Desgarradores testimonios de familias divididas entre Colombia y Venezuela

Testimonios de la más reciente crisis fronteriza entre Colombia y Venezuela

Colombia Venezuela

Una pequeña televisión está encendida en un rincón del Coliseo Cúcuta, donde opera un albergue para los colombianos que están llegando hasta esta ciudad del noreste de Colombia provenientes de la vecina Venezuela.
Muestra, en vivo, el noticiero de las 7:00 pm, rodeada por unas tres decenas de personas que miran cómo se cuentan los acontecimientos que ellos mismos han estado protagonizando.
Luis José Avendaño, Susana Leal y Yesid Montagú son parte del grupo de televidentes. y sus historias representan las de muchos otros –cientos– que fueron deportados desde Venezuela durante los últimos días.
BBC Mundo conversó con ellos.

Una historia de repetidas partidas obligadas

No es la primera vez que a Luis José Avendaño le toca irse a la fuerza. Un día, en los 90, volvió a la finca familiar y encontró el cuerpo de su padre acribillado, con diez tiros.
“Dicen que fue un grupo armado”, cuenta. Pero no sabe más.

Se fue, partió hacia San José del Oriente, en el departamento del Cesar. “Y de allá me sacaron también los grupos armados, los paramilitares”. Viajó, entonces, hacia Venezuela.
El pasado domingo otra vez tuvo que volver a salir obligado.
“Me levanté a las 7 de la mañana. Estaba cepillándome cuando me llegó la ley, la Guardia (Nacional)”, cuenta Avendaño. Le preguntaron si era venezolano o colombiano. “Yo les dije que era colombiano; y de una me dijeron que tenía que desocupar”.
Le preguntaron cuántos años hacía que estaba en Venezuela. 16, respondió. “¿Por qué no sacó la cédula en todo ese tiempo?”, inquirieron. “No tuve oportunidad, porque he ido varias veces a los juzgados y me han dicho que no puedo”.
“Y me pusieron la letra de demoler (la “D” con la que las autoridades venezolanas están pintando las casas a tumbar) en el ranchito. Me sacaron de una y yo me tuve que venir con lo que tenía puesto”, cuenta.

Dice que le dieron unos diez minutos para salir.

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Su mujer quedó del lado venezolano, en otro ranchito. Se casaron hace un año. “Ella es colombiana también. (Pero) tiene cinco hijos venezolanos, por eso está allá”, explica.
Según Avendaño, su esposa vive ahora con miedo. “Ya no quiere salir a la calle, porque iban a agarrarla”. Así que “está viviendo escondida”, dice.
Y él se siente “bastante mal” por no poder estar con ella, aunque hablan por teléfono todos los días. “Ella me dice que tiene ganas de venirse, pero como el hijo es venezolano…”.
Él, por su parte, ya no quiere volver a Venezuela.

Hermanas separadas

Susana Leal llegó al albergue con dos hijos de 14 y 15 años, su esposo y su cuñado.
De Venezuela la deportaron sin aviso. “La guardia llegó a las casas, nos pidió papeles”. Le mostraron la cédula colombiana y le dijeron que tenían que irse. Preguntó si podía llevarse al menos un bolsito de ropa. “No, no puede sacar nada, váyase”, dice que le respondieron.
“A mis hijos también les dijeron que si los encontraban por la calle los metían presos” cuenta. Dice que tenía miedo de que se los quitaran.
Estuvo cuatro años en Venezuela, pero nunca le gustó del todo. Se sintió discriminada, especialmente cuando iba a hacer las compras. Y tras cuatro o cinco horas de fila, le decían que no, que no había más o le decían “no, eso es solo para venezolanos”.
Muchas veces terminaba yendo a comprar –productos contrabandeados– del lado colombiano, a un precio algo más alto. El contrabando era algo público: ella veía a sus vecinos llevar mercadería hacia Colombia.
Cuenta que ella decía: “mire cuántos nos estamos aguantando hambre, porque esa gente pasa (contrabandea) la comida”. Y que le contestaban: “Ah, me pagan tanto y yo la paso”.
En Venezuela “hay bastante familia mía”, afirma. Con lágrimas en los ojos menciona a sus dos hermanas, que quedaron del otro lado.

“No me he podido comunicar con ellas”, dice decepcionada. Lo intentó, pero no logró contactarse.
¿Podrán verse pronto? “Está complicado”, sentencia.
Hoy, a pesar de estar sin nada, en un refugio, con familia del otro lado, dice que se siente más segura en Colombia.

El heladero engañado

A Yesid Montagú, de 48 años, las autoridades venezolanas le dijeron que fuera a una cancha de fútbol de tierra, para controlar que tuviera en regla los papeles de luz, de agua.
Al llegar, “nos dijeron venezolanos para allá, colombianos para acá; a los colombianos nos subían a un carro”, cuenta.

Entonces, explica, “nos quitaron los documentos y se los entregaron a Migraciones”. Él no tiene cédula venezolana. Dice que la intentó sacar, pero que el trámite era muy complejo y no lo pudo hacer.
¿A quiénes se llevaron cuando lo deportaron a él? Con una sonrisa de sorpresa por la pregunta responde: “A todo el barrio”.
Más allá del engaño, dice que la Guardia Nacional de Venezuela no tuvo mal trato con él.
Cuando se lo llevaron estaba solo pues su esposa había viajado a Maturín, en el noreste de Venezuela, con una de sus hijas. “Viene viajando ya”, cuenta. “Ella puede llegar a San Antonio (del lado venezolano de la frontera) y de pronto ahí la migren”.
Una vez juntos de nuevo, el plan de Yesid es ir hacia Bucaramanga, la ciudad colombiana, de donde salió hace ocho años. Estuvo dos en Cúcuta y luego se fue para el lado venezolano.
Ahí las condiciones de vida le resultaban más accesibles: “Yo tengo los recibos de la luz, pagaba 30 bolívares; tenía aire acondicionado, congelador”, relata.
Incluso había comprado una casa y tenía una heladería. ¿Ahora quién se las va a cuidar?
Y su respuesta sugiere que no pierde la esperanza de regresar.
“Tengo unos vecinos, venezolanos, a los que les dije que le echaran un ojito”.

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