Francisco, el impredecible

La próxima semana se cumple el primer mes de la elección del jesuita argentino Jorge M. Bergoglio el 266 sucesor de San Pedro como Obispo de la sede episcopal de Roma. Es uno más en esa larga lista cargada de amores y odios, guerras y paces, uniones y divisiones, santidad y pecado.

El recién elegido, llegado desde el fin del mundo, como él mismo expresara, está revolucionando el papado. Y lo está haciendo de una forma normal, sencilla, cercana. Es interesante el ver y escuchar a los eclesiásticos, acostumbrados a ver pasar papas. Están todos ellos desconcertados. Algunos ya han ido al cardiólogo ya que es demasiado para su ritmo cardíaco.

En una institución milenaria donde la medida del tiempo no es la misma que para el resto de los mortales, les ha desconcertado un papa que comienza su presentación dando las buenas tardes a sus hermanos. Que no se pone los símbolos de Sumo Pontífice para presentarse, sino una simple sotana blanca. No están acostumbrados a verlo cercano. Que usa el lenguaje que entiende la gente, que se siente fanático de un equipo de fútbol en su lejana Argentina, que celebra la misa como un párroco más; que al concluir la misma se ubica a la salida de la iglesia y saluda uno por uno a los feligreses, les da los buenos días, ríe con ellos, se preocupa con ellos y de ellos.

Que ha preferido cambiar sus aposentos en el Palacio Apostólico por una simple habitación en una Residencia. Que hace sus comidas en una mesa más del comedor general, comiendo la misma comida que comen los residentes en el edificio e incluso sirviéndose él mismo.

Queda muy lejano de la majestuosidad y lejanía de sus predecesores. El Papa Francisco más que “comunicarse” crea “espacios comunicativos” en los cuales el que recibe el mensaje participa activamente en los mismos

Ha dejado de lado el título de Pontifex Maximus, Sumo Pontífice, expresión tomada de los emperadores romanos, para convertirse en el Obispo de Roma, sabiendo que la Iglesia de Roma es “aquella que preside en la caridad a toda la Iglesia”.

La Iglesia para Francisco es la que vive de la comunión de las realidades de cada día, las cuales son expresiones concretas del único cuerpo de Cristo que es la humanidad.

Para él la Iglesia es “caminar, edificar, confesar” en el mundo el cual se fundamenta en Cristo. Poco a poco va deshaciéndose de toda la parafernalia con que se ha adornado el Pontificado.

Pero Roma no es solamente el mundo eclesiástico. Es su gente, su vida. Y en esta ciudad desconcertante los taxistas suelen ser el termómetro más fiable de cómo va la vida. He tenido que tomar varios taxis y en todos ellos, sin excepción, al ver que era extranjero han comenzado su conversación sobre Francisco. Están entusiasmados, y eso que los taxistas romanos son de los más escépticos y anticlericales del mundo. Como me decía uno a la muerte de Juan Pablo II, han visto muchos papas pasar por el Vaticano y no cambia nada. Pero para ellos Francisco es distinto.

Les inspira alegría, sencillez, ilusión por seguir viviendo y luchando. Francisco desconcierta a los eclesiásticos-lo cual es muy difícil- y da alegría a los taxistas. Vienen grandes cambios para la Iglesia. En una semana en Roma conviviendo en la misma Residencia del Papa lo he notado.

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