Un mal humano

La arrogancia se expande como un virus social, afectando las relaciones humanas y el respeto por la dignidad de los demás

Están equivocados los que subvaloran la capacidad de los demás por su aspecto étnico, cultural o por el dinero.

Están equivocados los que subvaloran la capacidad de los demás por su aspecto étnico, cultural o por el dinero. Crédito: Archivo / EFE

Al Grano

Como un gen defectuoso que espera brotar para hacer daño, la arrogancia surge hasta en espíritus bondadosos y humildes cuando el egoísmo embarga a las personas.

Hace algunos años creía que mis paisanos colombianos eran tupidos por el orgullo y los más arrogantes de América Latina, pero a medida que he viajado por el continente, reconozco el error y corrijo mi evaluación sobre qué comunidad es la más pedante.

Pregunté en Twitter: Los colombianos acusan de ser arrogantes a los venezolanos; los ecuatorianos a los colombianos; los argentinos piensan que son los paraguayos; los peruanos señalan a los chilenos; los guatemaltecos a los costarricenses, igual que los hondureños, aunque algunos de ellos piensan que son los salvadoreños, quienes a su vez vuelven y acusan a los costarricenses porque dicen que creen vivir en Suiza.

Los hispanos en Estados Unidos, especialmente en California, acusan a los mexicanos; en Miami, donde la multiplicidad de nacionalidades genera una competencia alevosa, incriminan a los cubanos. Y si de consenso se trata, en toda América Latina piensan que los argentinos se llevan el premio. Hay que darles crédito: Tienen al papa Francisco, a Lionel Messi y al dios Maradona. Con esos tres personajes sueñan estar en el cielo.

Un tuitero suspicaz señaló que los arrogantes son aquellos que creen que los demás lo son.

Viajando de Guatemala a Miami me encantó conocer a una indígena de la etnia quiché, vistiendo su traje típico y cargando dos cajas de cartón. Sus paisanos, algunos con el mismo color de piel, la miraron feo y en ciertos casos se cubrieron la nariz con gesto de repugnancia.

La ayudé a guardar su equipaje, complaciéndome que hablara inglés y conoce a la perfección la tecnología. En su iPad me mostró fotos del rancho y de los nietos, ante la mirada atónita de los otros pasajeros que no podían admitir semejante privilegio que creen solo para ellos.

Después de reflexionar comprobé que los verdaderos arrogantes son los que se sienten superiores a los demás y por lo general, aquellos que tienen un poquito más que el resto de la gente. A todo nivel social, siempre habrá alguien que humille al que cree debajo de su posición, mirándolo por encima de los hombros porque considera que es de menor calidad humana al no tener privilegios.

Estas personas engreídas realmente son inseguras. Creen que son más importantes por tener un mejor carro que los demás, la casa más grande del barrio, volar por cortesía en primera clase en el avión para quitarse los zapatos olorosos, comprar un reloj de marca y alardear con el celular de última generación. No es sano causar envidia.

Lo grave es que la arrogancia se expande como un virus social, afectando las relaciones humanas y el respeto por la dignidad de los demás. Debemos cambiar de actitud y sepultar la pedantería humillante que genera injusticia, para que el mundo viva en armonía.

Están equivocados los que subvaloran la capacidad de los demás por su aspecto étnico, cultural o por el dinero. No seamos egoístas. Cultivemos la humildad y la sencillez. Así viviremos como mejores seres humanos. La arrogancia es de los pobres de espíritu.

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