Mi amigo Obregón

A mi mamá no le gustaba, ella decía que el general era un hereje

General Álvaro Obregón Salido, Presidente de México de 1920 a 1924.

General Álvaro Obregón Salido, Presidente de México de 1920 a 1924. Crédito: Wikipedia / Library of Congress Prints and Photographs

Burbujas

Por razones de salud el Papa anunció que se retira este febrero 28.

¡Amen!

Lo siento y, a otro tema menos dramático.

Recibí una amable carta de un lector, que solo firma como Rubén, y dice: “He venido leyendo que es enemigo de la violencia. Debería escribir más de sus recuerdos de eso en su pasado”.

Don Rubén, los recuerdos, como las personas, envejecen y los que sobreviven pueden estar deformados por el tiempo o nuestra mente. Que bueno que haya a quienes se interesen por ellos y les ayude a sobrevivir. Todo recuerdo, bueno o malo, tiene distinto valor, casi siempre solo para su dueño; lástima que cuando uno se va se los lleva.

Don Rubén: Dado a que mi pasado es tan largo, un “casi siglo”, he tenido la suerte de vivir los increíbles cambios, tanto sociales como políticos y de como enfocar la vida.

Aclaro que nunca he pensado que el tiempo pasado haya sido mejor, simplemente fue diferente, como diferente a hoy va a ser mañana.

Actualmente no hay tiempo para admirar lo nuevo, de inmediato es viejo y ese acelerado proceso, está dejando atrás a la vida misma y ha dividido a la humanidad en genios creativos y usuarios adultos y niños, de esos milagros electrónicos, que hacen innecesario usar el cerebro.

¿Usarlo, como para qué?

Yo, don Rubén, cuando fui niño, fui niño, no adultito… y vivía en la ciudad de México…

En aquel entonces el ritmo de vida, vaya hasta la forma de sentir el tiempo, era distinta.

Y dado a que, al parecer, los relojes caminaban más lentos, sobraba tiempo para muchas cosas.

En ese ayer las personas de 40 años habían dejado atrás su juventud, las de 50 años ya eran muy grandes y las de 60, viejas.

Entonces muchos iban a pie a su trabajo o tomaban un tranvía o camión y los pocos muy ricos usaban unos automóviles Ford con toldo de lona. Para alertar a los peatones de su presencia hacían un ruido con su “claxon” que sonaba a “aagggrrrruur”.

No había congestionamiento de tránsito, claro, y las calles, casi todas, eran el reino de los niños… Nosotros tras de ser forzados a hacer la tarea, salíamos corriendo de casa y nos reuníamos con los amigos de “nuestra” calle y competíamos con los de otras.

Nuestros juegos eran sencillos: una pelota, canicas, trompos y baleros, usados para competir entre nosotros. El afortunado que tenía patines los prestaba a cambio de huesos de chabacano que ¡eran nuestro dinero!

Yo vivía en la Colonia Roma, nueva entonces, en la Avenida Jalisco, exactamente frente a la casa del general Álvaro Obregón que, habiendo sido presidente de México, buscaba su reelección en 1928.

Ese importante personaje entraba y salía de su casa con frecuencia protegido por su guardia armada. Yo, de pantalón corto, me paraba en la banqueta junto a la entrada y hacía el saludo militar a su paso.

Un día un soldado me quiso alejarme, pero el general Obregón d ordenó: ¡Déjenlo, este niño es el único sincero aquí! Tras eso entré con el a su casa…

“Tu, me dijo, puedes venir cuando quieras”. Y visité esa casa muchas veces pese al disgusto de mi madre: “Obregón es un hereje, está persiguiendo a los católicos; él y Calles mantienen las iglesias cerradas”.

— Es mi amigo, insistía yo.

Esos días hice mi primera comunión, fue en secreto en una casa particular. Llegué de pantalón corto, como andaba en la calle, y me puse, ahí mismo, mis primeros pantalones largos… largos y estorbosos.

Un hombre vestido de negro, con una como tira bordada colgándole del cuello, me dio la comunión y habló de la importancia de lo que estábamos haciendo y de paso criticó severamente a Obregón. Yo iba a defender a mi amigo, pero mi madre me dio un pellizco, de esos chiquititos y dolorosos… y callé.

Al día siguiente, a eso de las cuatro de la tarde, vi gran actividad en la casa de Obregón. Fui corriendo… intenté entrar… un soldado me detuvo, él y otros lloraban…

—- Vete… Estar aquí puede peligroso… Acaban de matar al general y pueden venir por nosotros…

Llorando volví a mi casa… Mi madre me preguntó que pasaba…

— Mataron a mi amigo, mamá, lo mataron…

Alarmada insistió: ¿A cual?

— Al general Obregón, mamá, a mi amigo el general.

Recuerdo que se persignó y tras decirme que eso había sido castigo de Dios, se puso silenciosa a rezar su rosario.

Me enteré al día siguiente que en el banquete, en el restaurante La Bombilla en San Angel, donde celebraban la reelección, un tal “de León Toral”, tras de mostrarle a Obregón un dibujo que había hecho de él, lo mató de un balazo en la cabeza.

Los días que siguieron fueron de temor porque la “Madre Conchita” (así la llamaban) que parecía haber tomado parte en la conspiración para matar a Obregón visitaba con frecuencia la casa de mis tíos (todos los amigos de mi mamá eran mis tíos, sin serlo).

Ese fue mi primer contacto con la violencia política que recuerdo.

Poco después me envió mi madre a estudiar a Alemania, donde años más tarde aprendí lo que es el terror político y el no valor de la vida humana sacrificada a las ideologías racistas irracionales.

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