La mano negra y sus tinglados en Colombia

Se me vienen a la memoria, tiempos aciagos cuando el paramilitarismo comenzaba a volverse una pavorosa amenaza en Colombia.

En la década de los ochenta había uno de varios grupos de asesinos, salido de las entrañas del narcotráfico y las alianzas con militares corruptos, que se llamaba la Mano Negra.

Su misión era matar a gente incómoda, desde candidatos presidenciales, jueces, policías, hasta periodistas considerados subversivos por investigar y denunciar a funcionarios corruptos.

La Mano Negra nunca desapareció. Casi tres décadas después de su funesto inicio no manda a matar. Ahora su tarea es la aniquilación moral, social y política, en ciertos contextos aplicando la constitución y las leyes de una manera acuciosa y con malicia.

Bien pueden argumentar los defensores de la ley perfecta que lo que sucedió con la fiscal colombiana Viviane Morales es el resultado de un Estado social y democrático de derecho que permite tomar decisiones como destituirla.

Un estudiante demandó el proceso que escogió a la fiscal, pero, detrás de él se pudieran estar ocultando juristas sagaces que recibirían órdenes desde las sombras.

El consejo de Estado de Colombia anuló la elección de la fiscal Morales basado en que se presentaron vicios en la votación para elegirla. Esos errores, quizás hubieran sido insignificantes si ella fuera complaciente con los corruptos.

Lo sospechoso es que ocurre cuando pisó los callos de ciertos sectores de la ultraderecha, lo cual molesta a un ex presidente que se creyó emperador y todavía pretende gobernar desde las sombras: Álvaro Uribe.

Morales envió a la cárcel a varios ex colaboradores de Uribe y están a un paso de un juicio su exjefe de gabinete, Bernardo Moreno y el ex ministro de Agricultura Andrés Felipe Arias. También ordenó capturar al ex comisionado de paz Luis Carlos Restrepo por la falsa desmovilización de un frente guerrillero de las Farc, con lo que pretendía mostrar resultados en la política de seguridad del gobierno uribista.

Morales investigaba quién ordenó desde el gobierno pasado las interceptaciones telefónicas hechas ilegalmente por el servicio de inteligencia para saber qué se decía en contra de Uribe, quien la acusa de estar al servicio de una “venganza criminal con fines políticos”, en la que estarían supuestos “delincuentes” perseguidos por él.

Por otra parte, otros enemigos dicen que Morales tiene a la izquierda susurrándole al oído.

Aunque su esposo es el ex guerrillero del M-19 Carlos Alonso Lucio, dudo mucho que ella decida por encima de la ley para complacerlo.

Sacarla de la fiscalía es la cuenta de cobro de la Mano Negra que temía el destape total de la olla podrida, donde se cocinó el paramilitarismo.

Mientras los partidarios del expresidente Uribe agradecen al Consejo de Estado quitarle la piedra en el zapato a su líder, muchos colombianos miran estupefactos como el poder subterráneo debilita la justicia.

El presidente Juan Manuel Santos tiene entre manos una papa caliente; su deber es aniquilar los tinglados de la Mano Negra, para que sus miembros oscuros no sigan delinquiendo con impunidad. Si no lo hace, en la historia quedará como un cómplice.

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