Mi padre trabajó de sol a sol

Encorvado con su azadón picaba la tierra para luego avivarla con abonos naturales. Era un agricultor que trabajaba de sol a sol, sólo pensaba en la manutención de su familia. Su esposa Teresa María había muerto de la infección de Lyme, producida por la picada de una garrapata cuando desherbaba el huerto. Emilio oía un murmullo en los árboles, un susurro patético, se presagiaba un fatal desenlace, sin embargo, bañado en sudor continuaba la dura faena. Con una sonrisa cadavérica, movía y sacudía la tierra. Gran incertidumbre bajo el crepúsculo del atardecer. “Sumo y sigo, que todavía me quedan fuerzas para finalizar la faena”, cavilaba. El sol bañó con sus postreros rayos el plantío. El labriego dio el último azadonazo y cayó de bruces en el sembradío, exhausto, deshidratado. Fue un cíclope del bosque, consentido por el viento y azotado por el clima tropical. De su osado trabajo, convirtió aquel campo yermo, en un hermoso jardín, de un verdor profundo, y que en las mañanas se enciende la llama de un clavel, mas florecen las hortalizas. De los árboles, las naranjas y toronjas resplandecen de dorado, y en coro trinan el turpial y la perdiz, La fiebre aceleró su paso; sus hijos lo encontraron con el azadón hundido en la tierra, que todavía lo tenía aferrado en aquellas honradas manos callosas. Su optimismo anhelado no murió con sus sueños. Sucumbió como un mártir, para proveer un bienestar imperecedero a sus hijos.

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