Es sabrosa, una delicia

Sociedad

Hay un fenómeno al que me refiero despreciativamente como la “Máquina de Exageraciones Hispana”. Se trata de la cámara de eco, permitida por Internet, que se dispara cada vez que se publica una estadística referida a los latinos.

He aquí un ejemplo: una reciente noticia informó que ahora se venden más tortillas que panes para hamburguesas, y que la venta de chips de tortillas es más acelerada que la de papas fritas.

Periodistas excesivamente entusiastas se lanzaron a esos datos y los reportaron como si esas cifras indicaran algún tipo de inminente supremacía marrón —”Con los cambios demográficos, también el menú cambia”.

Como siempre, a ese tipo de bombo se le escapa el punto principal. Esos alimentos son sabrosos y son consumidos masivamente por individuos de todas las razas y etnias. No son un índice de la hispanización de Estados Unidos.

La “Gran Máquina de Asimilación Norteamericana” está perfectamente ajustada para producir la mezcla. A menos que se proteja intencionalmente a un niño contra la cultura popular, ese niño la adoptará con toda naturalidad.

Por ejemplo, mi hijo menor come tacos de salchichas para la cena, todos los domingos, en casa de sus abuelos.

Cualquiera sea la imagen que haya aparecido en su mente —la de una abuelita a la antigua usanza, que delicadamente coloca una salchicha en una tortilla de maíz casera y frita, y la cubre con cebollas picadas, tomate, queso rallado y una pizca de crema fresca— olvídenla.

Estamos hablando de una salchicha de Viena, envuelta en una tortilla, comprada en la tienda y pasada por el microondas.

Eso es todo.

Yo no comería eso ni si de ello dependiera mi vida, pero fue preparado con gran amor de abuela para satisfacer los melindres de mi hijo.

Cuando llevamos a este mismo niño a Tacos El Norte, la semana pasada, para convidar a sus parientes del sur del estado con una auténtica cena mexicana, pidió chicken nuggets y papas fritas —plato que mis padres pensaron que nunca existiría en el lugar donde compran su menudo de los domingos.

En realidad, necesito un poco más de conquista mexicana en mi familia, donde a mi hijo mayor le encanta sacarme de quicio pronunciando el vocabulario de su clase de español a lo “gringou”. Pero no está ocurriendo.

Según una encuesta de opinión pública conducida por el Center for American Progress, la población mayor y menos educada podría estar nerviosa por la posibilidad de que la joven ola latina barra la conocida mayoría blanca de los Estados Unidos. Pero todos los demás parecen, como yo, tener un poco más de fe en el crisol de razas.

Es interesante que la “Máquina de Exageraciones Hispana” logre producir la percepción de que los blancos están en peligro de extinción y, como resultado, los estadounidenses sobreestimen ampliamente los actuales y futuros niveles de diversidad. De hecho, la mayoría de los grupos étnicos dicen a los encuestadores que creen que, en la nación, las minorías ya son, o casi son, la mayoría. Pero, en realidad, las minorías representan el 37%, y la mayoría de los estadounidenses no están muy alterados por eso.

En medidas sobre apertura hacia la diversidad contra medidas de inquietud por la diversidad, la encuesta halló más entrevistados encuestados que creyeron en las oportunidades positivas que se producen en una población diversa, que encuestados que temieron que la creciente diversidad produjera falta de trabajo y discriminación contra los blancos.

Es sorprendente —es decir, si uno cree en la narrativa sobre cómo temen los estadounidenses la inmigración— que el menor número de encuestados estuviera de acuerdo con que la creciente diversidad tendrá como resultado que no haya “una cultura estadounidense común”.

Esto cuadra con la historia real detrás de las tortillas. No es que haya tantos hispanos en Estados Unidos que simplemente superen a los amantes de salchichas y hamburguesas. Es que las tortillas —como muchas de las delicias del sur de la frontera— han estado en el país tanto tiempo que son parte de la escena.

“Cuando se piensa en pizza o espagueti es lo mismo”, dijo a Associated Press Jim Kabbani, director ejecutivo de la Tortilla Industry Association. “La gente los considera estadounidenses, no étnicos. Es lo mismo con las tortillas”.

Lo que me divierte es que, al superar al pan de hamburguesas y de perros calientes, la tortilla emblemáticamente recrea los antiguos temores de la germanización de Estados Unidos.

En una época, los estadounidenses temían que la plaga de los inmigrantes alemanes, con sus comidas étnicas y su obcecada lengua madre, constituyeran el fin del país.

¿Ven? No hay nada de qué preocuparse.

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