Jugando con la reforma migratoria
Ahora que el debate de la inmigración se ha trasladado a la Cámara de Representantes, la narrativa dominante en los medios es que los republicanos están ansiosos por eliminar la propuesta de reforma migratoria.
Sin embargo, pocos periodistas analizan a la izquierda. Los demócratas también están ansiosos por algo. Quieren convertirse en los campeones de la reforma migratoria para complacer a los electores latinos, pero no pueden darse el lujo de ir demasiado lejos si no quieren convertir en enemigos a los obreros, quienes temen que la legalización de los indocumentados reduzca sus jornales.
Los demócratas, que ni se acercaron al tema entre 2009 y 2011, cuando controlaban el Congreso y la Casa Blanca, tienen poco interés en entrar en las elecciones de 2014 como el partido que trajo la “amnistía” a Estados Unidos. Los demócratas necesitan que los republicanos se agarren una rabieta pública, y acaben con la legislación.
Los demócratas no proporcionan demasiado liderazgo, pero son expertos en el arte de jugar con astucia.
Los demócratas están ganando cada pelea y cuentan con dos ventajas: la ayuda de los medios y una comunidad latina que desea creer que el partido demócrata es su amigo. Además, muchos republicanos han demostrado una tendencia estúpida a decir y hacer lo que está mal cuando se trata de la inmigración.
Los demócratas sin duda no están interesados en asistir a los republicanos a ganar elecciones atrayendo el apoyo hispano. Su estrategia parece ser impulsada por una política anticuada.
Por un lado, están desafiando a los republicanos a apoyar la reforma migratoria, a sabiendas de que los perjudicará con su base. Los demócratas saben que el Partido Republicano está en caos, y que el partido está dividido entre los intereses empresariales, que desean trabajadores, y los nativistas, a quienes les inquieta la latinización de los Estados Unidos. Esperan ampliar esa brecha.
Por otro lado, los demócratas deben saber que van a ganar pase lo que pase. Si logramos la reforma, se llevarán todo el mérito. Si no, toda la culpa recaerá sobre los republicanos.
Mientras tanto, algunos de sus aliados están promoviendo el mito de que el voto hispano está indeciso para 2014 y que el Partido Republicano se beneficiaría políticamente, si se aprobara la reforma migratoria. Hasta presentaron datos de encuestas, realizadas por entidades de izquierda, que supuestamente refuerzan la idea de que el apoyo hispano al Partido Republicano no es una causa perdida, después de todo.
Es una cruel artimaña. Aunque los latinos continuarán apoyando a candidatos republicanos individuales, cuyas ideas sobre inmigración sean correctas, es decir, al senador Marco Rubio de la Florida y cualquiera que se apellide Bush, es muy poco probable que apoyen al Partido Republicano en masa.
Alguna gente perdona y se olvida. Pero en la medida en que los republicanos, en el Congreso, en las legislaturas de los estados y entre los comentaristas, sigan soltando ridículas paparruchas racistas, sosteniendo que los inmigrantes de México y del resto de Latinoamérica son inferiores o defectuosos, los latinos tampoco están de humor para hacer ninguna de esas dos cosas.
Dejémonos de juegos. Si los demócratas y sus sustitutos pasaran la mitad del tiempo que usan para hacer política tratando de resolver este asunto, tendríamos un sistema migratorio mejor y un país mejor.