Nueva función en la escuela

El personal docente podría portar armas para proteger a los alumnos.

El personal docente podría portar armas para proteger a los alumnos. Crédito: AP / Archivo

Educación

De vez en cuando, un terrible acto de violencia conmociona nuestro sentido nacional de inocencia en las escuelas. No es un gran consuelo, pero es probable que el personal docente de nuestra escuela local haya sido entrenado para responder, de la manera más eficaz, si ocurriera lo impensable.

Como observadora del área de educación, lo doy por descontado. Pero pueden resultar confusas y alarmantes para la gente que no comprende el nivel de alerta que practican, en la actualidad, las escuelas y las leyes propuestas para proteger al personal escolar, que debe ejecutar protocolos de emergencia.

La semana pasada una lectora me envió un artículo sobre una propuesta, en Indiana, para expandir la “doctrina del castillo”, es decir, la ley de “defensa propia” del estado —a terreno escolar con el fin de proteger a toda persona que recurra a fuerza letal para impedir una masacre escolar.

Me contestó bruscamente cuando sugerí que ese tema merece, como mínimo, una conversación sensata.

Han pasado 14 años desde los hechos de Columbine, el tiroteo más mortal de la historia en una escuela secundaria. Hay que multiplicar por 10 toda guía o entrenamiento que uno pueda imaginar que obtiene el personal escolar para enfrentar situaciones de emergencia y cierres por alarmas.

Hace tres años, el personal de una escuela secundaria suburbana de Chicago, utilizó un día de receso para estudiantes, a fin de poner en práctica un protocolo de emergencia que se centraba en muertes masivas.

En coordinación con el departamento de policía local, algunos fingieron ser docentes, mientras otros actuaron como víctimas ensangrentadas, en fuga o simplemente presas de histeria, mientras personal de emergencia los atendía en un simulacro de la peor tragedia.

Pasemos ahora al mes de agosto pasado, solo meses después de la masacre de la escuela primaria Sandy Hook, en Newtown, Connecticut.

En un día de “servicio interno” para maestros designado para obtener el tan necesitado “desarrollo profesional”, esa misma escuela —ubicada en una ciudad considerada en el medio de una lista de “las cien ciudades más seguras de los EEUU— enseñó a sus maestros y a su personal escolar cómo bajar a un intruso armado.

Se enseñó a los educadores las diferencias entre un revólver y un arma de fuego semiautomática, y cómo apoderarse de cada una de esas armas de manos de un atacante, a fin de minimizar una potencial carnicería.

Se demostraron técnicas para abalanzarse sobre un tirador individualmente y en grupos. Se identificaron armas improvisadas accesibles en una clase, como extinguidores de incendios.

Así es, hemos superado las tácticas simples de correr y esconderse.

Hace unos años, el consenso era cerrar con llave la puerta del aula, apagar las luces y tratar de evadir la atención de un potencial pistolero. Hoy en día, se enseña cada vez más a docentes, desde California a Illinois, a “Correr. Esconderse. Luchar”. para tener el mayor número de probabilidades de terminar con el mayor número de sobrevivientes, después de un “episodio con un tirador activo”.

Las nuevas prácticas están señaladas en la Guía para desarrollar planes de operaciones de emergencia escolar de alta calidad, expedida por la Administración Federal de Manejo de Emergencias, que establece que después de intentar correr y esconderse, una tercera opción es “incapacitar al tirador para sobrevivir y proteger a otros de lesiones”.

Según un popular video de entrenamiento, usado en sesiones de alistamiento escolar, presentado en YouTube por Ready Houston, un proyecto del “Comité de iniciativas de seguridad para el alistamiento de la comunidad, en la zona urbana de Houston” (Houston Urban Area Security Initiative Community Preparedness Committee), hay que alistarse para lo peor —y la propia supervivencia depende de tener un plan o no tenerlo.

Por supuesto, la mejor opción es correr y esconderse, si es posible. Pero, según el video, si la vida de uno corre peligro, “luche, actúe agresivamente, improvise armas, desarme [al tirador] y comprométase a bajar al tirador pase lo que pase”.

Durante un día completo de entrenamiento, también se adiestró al personal escolar de la zona de Chicago a detener hemorragias, tanto provocadas por heridas en la cabeza como en las extremidades, con el llamado vendaje israelí, y otras técnicas de primeros auxilios. Porque, como advierte el video, “el personal de emergencia en el lugar del hecho no está allí para evacuar o asistir a los heridos. Ha sido bien entrenado y está allí para detener al tirador”.

Saber que los empleados de la escuela de uno han recibido ese entrenamiento puede tranquilizarlo a uno en cuanto a la seguridad de sus hijos, o hacer que se le cierre el estómago.

Pero si las cifras de FEMA —el 34% de los 84 hechos en que participaron tiradores activos entre 2000 y 2010 ocurrieron en escuelas— continúan elevándose y se entrena a más educadores para ir más allá de evitar un enfrentamiento, es razonable al menos debatir si hay que ofrecer algún amparo legal al personal que tome la decisión de proteger a los demás de lo que se percibe como una amenaza.

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