Poderoso… es don Dinero
Quizás ha visto o hasta comprado en una botánica o bodega uno de esos aerosoles marca “don Dinero” que prometen traernos la abundancia contante y sonante con solo echar un par de rociaditas por la casa o directamente sobre la billetera o los tiques de la Lotto.
No sé a ustedes, pero a mí nunca me ha funcionado. Tampoco el incienso del mismo nombre. Pero la ingeniosa marca me recuerda su procedencia, la famosa letrilla del poeta y maestro de la sátira, el español Francisco de Quevedo (1580-1645): “Madre, yo al oro me humillo, / él es mi amante y mi amado, / pues de puro enamorado / de continuo anda amarillo, / que pues, doblón o sencillo, / hace todo cuanto quiero, / poderoso caballero / es don Dinero“.
El martes vimos cómo en las elecciones en Wisconsin para desbancar al gobernador Scott Walker, quien ganó no fue el gobernador, sino Benjamin Franklin, cuya imagen aparece en los billetes de cien dólares. Esa fue la primera elección regular luego de que la Corte Suprema fallara a favor del concepto de que las corporaciones son “gente” y que el dinero es una forma de libre expresión protegida por la primera enmienda a la Constitución. En otras palabras, ahora las corporaciones pueden donar cantidades astronómicas de dinero a una campaña política y ni siquiera tienen que dar sus nombres.
Creo que el departamento de la moneda va a tener que volver a poner en circulación los billetes de más alta denominación (500, mil, 10 mil y hasta 100 mil dólares) que dejó de imprimir en 1969 porque “nadie los usaba”.
La campaña de Walker recibió más de 30 millones de dólares, en su mayoría de corporaciones conservadoras de fuera del estado. Los demócratas recaudaron una octava parte de esa cantidad, principalmente de sindicatos laborales, la fuerza motora tras el esfuerzo en echar a Walker de su puesto por sus decisiones antisindicales.
Los perdedores fueron los sindicatos, las únicas organizaciones con un módico músculo y dinero que pueden enfrentar a esas criaturas creadas por la Corte Suprema, “gentes corporativas”.
Desde la presidencia de Ronald Reagan, quien despidió a los controladores aéreos para que no se declararan en huelga, los republicanos han librado una exitosa batalla para eliminar la voz y el voto de los trabajadores sindicalizados. Esto se ha facilitado porque ahora la mayoría de trabajadores miembros de una unión son empleados públicos cuyos empleos están a la merced de los gobiernos estatales, que por ley deben equilibrar sus presupuestos anuales. Ya a la hora de los recortes, saben hacia donde van tijera en mano.
Es deprimente ver que la democracia quede en los bolsillos de don Dinero, quien obtendrá lo que quiera, donando sus Benjamines a los Pinochos de la derecha, cuyas narices veremos crecer con sus mentiras y distorsiones.
Y hablando de narices, Quevedo no se quedó corto: “Érase un hombre a una nariz pegado, / érase una nariz superlativa, / érase una nariz sayón y escriba, / érase un peje espada muy barbado?”.
Y para eso no hay aerosol que valga.