Payá sabía que su vida estaba en peligro
La noticia de que el disidente Oswaldo Payá Sardiñas había muerto me pegó como si me hubieran dado una patada en el estómago. Por segundo año consecutivo un disidente cubano galardonado con el prestigioso premio Andrei Sajarov por su lucha por los derechos humanos moría en Cuba.
El año pasado fue Laura Pollán, fundadora de las Damas de Blanco. Ella murió de un ataque al corazón, poco después que un auto chocara contra su automóvil. En el caso de Payá fueron dos choques.
El primero ocurrió en La Habana el mes pasado y Payá salió vivo según él “de milagro”. El segundo cerca de la ciudad de Bayamo fue el domingo pasado. En esta moriría Payá, fundador del Movimiento Cristiano Liberación (MCL), y Harold Cepero, un joven miembro del mismo partido.
Otras dos políticos, el español Angel Carromero y el sueco Jens Aron Modig, sobrevivieron. Sólo ellos podrán decir si el incidente fue provocado por un auto patrulla del gobierno que los embistió hasta sacarlos de la carretera, como dice Rosa María, la hija de Payá, o un accidente como dice el gobierno.
Lo único cierto es que hoy el régimen de los hermanos Castro tiene a un disidente menos con quien lidiar. Durante más de medio siglo tanto Fidel como Raúl Castro siempre han encontrado la forma de fusilar, encarcelar, o desaparecer a los que cuestionan su derecho a gobernar de por vida.
En los primeros años la revolución cubana fusilaba o encarcelaba por décadas a sus enemigos. En un momento, Amnistía Internacional llegó a decir que Cuba tenía más presos políticos per cápita que ningún otro país del mundo.
Después vinieron las turbas del gobierno. No importa si los que protestaban eran blancos o negros, hombres o mujeres. Si hacían mucha bulla, las turbas les entraban a palo y pedrada. Ahora los oponentes del régimen mueren en huelgas de hambre en las mazmorras cubanas, o tienen trágicos accidentes.
Hace años que Payá no era de los que más llamaban la atención pública. En el 2002 Payá creó el Proyecto Varela y consiguió más de 25,000 firmas para pedirle a la Asamblea Nacional que le diera más libertad al pueblo cubano. No le hicieron caso.
Al año siguiente la Asamblea Nacional decretaba que el sistema socialista de Cuba era “irrevocable” y en abril del 2003, muchos de los miembros del MCL fueron encarcelados por el régimen en lo que se llamó la “primavera negra”. La mayor parte de ellos fueron liberados y forzados a irse de Cuba con sus familiares.
Payá nunca quiso vivir en el exilio. A él le dieron permiso a salir de Cuba a recibir el premio Sajarov. Vio a gobernantes en Europa y en Estados Unidos se reunió con el Secretario de Estado Colin Powell. Estuvo en Miami donde algunos grupos del exilio no confiaban en su esfuerzo por dialogar el cambio en Cuba en forma pacífica. Payá prefirió volver a la isla; a las constantes pesquisas y a un gobierno que vigilaba todos sus movimientos.
El sabía que su vida estaba en peligro. Se lo había dicho a su esposa Ofelia Acevedo Maura hace poco. Lo que no sabía es las enormes repercusiones que su muerte ocasionó en Cuba y en todo el mundo. El Cardenal Jaime Ortega, a quien Payá había criticado fuertemente por ser demasiado débil en sus posiciones frente al régimen, pronunció la homilía a Payá en la Iglesia de El Salvador del Mundo, en el barrio capitalino de El Cerro, donde el disidente oía misa todas las semanas.
Cientos de cubanos se congregaron en la iglesia y gritaron a voz en cuello “Libertad, Libertad, Libertad”. Afuera del templo, agentes de seguridad del gobierno repartían golpes y arrestaban a más de 50 disidentes, a quienes montaron por la fuerza en dos autobuses para sacarlos del lugar. Uno de ellos era Guillermo Fariñas, el único disidente cubano en haber recibido el premio Sajarov que aún vive.
El presidente Barack Obama, su rival el republicano Mitt Romney, el líder del Movimiento Solidaridad de Polonia, Lech Walesa, el primer ministro de España Mariano Rajoy y hasta el Papa Benedicto XVI elevaron sus voces en protesta por la muerte de Payá.
Miles de exiliados cubanos se congregaron el martes en la noche en la Ermita de la Caridad del Cobre en Miami a orar por Payá. Al morir logró lo que no pudo hacer en vida: unir el sentir de un pueblo a ambos lados del Estrecho de la Florida que reclama la libertad de Cuba.