30 años de la caída del Muro de Berlín: el muro invisible que todavía divide Alemania
El muro de la vergüenza, como se le conocía en Occidente. 30 años después de su caída, sus huellas permanecen en la sociedad
La noche del 9 de noviembre de 1989, Andrea estaba con su familia en la sala de su pequeña casa en Hamburgo cuando de pronto sonó el teléfono.
Su mamá se apresuró a responder la llamada y, luego de un silencio que pareció eterno, dijo lentamente: “Prendan la televisión”.
Siguiendo la orden de su esposa, Gert Fisher tomó el control remoto y, un par de segundos después de haber encendido la TV, se derrumbó en el suelo y rompió a llorar.
Andrea, que en ese entonces tenía solamente 13 años, recuerda que luego de escuchar la noticia de la caída del Muro de Berlín, le surgieron unas ganas incontrolables de tomar un tren con destino a la capital alemana para vivir ese momento histórico. “Era muy joven y tenía un espíritu libre y revolucionario”, explica con emoción.
El muro de la vergüenza, como se le conocía en gran parte de Occidente, o de protección antifascista, como lo llamaba el gobierno de la República Democrática Alemana (RDA) fue posiblemente el símbolo más conocido de la división del país, que luego de su reunificación se ha convertido en el motor económico europeo.
Tras la II Guerra Mundial, Alemania y su capital, Berlín, quedaron divididas en cuatro zonas controladas cada una por una de las potencias ganadoras de la contienda: la URSS, Reino Unido, Francia y Estados Unidos.
Más tarde, las potencias occidentales decidieron integrar sus respectivas zonas, y en 1949 nació, en el oeste, la República Federal de Alemania, mientras que en el este surgió la RDA, que más tarde iniciaría la construcción de un Muro en Berlín que dividió la ciudad en dos.
Pero hoy, exactamente 30 años después de su caída, el impacto económico y social dejado por la división del país se subestima por completo.
Y muchos alemanes sienten todavía la presencia de un muro invisible que según ellos, aún divide al país.
En busca de más oportunidades
En una piscina local de Reinbek, un suburbio de Hamburgo a unos 40 minutos del centro de la ciudad, Christine Ludwig, nacida y criada en las afueras de Leipzig, en el este de Alemania, decidió mudarse al oeste 5 años después de la caída del Muro.
“Al principio, todo el mundo quería venirse, pero yo tenía dudas, tenía mi apartamento y mi trabajo en Leipzig”, recuerda.
“Varios amigos se fueron a Múnich, otros a Frankfurt; pero yo escogí Hamburgo porque mi mamá estaba aquí“.
Desde la reunificación del país, cerca de 3.700.000 alemanes han abandonado el Este; unos con el fin de reencontrarse con sus familiares, pero la mayoría lo ha hecho buscando las oportunidades profesionales, económicas y sociales que ofrecen las grandes metrópolis ubicadas en la antigua Alemania Occidental. Esta cifra representa casi una cuarta parte de la población de la antigua República Democrática Alemana.
Ludwig recuerda cómo la gente hacía comentarios sobre su acento.
“Apenas abría la boca, la gente me preguntaba ‘¿Eres de Dresde?’, yo simplemente respondía: ‘no, de Leipzig'”, explica con pena la señora que este mes celebrará su 70 cumpleaños. “No sé cómo puedes adaptarte a Hamburgo. Somos tan fríos“, le decían frecuentemente.
Con casi 200.000 migrantes, Hamburgo destaca como destino. Ninguna otra urbe recibió a tantas personas del Este como esta ciudad industrial que alberga el mayor puerto del país, el tercero de Europa y uno de los más importantes del mundo.
Lo único que Ludwig lamenta de la caída del Muro es que no cayera 10 años antes. “Cuando llegué aquí ya tenía 45 años. Si hubiera tenido 35, habría podido hacer algo diferente con mi vida profesional”.
Desde su llegada a la región, la industria restaurantera ha sido su pasión. “A los dos días, ya había conseguido un trabajo en un Pizza Hut local. Y desde hace 15 años trabajo en la cocina de esta piscina local. Los del Este somos gente muy trabajadora“, afirma con una gran sonrisa mientras le sirve un pretzel a un cliente empapado de agua.
