La participación de los padres

Siempre habrá escuelas malas. Y puede decirse lo mismo de estudiantes deficientes. ¿Por qué? Porque siempre habrá padres malos, desinformados o despistados.

No sólo los que maltratan a sus hijos, los ignoran, tienen armas de fuego cargadas en su casa, o apenas se las arreglan para darles unos pesos para que el niño compre un “desayuno” de gaseosas y bolsas de un dólar de snacks con sabor a queso, camino a la escuela.

Están aquellos que son un pésimo ejemplo para sus hijos. Mantienen la televisión prendida durante día y noche, nunca leen un libro y no imparten ningún sentido de orden en sus hogares.

Para ser justos, es más difícil que nunca ser padre, hoy en día.

Como los consumidores de noticias sobre la salud a quienes se dice, dependiendo de la semana, que el café los matará o ayudará a vivir más años, muchos padres se sienten bombardeados por información contradictoria sobre las necesidades de sus hijos. Y lo que es peor, a algunos padres se les escapan las cosas más esenciales —como la importancia de hablar a los bebés, que ha demostrado ser beneficioso para su desarrollo.

Durante un tiempo, la norma principal de la responsabilidad paterna fue la participación.

Dependiendo del grado al que va el estudiante, sus necesidades educativas o las expectativas de la administración, la participación puede variar, desde verificar las tareas y tomar las lecciones, hasta ser voluntario como chaperón, recaudador de fondos, mentor o entrenador de deportes.

En ciertos círculos en casi todas las escuelas, hay escudos de honor que se entregan a los padres más involucrados y devotos. Pero aunque esos padres sin duda contribuyen al bienestar general de la escuela, ¿qué significa eso para los mismos estudiantes?

Las nuevas investigaciones dicen: no mucho.

Según Keith Robinson, profesor asistente de Sociología de la Universidad de Texas y Angel L. Harris, profesor de Sociología y Estudios Africanos y Afroamericanos en la Universidad de Duke, que escribió un artículo de opinión para el New York Times: “Tras comparar el rendimiento promedio de los niños cuyos padres habitualmente participan en la escuela [observando la clase de su hijo, contactando a la escuela sobre la conducta del niño, ayudando a decidir los cursos de la escuela secundaria o ayudando a su hijo con las tareas] con el de sus homólogos cuyos padres no participan, encontramos que la mayor parte de la participación de los padres no produjo beneficio en las calificaciones ni en los resultados de exámenes, independientemente de los orígenes raciales o étnicos y de la posición socioeconómica.”

Otras investigaciones —la autora Amanda Ripley investiga el tema a fondo en su maravilloso libro, The Smartest Kids in the World: And How They Got That Way— han sugerido, en forma similar, que todas las ferias de libros, ventas de galletitas y actividades del PTA en que los padres se zambullen a veces sólo tienen el efecto de absorber un tiempo precioso que los padres podrían utilizar en ayudar a sus hijos en la parte académica.

Es como para empezar a tirarse de los cabellos. ¿Qué puede hacer un padre?

Simplemente, prometa hacer todo lo posible. Y si encuentra el tiempo y la fuerza para llegar a la escuela en un intento por reforzar el desempeño académico de su hijo, recuerde: A los administradores les gusta que usted se presente aseado, prolijo y listo para escuchar

The Washington Post Writers Group

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