Delito de silencio

Gracias a la moderna tecnología de comunicación e información, se avecina la inflexión histórica de la fuerza a la palabra

La Palabra

Con frecuencia, callamos a medida que nos hacemos mayores, en lugar de aprender a desinhibirnos y manifestar lo que pensamos. Hace años leí que “los padres enseñan a hablar a sus hijos pequeños; ya crecidos, los hijos enseñan a sus padres a callar”.

El silencio de los pueblos fortalece el poder absoluto, el proceder arbitrario de los gobernantes, el obediente comportamiento de los representantes parlamentarios que no “parlan”, que siguen sin objeción alguna las consignas del partido, del mando.

“En los tiempos que vivimos, escribía hace unos días Manuel Cruz, nadie debería permanecer callado respecto a los asuntos que a todos conciernen”.

El pleno ejercicio de los Derechos Humanos no se alcanzará hasta que los seres humanos se expresen libremente, hasta que su voz sea oída y atendida por quienes ejercen, en su nombre y representación, el poder. No es casual que en la Constitución de la UNESCO el “libre flujo de ideas por la palabra y por la imagen” figure en el mismo artículo –el primero— en el que se define a la educación como el desempeño del don supremo de la especie humana, la libertad, junto a su esencial acompañante, la responsabilidad. “Libres y responsables”.

Ya hace siglos que algunos “adelantados” a su época preconizaban la ineludible necesidad de manifestar sus opiniones para vivir “humanamente”. Pero la inmensa mayoría de los ciudadanos siguieron siendo súbditos silenciosos, testigos mudos y atemorizados de lo que acontecía. Y daban su propia vida sin rechistar.

Me impresionó la capacidad de algunos líderes para tratar de interpretar la voz y el grito pensados pero contenidos: “Dejadme escuchar este silencio ensordecedor”, dijo el Presidente François Mitterrand.

“Nos queda la palabra”… repitió Fernando Buesa en los plenos de las Juntas Generales de Álava (1983-1989). Víctima de ETA, la Fundación que lleva su nombre ha perpetuado su luminosa estela con el nombre de “El Valor de la Palabra”. Los asesinos le abatieron físicamente pero, ciertamente, nos queda, nos quedará para siempre, la palabra, su palabra.

Deber de palabra para la plena efectividad de los Derechos Humanos. Para la transición de una cultura de imposición, violencia y dominio a una cultura de diálogo, conciliación, alianza y paz. Luis García Montero ha plasmado en unos inspirados versos el amanecer de la era del entendimiento y de la solución de los conflictos por la palabra: “Venga a mi, / en los ojos del joven que levanta la mano / y pide la palabra, / y confía sin más en las palabras…”.

Hoy, por fortuna, me gusta repetirlo porque es componente básico de la esperanza de cambio, el tiempo de silencio ha concluido. ¡”Delito de silencio”!… porque, gracias a la moderna tecnología de comunicación e información, se avecina la inflexión histórica de la fuerza a la palabra. Derechos Humanos, deber de palabra.

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