“Cuando llegué a Hamburgo ya tenía una idea de cómo sería la vida aquí, había visitado la ciudad un par de veces. Sabía sobre todas las cosas buenas que me esperaban, pero nunca nadie me habló de las malas“, confiesa con los ojos aguados.
Ella considera que la sociedad en el Oeste es más individualista, mientras que en el este la gente se preocupa más por el prójimo. “Me sentí aislada al principio, siento que el sistema capitalista promueve el egoísmo y la soledad”.
Alemanes de segunda clase
Más allá de las desigualdades económicas y sociales, Dalia Marin, profesora de economía en la Universidad de Múnich e investigadora del Centro de Investigación en Economía y Política (CEPR), habla de una diferencia “mental” entre los alemanes orientales y occidentales.
“Los del Este muchas veces se sienten como ciudadanos de segunda clase“, le dice a BBC Mundo.
“Después de la reunificación, Alemania Oriental perdió su competitividad en el mercado de exportaciones hacia países de Europa del Este, debido a las reformas realizadas por el gobierno de ese entonces que impuso salarios más altos, sin un incentivo para aumentar la productividad. Esto hizo que muchas empresas quebraran y como consecuencia los alemanes del Este sentían como que no tenían cabida en una economía de mercado”.
Según la economista, que vivió en Berlín tras la caída del Muro, los alemanes occidentales tampoco fueron particularmente amables con sus compatriotas del Este.
“Los trataban con inferioridad, se comportaban como imperialistas y los miraban de arriba a abajo porque los del Este no eran tan sofisticados como ellos”.
Y 30 años después, muchos alemanes del este “parecen no haber superado ese sentimiento de impotencia y de desidia”, explica Marin.
“Nunca me sentí bienvenido en el oeste de Alemania”
Para Marin, la economía de las regiones que conforman el este del país está estancada desde hace aproximadamente 25 años.
Entre 1991 y 1996, el ingreso per cápita en el este de Alemania aumentó del 42% al 67% de los ingresos de Alemania Occidental. Pero en los 20 años posteriores, esta cifra llegó solamente al 74%.
“El crecimiento que se vio al principio fue desencadenado por dos factores: primero el sector público en Alemania Oriental aumentó y llegó al mismo nivel que en Alemania Occidental y sus salarios también subieron exponencialmente; y segundo, toda la gente que abandonó el este. Ambas acciones empujaron hacia arriba el ingreso per cápita de la antigua RDA”, explica la economista.
Y en las calles de Dresde, la capital de Sajonia, se siente ese estancamiento.
“Si te has paseado por Múnich y por Hamburgo, se te hace evidente saber dónde hay más dinero y dónde se vive mejor”, apunta Stephan Müller, oriundo de Meissen, una pequeña población a 25 kilómetros de Dresde.
Müller nació en 1981 en el seno de una familia humilde de Alemania Oriental y recuerda con desdén su época como estudiante de enfermería en Hannover, la capital del estado de Baja Sajonia en el noroeste del país. “La gente no me tomaba en serio, se burlaban de mi acento y de mi dialecto alto sajón, en realidad nunca me sentí bienvenido”.
Brecha económica
Pero lo que más le chocó a Müller tras su llegada al oeste del país fue el poder adquisitivo de los alemanes occidentales.
“Tenían un estilo de vida muy diferente a nosotros. Mis compañeros de clase occidentales vivían solos en sus apartamentos, yo les preguntaba: ‘¿Cómo puedes costeártelo?’ y ellos simplemente respondían: ‘Ah, pertenece a mis padres’. Luego, me quedaba pensando: ¿cómo es posible que puedan tener más de una propiedad? Nunca en mi vida había conocido a alguien que tuviera dos viviendas, ni en Meissen ni en Dresde”.
Y aunque la situación ha mejorado, algunas diferencias son aún palpables. “En las calles del oeste se ven carros de lujo por doquier, acá en Dresde todo es más modesto”, explica el trabajador social que ahora tiene 38 años.
A pesar de que la brecha económica se ha acortado desde la reunificación, aún existen disparidades entre las regiones que conformaban Alemania Occidental y las que integraban la RDA: el ingreso medio mensual de un trabajador en el oeste es de 3.330 euros, mientras que en el este es de 2.690.
