De Rio de Janeiro a Cracovia

Ya se llevó a cabo el primer viaje internacional del Papa Francisco. Y, por los comentarios y asistencia, podríamos afirmar que superó la prueba. Grandes multitudes, mensajes viejos disfrazados de novedades y sonrisas, sazonados con acento porteño y un portugués salpicado de palabras en español, el “portuñol”

Los cariocas han demostrado que, dentro de su desorganización, pudieron manejar sin grandes problemas una masa de personas cercana a los tres millones y medio de personas llegadas de lugares tan insólitos como Irak, Líbano o Palestina, sin dejar de lado Australia, Japón, Taiwán o Corea.

El lugar elegido, Curitibia, recibió tal ración de agua y tormentas tres días antes que imposibilitaron su utilización. Y ante la adversidad, los brasileiros se acordaron de Copacabana, la playa que define la alegría y el desenfreno de la vida carioca.

Y durante 72 horas la playa se convirtió en un gran templo, un lugar de reflexión y de música. Fueron los Carnavales de la Fe, días de alegría y participación.

¿Y qué dijo o hizo Francisco? Nada nuevo que no supiéramos. Pero con distinto tono, con distinta cercanía. Cuando escuchábamos a Benedicto XVI le teníamos el respeto al anciano que predicaba el mismo evangelio que no entendíamos, o no queríamos entender.

Sus magníficas y profundas enseñanzas se han quedado para acumular polvo en los estantes de las bibliotecas. Cuando hemos escuchado a Francisco nos ha predicado el mismo mensaje, pero con distinto tono, distinto sabor. Nos ha hablado con el lenguaje que entendemos.

Ha bajado a la realidad de la calle, ha dejado de lado sus títulos de sumo pontífice y se ha sentido un pastor sencillo, asequible, capaz de hacer chistes y de reírse hasta de él mismo. Aprendió el lenguaje de la calle, mezclándose con la gente en el bus, en el “subte”, en hospitales y cárceles.

Si leemos sus discursos en todos está presente uno de los grandes documentos del Vaticano II: la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, que comienza afirmando: “Las alegrías y las esperanzas, las penas y las tristezas de la Humanidad, son las alegrías y las esperanzas, las penas y las tristezas de los creyentes en Cristo, y nada humano le debe ser ajeno al creyente”.

Él lo ha disfrazado, lo ha dicho con otras palabras, pero en el fondo no hay novedad. Así se lo dijo a los jóvenes argentinos con los que se reunió: “léanse las bienaventuranzas y el capítulo 25 de San Mateo y con eso tienen suficiente” O sea, sean constructores de paz y de justicia, estén con la lámpara encendida para ver el hermano cercano, el que tiene hambre, tiene sed, es emigrante, preso, enfermo y nadie se preocupa de él. Y para llevar a cabo todo eso poner en funcionamiento los dones que se nos han dado, que son muchos “Y no tengan miedo a formar líos”.

Ha venido hasta el fin del mundo, a donde lo fueron a buscar, para decirles a los jóvenes que hay que espabilar. El reto es grande, pero merece la pena.

La próxima vez que se reúna con los jóvenes va a ser en Cracovia, en la vieja Europa. Allí lo va a tener más difícil. Europa es un continente de viejos que han dejado de creer. Pero… caminante no hay camino, se hace camino al andar.

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