En Otay, indocumentados con sueños y realidades

Con apoyo en ambos lados de la frontera, el grupo de indocumentados realizó su caminar a la garita para llegar hasta las autoridades migratorias de EEUU

Samantha Viridiana Montes regresó a México tras firmar su salida voluntaria, luego de 13 años de vivir en Monterey Bay.

Samantha Viridiana Montes regresó a México tras firmar su salida voluntaria, luego de 13 años de vivir en Monterey Bay. Crédito: Pilar Marrero / La Opinión

Otay.- Mientras caminaban hacia la garita de Otay para entregarse a las autoridades de Estados Unidos, 29 dreamers, hombres y mujeres, caminaron con paso resuelto dando detalles de sus vidas y sus historias a un batallón de periodistas que estaban allí para reseñar, por tercera vez, un reto al sistema migratorio de los Estados Unidos.

“Todo es por la educación”, dijo Yordi Cancino, quien de toga y birrete azul, buscaba regresar a Los Angeles. “Queremos estudiar y queremos tener oportunidades”.

Mientras caminaban en fila, un nutrido grupo de familias que también esperan cruzar esta semana los acompañaban con cantos en inglés y español: “No están solos”, “undocumented and unafraid” (indocumentados y sin miedo), “reforma migratoria ahora”.

Los vendedores de tacos, churros y otros antojitos mexicanos y otras personas que esperaban para cruzar los observaban con curiosidad. Sacaban sus teléfonos y les sacaban fotos. “Ni un paso atrás”, gritó uno.

Algunos espontáneos quisieron unirse al grupo por su cuenta, aunque los organizadores del evento indicaron que lo harían bajo su cuenta y riesgo.

Daniel David contreras, de 27 años, tuvo que regresar a México después que se le negara su solicitud de residencia por medio de sus padres adoptivos al cumplir la mayoría de edad. Eso fue hace 7 años. Sin embargo, aún quiere regresar.

“Quiero regresar, viví allá hasta los 20 años y cuando regresé a México sabía sólo un 20 de español”, dijo Contreras, quien estudia aquí en Tijuana en la universidad. “La verdad es que prefiero vivir allá”.

Del otro lado, en el puente peatonal entre Estados Unidos y México, más familiares y activitas esperaban, con pancartas y mensajes de apoyo a los que cruzaban.

Deborah González vino desde Arizona, donde estudia, para apoyar a su compañera Cynthia Díaz, cuya mamá estaba entre el grupo que esperaba cruzar.

“La separación familiar me afecta personalmente porque vengo de familia inmigrante”, dijo Deborah, quien creció en Los Angeles y es hija de refugiados centroamericanos. “Mi hermano y un amigo también fueron deportados”.

Parecía que de aquel lado y también de este, todos los que observaban sabían muy bien la experiencia que estos jóvenes vivían y la importancia de lo que intentaban lograr.

Luego entraron a la garita y desaparecieron en los cuartos de interrogatorio de las autoridades fronterizas estadounidenses, donde pasarían las próximas horas siendo procesados.

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