Ella escucha y vuelve a escuchar
Elena Poniatowska mira con empatía, escucha con absoluta disponibilidad y escribe con generosidad
Entre todas las cualidades de Elena Poniatowska, que son muchas, hay una que me parece clave en su obra, que siempre ella me confirma en lo que hace y siempre me asombra: su enorme y cambiante capacidad de escuchar.
Desde que era una periodista joven y publicaba una entrevista diaria, se entregaba con enorme disponibilidad a sus entrevistados, y sus preguntas eran de una inocencia que iba sin sobresaltos de la verdadera candidez a la astucia, pero siempre con una sincera curiosidad por la persona que tenía enfrente.
Al leer ahora sus textos de entonces, aún vibra fresca esa manera de estar en el mundo que nutriría de una vida inusitada y diversa su primera novela, Hasta no verte Jesús mío.
En ella, la voz del personaje principal es una mexicana que vive el siglo veinte y al mismo tiempo otro México profundo y paralelo, con costumbres populares, como aquella de pintar y fotografiar a los niños que acaban de morir. Los rituales barrocos de “entierros de angelitos” que, retomando a José Gorostiza hemos llamado en Artes de México “El arte ritual de la muerte niña”.
Siempre que buscamos dimensiones ocultas, paradójicas y barrocas de México, esas que los demás no ven y muchas veces ni saben que existen, hay que buscar en lo que Elena ha publicado. Ni el gran Juan Rulfo, que tuvo tan buen oído y fue nuestro maestro mayor de la construcción narrativa, hubiera podido mostrar eso que es producto de escuchar mucho la extrañeza que nos rodea, escucharla muy a fondo y en mucha gente. En todos sus libros, tanto de ensayos como de perfiles de personajes, cuentos y novelas, están las mil maneras de escuchar que ha desarrollado y sigue practicando cada día.
Como decía, una manera de estar en el mundo. La noche de Tlatelolco, su gran clásico, es un acto de escucha y confluencia de voces. Sus entrevistas a las tejedoras y víctimas del temblor de 1985 justamente se entretejen como voces necesarias, dispersas y reunidas con arte por la narradora periodista. Siempre ha escuchado a creadores y a otros personajes con generosa disponibilidad y no ha faltado quien abuse, sobre todo algunos políticos, utilizando su sincera voluntad y deseo de que en México se cambie para mejorar. Cuando escucha así no juzga a sus entrevistados y no prejuzga, exhibe si acaso, denuncia porque deja que las voces mismas se denuncien. Algunas veces hasta a pesar de ella.
En Leonora, por citar una de sus últimas novelas, están las conversaciones que sostuvo con Carrington como materia sustancial, pero también una escucha especial de la manera en que Leonora estaba presente de cuerpo entero en todo lo que escribió, dijo e hizo.
Su novela es una especie de entrevista a todos los materiales disponibles. Pero no se trata exclusivamente de bibliografía o testimonios, sino de detenerse de verdad a escuchar con mente abierta las dimensiones de la vida que fue encontrando.
Por ejemplo, un tema difícil de comprender para las personas de juicio rápido o prejuicio encendido, es el de la supuesta “locura” que la pintora narra en uno de sus primeros y más asombrosos relatos, Memorias de abajo.
La disponibilidad de Elena para escuchar los signos de esa “anomalía” como aparece en todo lo que mostraba Leonora Carrington, es decir, como una extravagancia de la infancia que sigue latiendo y creciendo hasta convertirse en esa otredad que una vez los otros medican y encierran, califican y tratan. Pero que es siempre, otra cosa, tantas veces inasible. Por eso esa novela es verdadera literatura, porque toca lo indecible, lo innombrable de una persona sin juzgarla, dejando que se comunique hasta nosotros en sus palabras su vitalidad y su misterio. Sólo alguien que sabe escuchar profundidades humanas puede hacerlo. Periodismo sensible que enriquece a la literatura y literatura que enriquece al periodismo. Y los lectores, por sus dos frentes, ganamos.
Cuando ha escrito sobre imágenes, como en el bello ensayo sobre Gala Narezo en el libro Locales, uno de los más interesantes que ha hecho sobre la fotografía, Elena sabe escuchar en las cosas aparentemente inanimadas, en los objetos cotidianos de los talleres viejos y en vía de extinción de la colonia Roma que Gala nos muestra magistralmente, la vida de las manos que las hicieron, usaron y acumularon. Escucha incluso con los ojos, como pedía Sor Juana.
Hasta cuando firma libros, Elena entrevista a cada uno de sus admiradores convirtiéndolos en personajes de la pequeña historia que será su dedicatoria. No exagero. He visto muchas veces cómo otros escritores se desesperan, tienen prisa, abandonan y ella se entrega sin dudarlo un instante. Elenita oye siempre con toda su presencia, con todo su cuerpo. Y su obra está por eso poblada de muchas personas y de sus pasiones.
Elena mira con empatía, escucha con absoluta disponibilidad y escribe con generosidad. Estar a su lado, convivir con ella aunque sea momentáneamente, es siempre un regalo y un ejemplo de la más elemental pero cada vez más necesaria y difícil humanidad. En una modernidad ciega de tanto ver y sorda de tanto ruido, Elena Poniatowska es uno de nuestros más grandes y más humildes antídotos.