienza la crónica de un golpe de estado anunciado.
Si se celebraran elecciones nuevamente y ganara Maduro u otro candidato chavista, no lo reconocerían tampoco, porque los únicos que pueden ganar la presidencia de Venezuela son aquellos ungidos por esos poderes terrenales. Pero no es mi intención hacer un análisis de la triste realidad política, social o económica de Venezuela, sino negarle al Presidente Maduro el título de Dictador.
Para ser Dictador hay que tener un currículo más atractivo y profesional que el del Presidente Maduro. Por ejemplo, en el Chile de Pinochet, citando a Wikipedia, se publica que: “Las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar en Chile son aquellos crímenes contra la humanidad que tuvieron lugar durante la dictadura del general Augusto Pinochet, donde efectivos de las tres ramas de las FF.AA., funcionarios de Carabineros y agentes de civil miembros de las policías secretas de la dictadura (la DINA y la CNI) efectuaron una política sistemática, prolongada y masificada de persecución, encarcelamiento, secuestro, tortura, asesinato, desaparición y en última instancia el exterminio de opositores políticos al régimen de Pinochet, recurriendo a además a falsos enfrentamientos, la censura y a la desinformación para ocultar y/o desligarse de la responsabilidad de dichos crímenes.”
Todavía no se tiene una cifra exacta de los muertos y víctimas del régimen de Pinochet, pero se habla de unos 30 a 40 mil. (Miguel Bosé, el “Amante Vendido”, no sabía de esto así que fue alegremente a cantar a Viña del Mar durante esa “democracia” de Pinochet). Los crímenes de los que se acusa al Presidente Maduro, dan risa si los comparamos con los del caballero Pinochet.
Pero Pinochet no fue único en este universo de estrellas azules bien vestidos en nuestro continente. También tenemos a otros como los Somoza en Nicaragua, familia que heredaba gobiernos, ejércitos y poderes, graduados de la West Point y universidades norteamericanas, y con propiedades e inversiones en dicho país. Estas dictaduras fueron bien agradecidas con los amigos del Norte.
En Nicaragua había las siguientes empresas norteamericanas: “Citigroup, Bank of América, Chase Manhattan Bank, Morgan Guaranty Trust, Wells Fargo Bank, Banco de Londres y Montreal Limitada, Sears, Westinghouse y Coca Cola. Además de grandes centros comerciales y discotecas de moda estilo estadounidense como La Tortuga Morada, Scorpio, El Sapo Triste, Discoteque a Go-Go, The Happening, 113 Club, Grand Central, Adlon Club, las de mayor tamaño en la región,” (Wikipedia).
Los Somoza eran una familia con mucho dinero e influencia y bien conectados en el Norte. El Presidente Maduro fue motorista de autobuses, sindicalista, Asambleísta, Ministro de Relaciones Exteriores, y después Vice-Presidente del Presidente Chávez; no lo podemos comparar con los Somoza tampoco porque no viene de la aristocracia venezolana como los Somoza.
Pero también en el Caribe tenemos estrellas brillantes como Pinochet y los Somoza. En Cuba, por ejemplo, el “prieto” de Fulgencio Batista también nos puede dar catedra de dictadura.
A pesar de ser discriminado por la oligarquía cubana blanca, por ser de piel morena, terminaron haciendo alianzas con él para poder dominar la nación caribeña por bastante tiempo. (Se sabe que a Batista no lo dejaron hacerse miembro de los clubs de la oligarquía cubana por el color de su piel.) Pero lo que más lo favoreció fue su relación cercana con el vecino del Norte. Después de haber sido Presidente y vivir en la Florida, regresa a Cuba en la década de los 50 para imponerse en el poder con un golpe de estado.
“De vuelta en el poder, Batista abolió la Constitución de 1940 y suspendió las libertades políticas, entre ellas el derecho de huelga. Se alió con los ricos terratenientes de la isla que poseían las más grandes plantaciones de caña de azúcar y presidió una economía estancada que amplió la brecha entre cubanos ricos y pobres.
El gobierno cada vez más corrupto y represivo de Batista comenzó a enriquecerse de manera sistemática explotando los intereses comerciales de Cuba y realizando lucrativos negocios con la mafia estadounidense, que controlaba los negocios de drogas, prostitución y juego de La Habana.
En un intento por sofocar el creciente descontento de su pueblo, que se manifestó en numerosas ocasiones a través de huelgas y disturbios de estudiantes, Batista estrechó la censura sobre los medios de comunicación y recrudeció la represión de los comunistas a través de violencia indiscriminada, torturas y ejecuciones que costaron la vida a unas 20,000 personas. Durante la década de 1950, el régimen de Batista recibió soporte financiero, logístico y militar de Estados Unidos, bajo los gobiernos de Harry S. Truman y de Dwight Eisenhower,” (Wikipedia).
De nuevo, el Presidente Maduro no se puede comparar a este buen dictador con tan atractivo currículo como el señor Batista. Le falta mucho al Presidente Maduro para pasar a la historia de nuestro continente como una de esas estrellas brillantes de la represión, torturas, desapariciones, y opresión de nuestros pueblos.
Le faltan aliados poderosos y civilizados, invencibles, omnipotentes que lo protejan de cualquier maldición de este mundo. El Presidente Maduro no sabe de historia ni de buenos gobiernos y buenos dictadores, se equivocó en querer hacer de Venezuela un país más justo y equitativo; se equivocó en seguir los pasos del Presidente Chávez; se equivocó en querer distribuir las riquezas con los pobres.
Los dictadores no son ni se hacen para esas “vainas”. Por eso es un mal dictador y no se merece ese título. Se lo niego, está reprobado.
Carlos A. Orellana es un sociólogo salvadoreño radicado en EEUU.