El fantasma de El Chapo
La figura del capo del narcotráfico mexicano es un fantasma del imaginario colectivo
Joaquín Archivaldo Guzmán Loera es un fantasma en el imaginario colectivo del mundo. Lo ubica entre los multimillonarios del mundo y la ciudad de Chicago lo equiparó al legendario Al Capone al llamarlo “el criminal más buscado”. Los medios lo señalan como uno de los grandes enemigos públicos del nuevo milenio, con la capacidad de controlar el tráfico de drogas en México, Estados Unidos, Centro y Suramérica, África y Oceanía, y ser un delincuente protegido por dos gobiernos panistas. Realidad y ficción se han construido a través ante lo elusivo de un criminal que tiene una relación especial con los mexicanos poco clara. ¿Fascinación? ¿Admiración? ¿Morbo? ¿Todo a la vez?
Guzmán Loera es mejor conocido como “El Chapo”, un apodo que viene de su estatura de 1.68 metros, y cuya fama nació paradójicamente el día en que iba a morir. Desde entonces, hace 20 años, se convirtió en un criminal buscado internacionalmente, arrestado y enviado a un penal de máxima seguridad de donde se fugó escondido en un carrito de ropa sucia, se subió a un automóvil que manejó hasta la casa de su madre en una ciudad del noroeste mexicano donde todavía hoy se encuentra estacionado.
Él es un nombre y una cara de la cual existen escasas fotografías. La más reciente, de cuando estuvo en el penal de Puente Grande, en Guadalajara, en la que se aprecia su tez blanca y ojos cafés, cabello castaño y cejas pobladas. Siempre tuvo una cara cuadrada y una complexión robusta. Pero ¿ahora? Desde que huyó de la cárcel de máxima seguridad, de acuerdo con las autoridades federales, vive a salto de mata, sin un lugar fijo para dormir por más de dos semanas, acompañado únicamente por un par de mujeres que cocinan y ayudan en tareas domésticas, y no más de cuatro guardaespaldas.
Como Osama bin Laden, parece ser hoy más un mito que un criminal en capacidad operativa plena, de acuerdo con funcionarios federales. Sin embargo, se le sigue considerando como parte del triunvirato que encabeza el Cártel del Pacífico —antes de Sinaloa—, la organización criminal más poderosa en México, en donde sus socios Ismael “El Mayo” Zambada y Juan José “El Azul” Esparragosa, dan las órdenes. Los tres, como muchos otros capos en los últimos 30 años, nacieron en Badiraguato, el municipio serrano que colinda con Durango y Chihuahua, y forman parte de las legiones de gatilleros que crecieron bajo el liderazgo de Miguel Ángel Félix Gallardo, nacido en Culiacán y cuyo Cártel de Guadalajara, que formó en los 80s, se dividió cuando fue detenido en 1989.
Guzmán Loera, cuya fecha de nacimiento es incierta —diciembre de 1954 o abril de 1957—, se fue a Culiacán para iniciar la organización que lleva el nombre de la capital sinaloense. Los hermanos Arellano Félix, a quienes había enviado previamente su tío Félix Gallardo a Tijuana, formaron su propio cártel. Amado Carrillo, “El Señor de los Cielos”, que nació en Guamúchil, Sinaloa, se fue a Juárez, donde construyó de esa organización, asociada con “El Chapo”, el cártel dominante en los 90. Viejos compañeros de armas, el vacío que dejó la detención de Félix Gallardo y la necesidad de los cárteles de abrir mercados domésticos, provocó la guerra de capos.
En noviembre de 1992, intentó asesinar a los hermanos Francisco y Javier Arellano Félix cuando se encontraban en la discoteca “Christine” en Puerto Vallarta, que provocó la respuesta en mayo de 1993 cuando al llegar Guzmán Loera al aeropuerto de Guadalajara, sicarios contratados en San Diego por el Cártel de Tijuana, asesinaron al cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, a quien confundieron con “El Chapo”. Él se escapó a Chiapas y luego se refugió en la selva tropical guatemalteca, donde al mes siguiente fue detenido y enviado a México.
Guzmán Loera estuvo en Puente Grande hasta enero de 2001, cuando se fugó. Desde entonces, su nombre ha estado asociado a la sospecha de que durante el gobierno de Vicente Fox se le protegió. No hay nada que sustente un apoyo institucional, pero durante cuando menos tres ocasiones en esos años, declaraciones públicas o demoras en operaciones para detenerlo, permitieron que huyera. En una ocasión incluso, agentes de la PGR lo ubicaron a tres horas de donde se encontraban en la Sierra Madre Occidental, pero no les autorizaron proceder la operación para arrestarlo. Extrañamente, un vuelo rasante de un avión militar sobre su guarida, lo alertó y su compadre Zambada fue por él en un helicóptero.
Durante el gobierno de Felipe Calderón hubo otros momentos que abrieron la oportunidad de detenerlo. En 2011, por ejemplo, un socio de él fue arrestado por la Policía Federal, poco después de haber visto a “El Chapo” en una precaria cabaña en la sierra de Durango. Este socio proporcionó a las autoridades información que llevó a la detención del piloto de su avión en junio del año pasado cerca de Los Cabos, al mismo tiempo que se llevaba a cabo en ese destino la reunión del G-20. El piloto, de acuerdo con funcionarios federales, entregó la bitácora de vuelo de Guzmán Loera, con lo cual iban a establecer patrones de viaje y tiempos de estadías. Sin embargo, la declaración pública de un funcionario de la PGR sobre su detención, lo alertó—al menos involuntariamente— del tipo de información que iban a acumular sobre él y posiblemente le permitió cambiar la lógica de sus movimientos.
Ese fue, quizás, el último momento donde el gobierno estuvo más cerca de Guzmán Loera, a quien en los dos últimos años se buscó cortarle sus fuentes de financiamiento y afectarlo en la moral, mediante el congelamiento de cuentas de su familia y sus cercanos, y la detención de sus operadores. Los golpes que ha recibido son aún mayores. Uno de sus hijos, Édgar, fue asesinado por sus rivales en 2008, y en 2004 mataron a su hermano Arturo dentro del penal de máxima seguridad de La Palma. En 2005 fue detenido otro de sus hijos, Iván Archivaldo —liberado por falta de pruebas tres años después—, y en 2008 ingresó a prisión su medio hermano Luis Alejandro Cabral. Otros dos sobrinos de él también fueron ejecutados por sus enemigos.
Pese a ello, no hay información sobre cuál es el estado anímico en el que se encuentra ni tampoco qué tan grande es su capacidad operativa y de liderazgo dentro del Cártel del Pacífico. Pero para efectos de opinión pública, eso no importa, como se pudo apreciar este jueves, cuando el simple rumor de que había muerto en un enfrentamiento con sus archienemigos Los Zetas en Guatemala, contuvo suspiros, desató un frenesí de especulación en las redes sociales y obligó a los gobierno guatemalteco y mexicano a declarar a su nivel más alto que no tenían confirmación de nada. El fantasma volvió a menear al imaginario colectivo.