Y la gran mayoría de las grandes empresas alemanas tienen su sede en el oeste del país.
Según el ranking de las empresas de capital abierto más grandes del mundo, publicado por la revista Forbes este año, 47 de las 50 mayores empresas alemanas tienen su sede en Alemania Occidental. Solamente tres de ellas se encuentran en el este; pero en Berlín, la capital.
Esta puede ser una de las razones por las que la población del oriente de Alemania parece estar en caída libre.
De acuerdo con las cifras del Instituto de Investigaciones Económicas de Múnich, cerca de 13,6 millones de personas viven actualmente en el antiguo territorio de la República Democrática Alemana, la misma cantidad de habitantes que hace 114 años.
En aquel entonces, Alemania Occidental tenía 32,6 millones de personas, pero contrariamente al oriente del país, su población se ha más que duplicado y se estima que llegue a 68,3 millones a finales de este año.
“Mucha gente se va al oeste buscando mejores empleos. Aquí en el este hay mucho trabajo, pero la mayoría como plomeros, conductores de camiones, cocineros, etc., si quieres un buen trabajo como arquitecto o como periodista, tienes más oportunidades de conseguirlo en el oeste”, asegura Danielle Schönfeld en un café en Dresde, una de las ciudades más importantes del este del país.
Dresde es una de las pocas urbes en el este de Alemania cuya población sigue emigrando al oeste, 30 años después de la caída del Muro.
“Aquí hay calidad de vida, contamos con un buen sistema de transporte público, es tranquila y relativamente barata, pero si quieres desarrollar una exitosa carrera profesional, es mejor ir a otro lado“.
Schönfeld siempre quiso ser periodista, pero hoy trabaja como coach para cambiar vidas, un trabajo que ella misma califica como normal, con un salario normal. Trabaja alrededor de 21 horas por semana y gana 1.200 euros.
“No está mal. Pago 600 euros en renta por un apartamento grande que comparto con 4 personas”.
Una fuga de cerebros por más de medio siglo
A pesar de las disparidades económicas visibles en la nación teutona, Christian Hirte, comisionado del gobierno para el este de Alemania, considera que el plan de las autoridades de fusionar las economías de Alemania Oriental y Occidental ha sido exitoso.
“Tuvimos un comienzo muy difícil en los 90. El 50% de las personas en el este perdieron sus empleos porque su industria no estaba en la capacidad de competir en una economía de mercado. Pero el gobierno puede atribuirse muchos logros, por ejemplo, actualmente la población en el Este tiene una esperanza de vida más alta que en la antigua República Democrática”.
Hirte apunta que la RDA construyó el muro porque muchos jóvenes con educación y motivación, así como muchas empresas se mudaron del este al oeste. Y cuando el muro cayó, millones de personas continuaron migrando en busca de una vida mejor.
“Toda esta gente falta en el Este. El problema hoy es que ha existido una fuga de cerebros durante décadas”, asegura el funcionario.
Aunque las estadísticas dicen lo contrario, el comisionado del gobierno insiste en que Dresde es una ciudad que experimenta un fuerte crecimiento.
Peter Krause, científico social del Instituto Alemán de Investigación Económica con sede en Berlín, coincide en que hubo avances en la reestructuración de la fuerza laboral en el este, pero reconoce que aún existe mucha tensión.
“Actualmente hay un nivel de vida comparable en el este y en el oeste de Alemania, sin embargo, es cierto que hay un mayor riesgo de caer en la pobreza de ingresos y los salarios son más bajos en el este”.
El sociólogo afirma que en los últimos 10 años las diferencias han disminuido, pero advierte que el gobierno debería poner más cuidado a la creciente desigualdad en Alemania.
Igualmente justifica las disparidades económicas regionales argumentando diferencias estructurales. “El este de Alemania es mucho más rural que el oeste. Afuera de Berlín, estamos hablando de casi un 70% de la población viviendo en zonas rurales. Mientras que el oeste es más urbano”.
Asimismo, Krause considera que los salarios son más altos en el oeste “porque allí hay gente mejor cualificada”. “No quiero decir que todo está bien, todavía tenemos grandes problemas especialmente relacionados con el nivel de ingresos”, afirma el hombre nacido y criado en la región de Baden-Wurtemberg, en el oeste de Alemania.
