El legado del escritor Ray Bradbury

El hoy fallecido escritor estadounidense Ray Bradbury, considerado uno de los maestros de la ciencia ficción, prefería la etiqueta de "fantástica" para su literatura y creía que los libros estaban condenados a desaparecer en un mundo bombardeado por las nuevas tecnologías.

Bradbury, quien falleció el martes en Los Ángeles a los 91 años, fue un férreo crítico de la internet.

Bradbury, quien falleció el martes en Los Ángeles a los 91 años, fue un férreo crítico de la internet. Crédito: AP

BOGOTÁ, Colombia.- El hoy fallecido escritor estadounidense Ray Bradbury, considerado uno de los maestros de la ciencia ficción, prefería la etiqueta de “fantástica” para su literatura y creía que los libros estaban condenados a desaparecer en un mundo bombardeado por las nuevas tecnologías.

Ya “no es necesario quemar los libros para destruir la cultura, sino que basta con dirigir a la gente para que no los lea” y “eso es lo que está ocurriendo”, afirmó Bradbury hace doce años.

Bradbury, nacido en 20 de agosto de 1920 en Waukegan (EEUU), había relatado en su obra cumbre, Fahrenheit 451, cuyo título hace referencia a la temperatura a la que el papel empieza a arder, una historia futurista de una sociedad totalitaria y dominada por la cultura audiovisual en la que la palabra escrita está prohibida y solo vive en la memoria de un grupo al margen de todo.

“En Estados Unidos, los niños no aprenden a convertirse en seres humanos receptores y ninguno se ocupará después de leer. Así llegará el final de los libros, con esta forma de censura sutil”, declaró a un diario italiano en el año 2000.

En 2006 volvió a insistir en ese aspecto en una videoconferencia desde su casa de Santa Mónica (California) que se transmitió en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

La falta de educación convierte a los libros en “innecesarios” y hace que “se quemen solos”, proclamó para agregar que las nuevas tecnologías “bombardean a la sociedad con información, pero de cara a la formación de las personas nada es sustitutivo de la lectura”.

Bradbury, un ávido lector desde pequeño, se preciaba de no usar computadoras y consideraba que internet solo servía para el comercio y que en la vida actual había “demasiadas máquinas”.

Agudeza y sentido del humor fueron dos rasgos de la personalidad de Bradbury, quien decía ser descendiente de una de las brujas de Salem y recordaba que con diez años había sido ayudante en una función del famoso ilusionista Blackstone.

Admirador declarado de Rice Burroughs y de Julio Verne, se consideraba a sí mismo “un narrador de cuentos con propósitos morales” y le gustaba identificar su género con la fantasía.

“En primer lugar, no escribo ciencia ficción …, la ciencia ficción es una descripción de lo real. La fantasía es una descripción de lo irreal”, dijo una vez para aclarar que entre sus obras solo Fahrenheit 451 podía inscribirse en el primer género y que Crónicas marcianas estaba en el segundo como “los mitos griegos”.

El autor de Crónicas marcianas, donde se cuenta la colonización del planeta rojo por la humanidad y la decadencia de esa civilización, tenía grandes esperanzas en que el hombre iba a ser capaz de asentarse en Marte algún día, para “dejar atrás los problemas de la Tierra y comenzar de nuevo”.

Quizás por eso en 2004 le dijo a un diario chileno: “cuando muera, quiero que me cremen, que pongan mis cenizas en un tarro de sopa de tomate ¡y me entierren en Marte!”.

En esa entrevista incluso fantaseó con la posibilidad de que sus libros fueran leídos en el planeta rojo “dentro de unos cien años más” y que los colonos se rieran de “lo inexacto” que había sido en Crónicas marcianas.

Autor prolífico de novelas, cuentos y algunos ensayos, Bradbury es considerado un verdadero mito en el campo de la literatura fantástica y de ciencia-ficción y uno de sus mayores innovadores.

Desde los doce años enviaba sus historias a las revistas con la esperanza de que publicaran alguna. Su primer relato publicado fue Pendulum, escrito en 1941, en colaboración con Henry Hasse.

No pudo ir a la universidad por problemas económicos, pero visitaba la biblioteca de su ciudad todos los días para instruirse.

En 1950 publicó Crónicas marcianas, a la que siguieron El hombre ilustrado, Fahrenheit 451, El vino del estío, La feria de las tinieblas, Las doradas manzanas del sol, Remedio para melancólicos, Las maquinarias de la alegría, Out of Space, adaptada al cine por él mismo; Cuentos del futuro, Cuentos espaciales y Memoria de crímenes, entre otras muchas.

Escribió también numerosas obras teatrales y guiones para la televisión y el cine, incluido el de la película de John Huston Moby Dick (1956). También muchas de sus obras fueron llevadas al cine, como Fahrenheit 451, por Francois Truffaut.

Cuando en 2006 recibió el VI Premio Reino de Redonda, instituido por el escritor español Javier Marías y uno de los numerosos galardones que poseía, el jurado señaló que en “sus extraordinarias narraciones fantásticas” confluyen “una inventiva tan original como poética, un profundo talante humanista y un desacostumbrado romanticismo”.

Eso le permite “crear verdaderos mitos modernos y lanzar acertadas visiones de un futuro a menudo amenazado por el riesgo totalitario que trae consigo la idolatría de la técnica deshumanizada”.

“Su legado sigue vivo en su obra monumental de libros, cine, televisión y teatro, pero lo más importante, en las mentes y los corazones de cualquiera que lo haya leído, porque la lectura permitía conocerle.

Era el hombre más grande que conozco”, dijo hoy su nieto Danny Karpetian al anunciar su muerte.

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