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Nueva York y las Naciones Unidas: 8 décadas siendo el corazón de la diplomacia mundial

La ONU cumple 80 años y Nueva York celebra su papel como escenario clave de la diplomacia global desde el fin de la II Guerra Mundial

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Ser sede de la ONU provocó que Nueva York se volviera multicultural. Crédito: Craig Ruttle | Shutterstock

Cuando la Organización de las Naciones Unidas (ONU) nació en 1945, el mundo buscaba reconstruirse sobre las ruinas de la guerra. 8 décadas después, la sede principal del organismo, en la orilla del East River de Manhattan, se mantiene como un símbolo de cooperación internacional y como uno de los pilares más visibles de la identidad de Nueva York.

La relación entre la ONU y la ciudad es, desde sus inicios, una historia de mutua transformación: la diplomacia global moldeó el carácter cosmopolita de la metrópoli, y la energía neoyorquina le dio rostro humano a la política mundial.

Un comienzo marcado por la esperanza

El 24 de octubre de 1945, 50 países firmaron la Carta de las Naciones Unidas, dando vida a una institución nacida de la promesa de “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”. Durante un breve período, se debatió cuál sería su sede permanente. Philadelphia, Boston y San Francisco figuraron entre las candidatas, pero fue Nueva York la que finalmente ganó el título de capital diplomática del mundo.

La decisión se concretó en 1946, cuando John D. Rockefeller Jr. donó $8,5 millones de dólares para adquirir los terrenos de Turtle Bay, un área industrial deteriorada a orillas del East River. En aquel entonces, la zona estaba plagada de almacenes y mataderos. El ambicioso proyecto urbanístico transformó el paisaje: donde antes había fábricas, se levantó el complejo de la ONU, con un diseño modernista firmado por el arquitecto Le Corbusier y el estadounidense Wallace Harrison.

En 1952, el edificio de vidrio y acero fue inaugurado oficialmente. La imagen del rascacielos verde esmeralda reflejándose en el río se convirtió, desde entonces, en una de las postales más reconocibles de Nueva York.

El impacto de la ONU en la ciudad

La llegada de las Naciones Unidas no solo cambió la fisonomía del East Side. Su presencia marcó el inicio de una era en la que Nueva York se consolidó como un laboratorio global de culturas, idiomas y costumbres. Hoy, más de 190 misiones diplomáticas y decenas de organizaciones internacionales operan en la ciudad, generando un ecosistema donde conviven embajadores, traductores, periodistas, académicos y activistas de todos los continentes.

Esa diversidad también se siente en las calles. A pocas cuadras de la sede, los restaurantes ofrecen menús de todo el mundo: etíope, coreano, libanés, mexicano. Muchos de sus propietarios son hijos de diplomáticos o migrantes que llegaron atraídos por el trabajo internacional que la ONU genera.
En cifras, el organismo y su entorno diplomático aportan más de $3,000 millones de dólares a la economía local, según estimaciones del Departamento de Estado. Además, crean miles de empleos en hotelería, transporte, seguridad y servicios culturales.

Escenario de grandes momentos históricos

El salón de la Asamblea General, con su icónico fondo dorado, ha sido escenario de algunos de los discursos más recordados de la historia contemporánea. Allí resonaron las palabras de Nelson Mandela tras su liberación en 1990, las advertencias de Greta Thunberg sobre la crisis climática, o el llamado de Volodímir Zelenski a frenar la invasión rusa en Ucrania.

También ha sido testigo de tensiones diplomáticas notorias: el zapatazo de Nikita Jrushchov en plena Guerra Fría, los debates sobre Palestina e Israel, y las sesiones de emergencia por conflictos en Medio Oriente o África.

Cada una de esas escenas ha quedado grabada en la memoria colectiva y ha reforzado la posición de Nueva York como el epicentro donde el mundo intenta, a veces con éxito, a veces no, dialogar antes de recurrir a las armas.

Un espacio que inspira diálogo, arte y cultura

Más allá de su rol político, la sede de la ONU es también un espacio de arte y simbolismo. En sus jardines se encuentran esculturas que apelan a la paz: la más famosa, Non-Violence, muestra un revólver con el cañón anudado, donado por Suecia en honor a John Lennon.

Cada año, miles de visitantes recorren el edificio, observan las banderas de los Estados miembros y asisten a exposiciones sobre derechos humanos, desarrollo sostenible y cambio climático.
Esa apertura al público refuerza una idea clave: la ONU no pertenece solo a los gobiernos, sino también a los pueblos.

Nueva York, espejo del mundo

La influencia de las Naciones Unidas se siente en la vida cotidiana neoyorquina. En los barrios cercanos a Midtown se escuchan decenas de idiomas y se venden productos de todos los países representados en el organismo.

El transporte público, los festivales culturales y hasta las escuelas reflejan esa convivencia global. En cierto modo, la ciudad entera se ha convertido en un microcosmos del ideal que inspiró la fundación de la ONU: una comunidad diversa capaz de coexistir y resolver conflictos mediante el diálogo.

El desafío de seguir siendo relevantes

A 80 años de su fundación, la ONU enfrenta críticas y desafíos enormes: la crisis climática, la inteligencia artificial, las guerras prolongadas y la desigualdad global ponen a prueba su efectividad. Sin embargo, su presencia en Nueva York sigue siendo un faro de legitimidad diplomática.

El secretario general António Guterres lo ha resumido así: “El edificio puede estar en Manhattan, pero el espíritu de la ONU pertenece al mundo entero”.

Y, en efecto, aunque el edificio neoyorquino haya cambiado, con nuevos rascacielos y la transformación urbana del East River, la sede de las Naciones Unidas continúa siendo un recordatorio visible de que el diálogo, por difícil que sea, sigue siendo la única vía hacia la paz.

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