Un año que viene y otro que se va
A menudo la última columna del año se dedica a hacer un recuento de lo que ha pasado lo bueno y lo malo. Pero el 2011 ha sido tan horripilante, maloliente y deprimente que es mejor empezar a olvidarlo ya mismo y hacer gárgaras de coquito para quitarnos el mal sabor de la boca.
Y el día 31, cuando den las doce de la noche, habrá que comerse 24 en vez de 12 uvas para empezar el nuevo año con un poco de dulzura en la garganta.
Lo peor es que el 2012, siendo un año de elecciones presidenciales, no promete levantarnos el ánimo. Tenemos 10 meses por delante donde querrán ahogarnos bajo una catarata de retórica malsana, hundirnos en un pantano de mentiras pegajosas, entretenernos con actos de malabarismo siniestro, engañarnos con pirulís mágicos para que no votemos el día de elecciones y otras tonterías más.
Todo este show business, generosamente subvencionado por intereses creados, opacará los rayitos de luz que se vislumbran al final del túnel: una economía que da señales de vida, una leve alza en el número de empleos creados, el fin de una guerra costosa e innecesaria y la creciente convicción de que, después de todo, el mundo no acabará el 21 de diciembre del 2012, a pesar de las supuestas predicciones mayas y la re-elección de Barack Obama a la presidencia.
Pero habrá cosas pequeñas que pasarán a diario y que nos devolverán en gotitas la fe en el futuro y en la humanidad: Alguien se enamorará por primera vez. Otro leerá un libro que habrá de cambiarla la vida. Un estudiante aprenderá las tablas de multiplicación y entenderá que les serán útiles por el resto de su vida. Una niña nacerá y será presidente en 2054. Algún científico encontrará la cura para una enfermedad fatal. Alguien le cederá el asiento en el bus a una anciana. Alguien hará un favor y le darán las gracias de corazón y se lo devolverán más tarde.
El atleta o equipo deportivo favorito de alguien ganará una medalla de oro en las Olimpiadas 2012 en Londres y algún país se estremecerá de orgullo cuando suba su bandera y toquen su himno nacional. Alguien adoptará un gatito abandonado. Alguien enseñará a hablar a una cotorra.
Una persona dejará de odiar a otra por el color de su piel o por su preferencia sexual o por sus creencias religiosas. Mejor aún, un individuo no matará a otro por las mismas razones.
Habrá un día y una hora en algún lugar del mundo donde lloverá y brillará el sol al mismo tiempo y alguien sonreirá ante tal espectáculo y bajará la cabeza en agradecimiento y admiración por la Madre Natura, que puede ser tan cruel en tantas otras de sus manifestaciones.
Una gallina pondrá un huevo con dos yemas y un arce canadiense sudará más maple syrup para panqueques que nunca antes. Y un cerdo donará su panza para hacer tocineta ahumada que complementará un desayuno que hará feliz a una persona en la Calle 116 en Manhattan.
Qué más se puede esperar Feliz y Próspero Año Nuevo a todos.