La soledad es mala compañera

Mis amigas, las ultraindependientes, siempre defienden la maravilla de vivir solas, de disfrutar de su espacio y decidir lo que quieren, sin consultar a nadie. Yo amo la soledad cuando soy yo la que la escoge. Cocinar para mí, bailar sola o viajar sin compañía es algo que no me gusta y espero no tener que hacer otra vez.
Cuando recién me divorcié me vine a Estados Unidos con un contrato de trabajo excelente. Llegué a Miami, me dieron un apartamento bello, todo lo que necesitaba estaba allí: el trabajo, el auto, la casa, todo pagado por los primeros seis meses.
Me encantaba el silencio, mi espacio, la soledad, todo bonito, todo en su sitio. Grité y lloré de alegría al abrir la puerta de aquella casita hermosa incluida en mi contrato. Era como la Barbie, sólo me faltaba el cabello y cuerpo de la muñequita, lo demás estaba, tenía todo para ser feliz.
Pasaron los días y llegar a mi casa era una tortura. Venía de otro país a ocupar una posición ejecutiva y eso no le gustaba a nadie, por eso, por un tiempo no tuve amigos. Sólo para no regresar a mi casa de muñecas, en donde nadie me esperaba, trabajaba hasta que se iba todo el mundo.
De esa experiencia, que por fortuna duró sólo un año, me quedó claro que si tengo que cocinar para mí sola, como queso y pan. Bailar entre mujeres, es decir sola, me incomoda; hay quienes lo hacen, yo no. Tampoco me gusta viajar sola, lo hice una vez y juré que nunca más, porque hacerlo significa comer solita, salir sin compañía, ver sin poder comentar y nada de eso me atrae.
Busque amigos o amigas para que sea usted la que decida cuando quiere o no compañía.

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