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Huye de las ‘maras’ que solo le permitían ‘ver, oír y callar’

En su hogar de San Salvador, este joven no encontraba libertad ni felicidad

Gerson López, de 15 años de edad, salió de San Salvador, huyendo de la violencia incontrolable que se vive en el país.

Gerson López, de 15 años de edad, salió de San Salvador, huyendo de la violencia incontrolable que se vive en el país. Crédito: J. Emilio Flores / La Opinión

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Desde muy chiquillo Gerson López aprendió a tocar el piano y el oboe. Este chamaco de apenas 15 años de edad es un virtuoso en eso de las leyes de la melodía, el ritmo y la armonía.

La Novena Sinfonía de Beethoven es una de sus favoritas cuando acompaña aquel coro que popularizó el cantante español Miguel Ríos: “Ven, canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol”.

La pieza musical, basada en el poema Oda a la alegría que expresa que el destino del hombre es la libertad y debe desembocar en la felicidad, parece reflejar lo que Gerson emprendió cuando hace unos meses salió de su natal El Salvador con rumbo al norte.

Porque allá, dice el ex miembro de la Orquesta Sinfónica Juvenil Don Bosco, poco se sueña cantando y se vive más al son de las “maras”, de las pandillas que controlan los barrios al compás de ver, oír y callar.

“Las clicas de La Mara Salvatrucha tienen el poder, yo no puedo ir a otra colonia porque me puede ir mal, allá no eres libre, es peligroso ir a ultrazona”, dice este joven que recién llegó a Estados Unidos como refugiado.

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Hace dos años, un día que salía de clases, Gerson fue testigo de cómo los mareros imponen su ley de plomo.

“¡Pum pum pum! Ahí quedó tirado. Lo mataron nomás porque era hijo de uno de la otra pandilla”, recordó esa ocasión en que acribillaron a uno de sus compañeros de escuela.

“Y no puedes denunciar”, recalca la mamá que lo acompaña. “Porque hasta la policía les tiene miedo, además de que te arriesgas, porque te advierten con el graffiti que ponen en las paredes: Ver, oír y callar”.

Gerson considera que la gran mayoría de niños y jóvenes que están emigrando de Centroamérica ?63 mil en los últimos diez meses? lo hacen por el miedo que han sembrado las pandillas en sus pueblos, el alto riesgo de morir y la falta de oportunidades.

“En mi colonia está horrible, en mi colonia estaban reclutando para pelear con otras pandillas, comenzaron a querer meterme, pero yo me peleé con uno de ellos y les dije que no quiero meterme, que quiero trabajar, que no quiero estar viviendo de esa onda… iba a tener muchos problemas si me quedaba allá”.

El 3 de abril, junto con su mamá Rosa y su hermana Andrea, de 10 años de edad, Gerson salió de San Salvador rumbo al norte. Sin “coyote”, a la buena de Dios y pagando a policías corruptos para poder atravesar México, 15 días después lograron llegar a la frontera de McAllen, Texas.

Ahí se entregaron a la Patrulla Fronteriza y ahora esperan a que un juez de inmigración decida si se quedan en el país como refugiados o si los regresa a El Salvador.

“Sería muy feo si nos mandan de regreso”, cavila Gerson. “Fue un viaje ultra largo y peligroso que tal vez no tenga sentido, pero es que la situación en mi país está arruinada”.

Y tal vez en Estados Unidos, considera Gerson, sí pueda soñar cantando, porque en su tierra, no encontró libertad ni felicidad.

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