De hecho, los alemanes occidentales también dominan las altas esferas educativas del país. La totalidad de los rectores y rectoras de las universidades alemanas nacieron en la República Federal, un dato que sorprende tanto a nacionales como a extranjeros. “No solamente los rectores, en realidad la mayoría de los profesores también vienen del Oeste”, replica Dalia Marin escandalizada.
Dresde, un bastión electoral de la extrema derecha
Un porcentaje importante de la población sajona dice sentirse abandonada y decepcionada de tantas promesas incumplidas de los partidos políticos tradicionales.
Dalia Marin cree que esta es una de las razones por las que Dresde se ha convertido en un bastión electoral del partido de extrema derecha Alternative für Deutschland (AfD), o Alternativa para Alemania en español. “Ellos le prometen a la gente que van a hacer de esto una tierra santa, que todo volverá a ser ‘tan bueno como era antes’, por supuesto todo es mentira”.
No obstante, para el vicepresidente del partido AfD, Georg Pazderski, la gente está molesta porque el proceso de reunificación aún no se ha completado.
“Si hablas con los alemanes del este, te darás cuenta de que no se sienten con las mismas oportunidades que en el oeste del país. Sus condiciones de vida son un poco peores y sus salarios también”.
“En AfD, tenemos propuestas claras: deshacernos del euro, de la burocracia de la Unión Europea, y sobre todo queremos frenar la inmigración masiva que ha traído pobreza a Alemania”, afirma Pazderski a BBC Mundo.
“Desde 2017 hemos recibido más de 2 millones de inmigrantes quienes en su mayoría se aprovechan de nuestro generoso sistema social, lo que significa que no queda mucho para los alemanes. La gente ve cómo la delincuencia ha aumentado, ve en lo que se han convertido ciudades como Colonia y Düsseldorf. Los alemanes en el este ven las noticias y se dicen, ‘no queremos eso aquí’: por eso votan por nosotros”.
Contrariamente a esa afirmación, un informe de la Oficina Federal de Investigación Criminal de Alemania, publicado a principios de este año, muestra que la tasa de criminalidad alemana sigue bajando. En 2018, el país registró 5,56 millones de delitos, un descenso de 3,6% con respecto al año anterior.
Lo que sí es cierto es que el este de Alemania es mucho menos multicultural y multirracial que el oeste.
Según la Oficina Federal de Estadística de Alemania, el porcentaje de la población de origen extranjero alcanzaba un 25,5% en 2018, mientras que en el este la cifra es de solamente un 6,8%, si se excluye Berlín.
“Es humano tenerle miedo a lo desconocido y los partidos de extrema derecha tienden aprovecharse de eso para mentirle al pueblo”, opina Danielle Schönfeld.
Durante cuatro años, la sajona estuvo en una relación sentimental con un refugiado sirio y explica cómo sintió en carne propia la xenofobia y la islamofobia que se vive en Dresde. “Siempre se le quedaban viendo como si fuera un terrorista”, afirma.
Recientemente los concejales de la ciudad declararon una “emergencia nazi”, para que las autoridades ayuden a las víctimas de la violencia de extrema derecha y protejan a las minorías.
La capital de Sajonia también es conocida por ser donde nació el movimiento antiislamista Pegida (Patrióticos europeos contra la islamización de Occidente).
Por esto y por muchas otras razones, Schönfeld piensa frecuentemente en mudarse al oeste del país o a Dinamarca. “Odio Dresde”, bromea. “En realidad no hay nada que me inspire aquí”, agrega con un tono más serio.
Dalia Marin cree que las disparidades no van a mejorar hasta que los políticos entiendan que la única manera de hacer que la región florezca es ofreciéndole incentivos fiscales a las empresas para que se instalen en el Este.
Schönfeld, por su parte, considera que las autoridades estaban demasiado ocupadas intentando reconstruir fachadas, que durante más de 20 años no se dieron cuenta de que detrás de ellas aún quedaban diferencias económicas y sociales por resolver.
Y mientras tanto, la famosa promesa hecha por el excanciller Helmut Kohl en 1990 cuando le garantizó a los del Este “paisajes florecientes” tras la reunificación con el Oeste, aún queda por cumplirse, casi tres décadas más tarde.
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