Por Esmeralda y las víctimas de las consecuencias

En medio de tanto cálculo político sobre una reforma migratoria, Esmeralda espera por un respiro.

Llegó en 1994 con su esposo desde México. Él era residente permanente de Estados Unidos; ella indocumentada. Poco tiempo después nace su primera hija, que ahora tiene 17 años de edad. El esposo inició el proceso de peticionar a Esmeralda, pero ella tuvo que regresar a México.

Al tratar de retornar a Estados Unidos, sin documentos, fue detenida en Ciudad Juárez y deportada. Pero Esmeralda, como otros millones, volvió a intentarlo para estar con su familia. Y aquí está.

Sus tres hijos, de 17, 12 y 9 años de edad, son ciudadanos estadounidenses. Su esposo luchó hasta que pudo hacerse ciudadano, narra Esmeralda, con la esperanza de votar y presionar para que se hiciera algo por una reforma migratoria que le ayude a ella y a millones más. Pero sigue esperando. “Se desanima porque votar no ha servido”, dice Esmeralda.

La familia lleva años intentado regularizar la situación de Esmeralda, pero su caso es complicado, su salida activaría la Ley del Castigo, o prohibición de reingreso por 10 años, en su caso. Temen que las dispensas que se otorgan en algunos de estos casos no se logren o no funcionen.

Esmeralda tiene pánico de que en cualquier momento la detengan y la deporten, sobre todo por su hijo de 9 años que requiere de cuidados médicos.

“Mis hijos siempre están preguntando si me tendré que ir a México. Les digo que en cualquier momento me tengo que ir. A veces ni quieren hablar del tema. Me ven llorando constantemente. Ellos saben cuál es el problema”, dice.

“Es tan desgastante. Cometí el error de entrar a este país sin documentos, pero lo hice por necesidad, buscando una mejor vida, para que ellos (sus hijos) tuvieran mejores oportunidades y vivieran mejor que nosotros. Mis hijos no son culpables de eso, y como ciudadanos tienen los mismos derechos que las hijas del presidente Obama. ¿Por qué van a ser diferentes? Mis hijos y otros, que son ciudadanos, están como marcados y es injusto que estén marcados por el simple hecho de tener padres indocumentados. Es algo que te marca en la vida y ellos no son culpables”, dice.

Esmeralda sabe que el Senado aprobó un plan de reforma y que en la Cámara Baja se presentaron unos principios; pero no sabe, indica, qué significa todo eso para ella y otros millones.

Más que principios, urge un final. Uno que ofrezca una solución legislativa permanente, incluyente y amplia que ayude a millones y no a un puñado para poder romper el círculo vicioso.

Los “principios” republicanos son el principio imperfecto de una conversación por años postergada que se retoma o se engaveta según soplen los aires políticos.

Son demasiados generales como para emitir juicios definitivos. Establecen que no habrá vías especiales a la ciudadanía, pero tampoco la descartan y mucho menos explican. ¿Será legalización con la ciudadanía como opción, o están proponiendo una subclase permanente que ofrece mano de obra e impuestos, pero sin posibilidades de integración?

¿Habrá revuelta interna entre los republicanos? ¿Prevalecerán los antirreforma? ¿Se mantendrán unidos los demócratas cuando comiencen las concesiones?

Hay más preguntas que respuestas, pero vale la pena el intento por indocumentados como Esmeralda y por los “marcados”.

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