La ola de calor

La politiquería y la ciencia se entremezclan en el debate sobre el calentamiento global con posiciones extremas que culpan o eximen de toda responsabilidad a los gases contaminantes de los recientes acontecimientos climáticos. Cuando la realidad, aparentemente, es un punto medio.

Los fenómenos climáticos extremos, como las fuertes sequías y las olas de calor, se originan de manera natural, pero el impacto de la contaminación ambiental producido por la actividad humana los eleva a condiciones extraordinarias que baten nuevos récords de temperatura.

Esta es la conclusión del reporte anual sobre el estado del clima que publican en conjunto la Administración Federal Oceánica y Atmosférica (NOAA) y la Oficina de Meteorología del Reino Unido. Estas son dos entidades científicas que no pueden ser acusadas de extremismo ecológico, tal como suelen hacer los grupos conservadores que rechazan la idea de que hay una relación entre la emisión de gases contaminantes y el calentamiento global.

Los científicos documentaron que la concentración de gases responsables del efecto invernadero continuó elevándose el año pasado y que el promedio global de concentración atmosférica de dióxido de carbono alcanzó por primera vez las 390 partes por millón, un aumento de 2.1 ppm del 2010.

Los científicos dicen que quizás 90% de una ola de calor es natural pero ese 10% adicional influenciado por las emisiones contaminantes es el que eleva a cifras récords.

Por ejemplo, las estadísticas del NOAA indican que las temperaturas más elevadas en Estados Unidos -desde que se hace este registro- se produjo en los últimos 12 meses; y que los primeros seis meses de 2012 fueron las más calientes del período, registrándose más de 170 instancias en que se rompieron o igualaron récords de alta temperatura.

Esta información debería de acercar las posiciones políticas encontradas sobre el calentamiento global, entre quienes desde una posición ecologista quieren imponer estrictas medidas de control de emisiones y los que la niegan, principalmente por el impacto negativo económico que tienen esos controles sobre el sector privado.

No hacer nada también cuesta un alto precio en pérdidas y daños ligados a fenómenos meteorológicos extremos.

Pero es difícil que esto ocurra en un ambiente polarizado en el Congreso donde por motivos ideológicos -como el antagonismo regulatorio- se rechazan hechos científicos. Lamentablemente en este tema como en varios otros, la estrategia para combatir este problema está en las manos de los votantes y no de los científicos ni los políticos.

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