El reencuentro de los dreamers con los terruños de su infancia

Algunos de los estudiantes de California que visitan por estos días México se encuentran con una realidad devastadora

Kelby Sapien en Cuernavaca a su regreso de Sinaloa

Kelby Sapien en Cuernavaca a su regreso de Sinaloa Crédito: Gardenia Mendoza | Impremedia

MÉXICO

Así, vestido de vaquero, con sombrero de ala corta, botas de pico y pantalón de mezclilla -como visten en el rancho- estaba Kelby Sapien, de 23 años. Concluía su jornada como sembrador de maíz para mantener a sus hijos cuando se enteró que en la víspera de Navidad mataron al abarrotero de su pueblo, de Sitios de Enmedio, Badiraguato, Sinaloa.

El hecho era real, tan real como todo lo que ocurre en esas tierras violentas donde nació el capo del narcotráfico Joaquín “El Chapo” Guzmán, excepto porque ese Kelby campesino no era el verdadero Kelby, sino uno imaginario: ese que hubiera sido si sus padres no se lo hubieran llevado a los nueve años para vivir en California.

“Yo sería un vaquero o campesino porque, aunque ya de niño era bueno en matemáticas y me gustaba mucho la historia, nosotros éramos muy pobres, los libros eran muy caros, teníamos que pegarlos con cintas para que no se rompieran y aunque teníamos becas para comida hubiera sido muy difícil ir a la universidad”.

Kelby reflexiona esto y más en los últimos días de viaje por México como parte de un grupo de 31 estudiantes del Programa de Estudios California México para Dreamers en el Extranjero que les permitió tomar un curso en su país, reencontrarse con sus familias y visitar a sus pueblos de origen, tres de éstos inmersos en la lógica de las armas, del crimen organizado, de la impunidad.

“Uno regresa al pueblo con la esperanza de que haya mejorado, pero sigue igual: controlado por un narco local que impone leyes: sólo él puede matar o robar y si alguien se pasa de listo aparece muerto inmediatamente y la policía local está comprada, cierra los ojos, y para la gente es difícil salir adelante en esas condiciones, por eso se va: hay muchas casas abandonadas”.

Quienes se han quedado en Sinaloa al margen de la dinámica del crimen, se las apañan como pueden para sobrevivir, como la familia de Kelby. “Mis tíos y primos son gente buena, honrada, aunque pobre (sus casas ni siquiera tienen drenaje o agua caliente). Yo me sentí seguro con ellos, apenas se enteraron que yo estaba ahí bajaron de la sierra y subieron de la ciudad (Culiacán) y se armó la fiesta el 24 de diciembre, éramos 30, ¡se puso bueno!”.

A Kelby se le iluminan los ojos aunque ya pasó más de una semana y ahora toma clases para mejorar su español en una casona de la ciudad de Cuernavaca, a 90 kilómetros de la Ciudad de México. “En Sinaloa somos bailadores de banda y bailamos, y comimos pozole de puerco, carnitas y rompimos piñatas..”. Kelby toma un respiro y continúa: “Un día antes habían matado al de la tienda de abarrotes, el pueblo estaba de luto, pero de todos modos se baila”.

Se baila al ritmo de corridos inspirados en capos locales que éstos pagan para fanfarronear sus hazañas al margen de la ley, una ley que en los próximos días quedará lejana a la realidad de Kelby, cuando regrese a Estados Unidos para trabajar en Minessota para la empresa Target que lo contrató unos días antes de venir a México como talento en ciencias de computación graduado de la Universidad Estatal de California Long Beach.

Lejos de Sinaloa.

“La muerte no puede esperar”

A?lvaro Castillo en la escuela en Cuernavaca, a su regreso de Nayarit
A?lvaro Castillo en la escuela en Cuernavaca, a su regreso de Nayarit

“Yo veo un show que se llama Games of Thrones. En el primer episodio de la serie llega un rey que quería presentar los respetos a quien iba a ser su esposa y en ese momento la esposa verdadera le dice: ‘tal vez los muertos pueden esperar’. Cuento esto porque yo toda mi vida he tenido que esperar para presentar mis respetos a mis muertos”.

Álvaro Castillo es un muchacho de mirada dura, estudiante de escritura creativa en inglés en la Universidad Estatal de California North Ridge, que emigró en brazos de sus padres cuando tenía dos años y regresó a su natal San Leonel, Nayarit, 20 años después, con el corazón roto porque cuando tenía 13 seis años murió su abuelito y no pudo despedirlo porque no tenía papeles para regresar. Dos años después murió su hermana y luego su primo…

“Yo tenía urgencia de venir a México porque entre más tiempo pasaba pensaba, ¿cuántos más van a esperarme?

Álvaro llegó a San Leonel y fue al panteón dos veces. Primero para ver a esos seres queridos a los que no pudo despedir, luego a un entierro. “Era de dos primos. Se mataron y uno mató a otro. Yo nunca los conocí, ni siquiera sabía su nombre, pero lo usé como un símbolo de los otros a los que no pude ir y pude ver que era tal como me habían contado: la caminata al panteón, la música, el entierro alegre en vez de triste y… me sentí mejor”.

“Navidad en dos tintas”

Berenice Cuevas poco despue?s de visitar Chautengo
Berenice Cuevas poco despue?s de visitar Chautengo

Podría haber sido una sorpresa perfecta ver al pueblo de Florencio Villarreal Chautengo después de 22 años con un muelle nuevo que mira a la laguna a la que van más turistas para quienes plantaron palmas en las calles antes llenas de lodo y se reconstruyeron las casas de adobe hoy de tabique. Pero no.

Berenice Cuevas, estudiante de pedagogía en California, regresó al pequeño que la vio nacer y lo miró hermoso, aunque con matices, sola con su abuela: “Lo más difícil fue pasar la navidad sin internet”, cuenta sobre su terruño en la Costa Chica de Guerrero, uno de los pocos de la zona donde no hay asesinatos y descabezados.

– Ahí esta tranquilo. No pasa nada. Las mujeres se casan jóvenes: todas mis amigas están casadas, venden cosas y sus esposos van a pescar. Yo podría estar así y no me gustaría. Yo quiero viajar y ser maestra.

Luego está la tristeza de Iguala, donde Berenice estuvo un par de días para ver a su tío, un locutor que conoce a “todo mundo” y con quien se sintió feliz a pesar de policías y soldados y la sombra de Ayotzinapa, de los 43 estudiantes desaparecidos, del crimen organizado y la siembra de Amapola.

“Mi tío me hizo sentir muy especial, pero a veces yo tenía miedo”.

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