América Latina: La libertad de pensar

El populismo propone una forma tradicional y tradicionalista de nacionalismo cultural y construye un relato mítico que presenta la cambiante palabra del líder como la única verdad

En ambos lados del Atlántico, la pluralidad de ideas es justamente sospechosa pues tiende a poner en cuestión el pensamiento único.

En ambos lados del Atlántico, la pluralidad de ideas es justamente sospechosa pues tiende a poner en cuestión el pensamiento único. Crédito: Arhivo/J. Emilio Flores / La Opinión

Hace unos días en Venezuela, en una sesión a la que asistió el presidente Nicolás Maduro, se presentó un “Padre Nuestro” chavista, una oración que presenta al fallecido comandante Hugo Chávez como un Dios cuya “santificado nombre” es la única verdad.

En Argentina la reciente creación de una Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional también plantea muchos interrogantes. ¿Puede la cultura ser la expresión exclusiva de los deseos de los que mandan? ¿Son estas cuestiones mejor pensadas mediante el uso de metáforas militares o teológicas?

Así, en América Latina continúan las polémicas sobre la relación que el Estado debe tener con el mundo de las ideas y como estas se convierten en ideología de Estado.

Este tipo de emprendimientos pretenden imponer una definición estatal en singular de la pluralidad de ideas de sus habitantes.

En América Latina, el populismo identifica la cultura nacional con el rechazo de los intercambios críticos globales y sobre todo con un énfasis en la cultura popular y en la particularidad de la historia local y en sus “héroes”. El populismo propone una forma tradicional y tradicionalista de nacionalismo cultural y construye un relato mítico que presenta la cambiante palabra del líder como la única verdad.

Así, la diferencia de pensamientos no es apreciada si no que a veces es incluso demonizada. El mismo lenguaje es adoptado por gran parte de la oposición a estos gobiernos, los populismos de oposición.

Por supuesto, esta demonización es metafórica y no adquiere la extrema connotación nativista y xenófoba de los populismos de Europa y Estados Unidos, muchas veces caracterizados por su odio y demonización de los inmigrantes. No es así en América Latina. Las diferencias entre estos tipos de populismos son muy significativas. Pero en ambos lados del Atlántico, la pluralidad de ideas es justamente sospechosa pues tiende a poner en cuestión el pensamiento único.

Dada la profundidad y la diversidad de una tradición latinoamericana que justamente se caracteriza desde muy temprano en su historia por su cosmopolitismo, es sorprendente que los gobiernos quieran fijar la forma de pensar que supuestamente define lo que es el “pensamiento” de un país.

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