Bajo sospecha

Papeles

Está claro: el Tío Sam nos mira con lupa. Quiere conocer nuestra intimidad por razones de “seguridad nacional”. Para ello creó la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). Edward Snowden, mi nuevo mejor héroe, nada de “traidor”, reveló que sus exjefes nos monitorean a través de las redes sociales. Mr. Ed merece estatua. Mi casa, mi vino y mi mesa son suyos.

Como disparo correos electrónicos a la lata debo estar en los radares del Gran Hermano. Por eso tiemblo cuando releo un correo mío en el que expreso mi decepción con el presidente Barack Obama porque nunca salió de Guantánamo. Y sigue en Irak, el lugar donde Adán y Eva retozaban inocentemente entre los matorrales donde inventaron el menos original de todos los pecados: Sí fornicar.

De pronto escribo tuits subversivos como este: Hoy nos visitó un churro de 92 abriles. Dice que soy muy generoso con lo que no es mío. Viví 9 meses dentro de ella. Es mi madre, Doña Geno.

¿Que encontrará de sospechoso la CIA en esta respuesta que le doy a quien me invita a convertir las ideas en éxito? “¿Qué hago con estas ganas infinitas de no ser exitoso, de no convertirme en Bill Gates de tierra fría, de no tener asegurado el almuerzo hasta las próximas 90 encarnaciones, de vivir con lo que tengo, no con lo que me hace falta?”

Espero que no me vayan a allanar porque en emilios a dos poetas románticos que se detestan cordialmente (Eduardo Escobar y Juan Manuel Roca), les pregunté la dirección de Fabio Roca Vidales para exigirle que me devuelva los 4 mil pesitos que me costó una invitación que le hice a un almuerzo ejecutivo. Decidí desinvitarlo cuando supe que consiente relaciones incestuosas con los neonazis. Cuando me enteré de sus escarceos ideológicos se me devolvió ese único almuerzo.

¿De qué me acusarán cuando lean un correo enviado a Santa Laura en el que le pido que no me mande más riquezas, que con lo que tengo es suficiente?

De un club me amenazan con regalarme pases VIP para una fiesta pagana, “todo incluido”. Sin el permiso de la CIA les respondí: “Mi religión me prohíbe acompañarlos. Si no me alcanza para la fidelidad, mucho menos para la infidelidad. Soy un hombre de principios. Ahora, si no les gustan mis principios se los cambio por otros, siguiendo a Marx, mi gurú (me refiero a Groucho, no a Carlos)”.

¿Será que soy peligroso para la seguridad de Estados Unidos porque suelo chorrear la baba vía Skype con mis nietos? Cuando les doy un beso virtual ¿qué entenderán los cuatro gatos con acceso al botón nuclear que podrían activar en algún guayabo terciario?

¿Será que puedo ser blanco de un falso positivo porque le revelé a un amigo ansermeño mi fórmula para hacer la paz en Colombia? Habrá paz en ocho días, le dije, cuando la guerra deje de ser “privilegio” de los de salario ínfimo, y los combatientes en la selva profunda sean los hijos de los que se sientan en el salón del Consejo de Ministros, o los herederos de los grandes cacaos.

No sé qué pasará con mi cotidianidad cuando la NSA averigüe qué hay detrás de este correo a un amigo obispo: “A veces me despierto con el ateo alborotado. Pero como soy hombre prevenido le pido a Dios: Señor, por si las moscas, guárdame silla a tu diestra mano. O a la siniestra. Al fin y al cabo, no tienes presa mala”.

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